Hacía tanto tiempo que Isaac esperaba este reencuentro, tanto que había perdido la noción del cuanto había pasado, días, meses, años, no lo sabía con exactitud, pero sabía que esto pasaría algún día.
Su pulso estaba acelerado, pensaba en era el resultado de todo el odio y resentimiento que había cultivado por tantos años desde que había desaparecido en aquel accidente que también le había privado de su ojo. Pero estaba equivocado, muy en el fondo de su alma otro era el motivo de que su cuerpo reaccionara de esa manera.
Cuando lo vio entrar en aquella pequeña y austera habitación, su corazón dio un vuelco que literalmente le robo el aliento. Pro un momento que pareció durar años, sólo el silencio dominaba el ambiente. Fue la mirada gélida de Camus la que había detenido el tiempo cuando sus propios ojos fueron capturados por esas joyas de color celeste, y había olvidado completamente el motivo por el cual quería enfrentarse a él. El fuego de su venganza se empezaba a apagar muy en contra de sus deseos.
¬ —Isaac, tanto tiempo—
Fue la potente voz del francés inundando aquel recinto, la que hizo que su joven alumno regresara a esta realidad, dispuesto a dar pelea, se acerca amenazante a aquel cuerpo imponente para reclamar a voz viva
—Cómo pudiste abandonarme, cómo pudiste olvidarme, fui fiel a tus enseñanzas, fui fiel a lo que se esperaba como caballero, y aún así me abandonaste por ese que sólo deseaba el poder para sus deseos egoístas, por alguien que no era lo suficientemente fuerte —
La furia de Isaac llega a un pico y después se va desvaneciendo, por la imagen de aquel hombre, por su porte, por su aroma, todo aquello que empezaba a dominar sus sentidos; sus gritos se van desvaneciendo hasta que lo último que sale de su boca es más una súplica
—¿por qué?—
La mirada del caballero dorado no se había desviado ni un ápice de su pupilo, fría e indescifrable hasta que esa voz y esas palabras movieron su mundo.
Isaac no esperaba lo que sucedió a continuación, de todo lo que pudo creer que pasaría, esto era lo último que podía haber pasado por su mente, aunque no por sus fantasías. Las fuertes manos de Camus tomaron su cuerpo con fuerza, fue atrapado entre aquel musculoso cuerpo y aquella pared fría y dura.
—Isaac, no te busque porque tu desaparición me dejó tan abrumado que no fui capaz de pensar con claridad, pensé que si me olvidaba, no sería cierto y que sólo te habías ido, Hyoga estaba tan convencido de la verdad, que mejor me enfoque en su entrenamiento para no pensar, cobardemente me olvide, pero ahora estás aquí--
Camus atrapa los labios de Isaac sin preámbulos, y el joven discípulo pierde la batalla contra sí mismo, su deseo de venganza muere en el mismo instante que aquellos labios tocaron los suyos, entregándose dócilmente a su maestro, intensificando el contacto al abrazarlo, pegando su cuerpo al objeto de su afecto tanto tiempo anhelado. No hay necesidad de palabras, no hay necesidad de explicaciones, sus cuerpos conocen el lenguaje adecuado y su piel es la que hablará por ellos.
Isaac está ansioso, su piel arde mientras sus manos recorren al francés con premura, desesperado por aquella ropa que le impide tocar la piel y el calor de aquel hombre. Sin embargo es Camus quien impone el ritmo, pausado, controlado, es él quien toma al joven y lo desnuda sin mostrar algún tipo de emoción en su rostro. Lo recuesta en el suelo y de píe sobre él lo admira, mirando desde la punta de sus pies hasta su rostro. El caballero dorado decide entonces despojarse de sus propias ropas, torturando al más joven al no apresurarse en su tarea, su piel se va mostrando poco a poco en una danza suave y lenta, hasta que todo su cuerpo ha quedado expuesto y es su propia hombría la que demuestra el deseo que realmente siente.
El discípulo siente deseo desesperado de sentirse dominado y poseído por aquel ser, amo y señor de los hielos eternos, abre las piernas inconscientemente exponiendo su parte más intima en un acto de completa sumisión, Camus es tocado por esa acción, su deseo se desborda y su control desaparece, se recuesta sobre el cuerpo del joven seguidor de Poseidon y se apodera de los suaves labios del que está a punto de convertirse en su amante. Isaac gime y no puede más, toma entre sus manos la hombría de Camus y la guía a su entrada, sus piernas se elevan para rodear la cintura del mayor, y sin esperar más, se aprieta contra aquel cuerpo sintiendo como es penetrado en un acto de deseo desenfrenado; una mezcla de dolor y placer recorren la espalda de Isaac, y se pierde en el éxtasis de tener a aquel hombre en su interior.
Camus es víctima de la impaciencia de si alumno, aquella abrupta presión sobre su miembro lo descontrolan, obligándolo a ser un amante deseoso y apasionado, tomando a su amante de las muñecas al tiempo que lo embiste con fuerza; llegar a lo profundo de aquel cuerpo lo hace gemir y es una consecución de gemidos y jadeos lo que siguen mientras las penetraciones no se detienen. El joven discípulo se empieza a perder frente al deseo desenfrenado de su maestro, y su única acción es regalarle su cuerpo y sus gemidos se unen a los del hombre que lo está marcando como suyo. Un acto tan deseado que no importa el tiempo que transcurre, solo sus cuerpos sudorosos son testigos de tanta pasión y deseo contenido.
El éxtasis, el clímax, la cúspide de esa unión llega para ambos en derroche de placer y un profundo orgasmo que invade ambos cuerpos, el semen de Camus inunda el interior de Isaac, caliente y abundante marca para siempre aquel cuerpo como suyo, y la semilla del más joven cubre la piel de ambos hombres que ahora se contemplan con un dejo de amor, pasión y tristeza, un último beso, profundo y largo.
Ambos se ven por última vez, aún en ese abrazo, en esa unión que fue en pocas palabras sublime, es hora de despedirse, han venido de nuevo a este mundo solo para esto, y es tiempo de que partan de nuevo a la inmensidad, sus cuerpos prestados desaparecen lentamente, mientras por última vez pueden verse y tocarse.
Sólo queda en aquel cuarto, la esencia de un amor que lucho desesperado por realizarse, por tener aunque sea una última oportunidad, más allá de la muerte.
Su pulso estaba acelerado, pensaba en era el resultado de todo el odio y resentimiento que había cultivado por tantos años desde que había desaparecido en aquel accidente que también le había privado de su ojo. Pero estaba equivocado, muy en el fondo de su alma otro era el motivo de que su cuerpo reaccionara de esa manera.
Cuando lo vio entrar en aquella pequeña y austera habitación, su corazón dio un vuelco que literalmente le robo el aliento. Pro un momento que pareció durar años, sólo el silencio dominaba el ambiente. Fue la mirada gélida de Camus la que había detenido el tiempo cuando sus propios ojos fueron capturados por esas joyas de color celeste, y había olvidado completamente el motivo por el cual quería enfrentarse a él. El fuego de su venganza se empezaba a apagar muy en contra de sus deseos.
¬ —Isaac, tanto tiempo—
Fue la potente voz del francés inundando aquel recinto, la que hizo que su joven alumno regresara a esta realidad, dispuesto a dar pelea, se acerca amenazante a aquel cuerpo imponente para reclamar a voz viva
—Cómo pudiste abandonarme, cómo pudiste olvidarme, fui fiel a tus enseñanzas, fui fiel a lo que se esperaba como caballero, y aún así me abandonaste por ese que sólo deseaba el poder para sus deseos egoístas, por alguien que no era lo suficientemente fuerte —
La furia de Isaac llega a un pico y después se va desvaneciendo, por la imagen de aquel hombre, por su porte, por su aroma, todo aquello que empezaba a dominar sus sentidos; sus gritos se van desvaneciendo hasta que lo último que sale de su boca es más una súplica
—¿por qué?—
La mirada del caballero dorado no se había desviado ni un ápice de su pupilo, fría e indescifrable hasta que esa voz y esas palabras movieron su mundo.
Isaac no esperaba lo que sucedió a continuación, de todo lo que pudo creer que pasaría, esto era lo último que podía haber pasado por su mente, aunque no por sus fantasías. Las fuertes manos de Camus tomaron su cuerpo con fuerza, fue atrapado entre aquel musculoso cuerpo y aquella pared fría y dura.
—Isaac, no te busque porque tu desaparición me dejó tan abrumado que no fui capaz de pensar con claridad, pensé que si me olvidaba, no sería cierto y que sólo te habías ido, Hyoga estaba tan convencido de la verdad, que mejor me enfoque en su entrenamiento para no pensar, cobardemente me olvide, pero ahora estás aquí--
Camus atrapa los labios de Isaac sin preámbulos, y el joven discípulo pierde la batalla contra sí mismo, su deseo de venganza muere en el mismo instante que aquellos labios tocaron los suyos, entregándose dócilmente a su maestro, intensificando el contacto al abrazarlo, pegando su cuerpo al objeto de su afecto tanto tiempo anhelado. No hay necesidad de palabras, no hay necesidad de explicaciones, sus cuerpos conocen el lenguaje adecuado y su piel es la que hablará por ellos.
Isaac está ansioso, su piel arde mientras sus manos recorren al francés con premura, desesperado por aquella ropa que le impide tocar la piel y el calor de aquel hombre. Sin embargo es Camus quien impone el ritmo, pausado, controlado, es él quien toma al joven y lo desnuda sin mostrar algún tipo de emoción en su rostro. Lo recuesta en el suelo y de píe sobre él lo admira, mirando desde la punta de sus pies hasta su rostro. El caballero dorado decide entonces despojarse de sus propias ropas, torturando al más joven al no apresurarse en su tarea, su piel se va mostrando poco a poco en una danza suave y lenta, hasta que todo su cuerpo ha quedado expuesto y es su propia hombría la que demuestra el deseo que realmente siente.
El discípulo siente deseo desesperado de sentirse dominado y poseído por aquel ser, amo y señor de los hielos eternos, abre las piernas inconscientemente exponiendo su parte más intima en un acto de completa sumisión, Camus es tocado por esa acción, su deseo se desborda y su control desaparece, se recuesta sobre el cuerpo del joven seguidor de Poseidon y se apodera de los suaves labios del que está a punto de convertirse en su amante. Isaac gime y no puede más, toma entre sus manos la hombría de Camus y la guía a su entrada, sus piernas se elevan para rodear la cintura del mayor, y sin esperar más, se aprieta contra aquel cuerpo sintiendo como es penetrado en un acto de deseo desenfrenado; una mezcla de dolor y placer recorren la espalda de Isaac, y se pierde en el éxtasis de tener a aquel hombre en su interior.
Camus es víctima de la impaciencia de si alumno, aquella abrupta presión sobre su miembro lo descontrolan, obligándolo a ser un amante deseoso y apasionado, tomando a su amante de las muñecas al tiempo que lo embiste con fuerza; llegar a lo profundo de aquel cuerpo lo hace gemir y es una consecución de gemidos y jadeos lo que siguen mientras las penetraciones no se detienen. El joven discípulo se empieza a perder frente al deseo desenfrenado de su maestro, y su única acción es regalarle su cuerpo y sus gemidos se unen a los del hombre que lo está marcando como suyo. Un acto tan deseado que no importa el tiempo que transcurre, solo sus cuerpos sudorosos son testigos de tanta pasión y deseo contenido.
El éxtasis, el clímax, la cúspide de esa unión llega para ambos en derroche de placer y un profundo orgasmo que invade ambos cuerpos, el semen de Camus inunda el interior de Isaac, caliente y abundante marca para siempre aquel cuerpo como suyo, y la semilla del más joven cubre la piel de ambos hombres que ahora se contemplan con un dejo de amor, pasión y tristeza, un último beso, profundo y largo.
Ambos se ven por última vez, aún en ese abrazo, en esa unión que fue en pocas palabras sublime, es hora de despedirse, han venido de nuevo a este mundo solo para esto, y es tiempo de que partan de nuevo a la inmensidad, sus cuerpos prestados desaparecen lentamente, mientras por última vez pueden verse y tocarse.
Sólo queda en aquel cuarto, la esencia de un amor que lucho desesperado por realizarse, por tener aunque sea una última oportunidad, más allá de la muerte.