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El magistral atardecer magenta comenzaba a quedarse atrás con los pigmentos azul oscuro que comenzaban a pintar el cielo, llevándose los rastros de luz que iluminaban la entrada del onceavo recinto. Las doncellas comenzaron a encender las antorchas en el templo, mientras yo me preparaba para continuar con mi lectura vespertina acompañado por un delicioso sorbo de café cargado.
Tomé uno de los tantos libros que habían en la biblioteca, y me dirigí hacia otra parte del templo donde sabía podía concentrarme perfectamente en las palabras del escritor mientras bebía. Al caminar los amplios y oscuros pasillos, noté que el templo estaba inundando por el aroma de las semillas tostadas. Cerré los ojos y me perdí completamente en aquella hechizante fragancia.
Cuando estuvo en la pequeña y cómoda estancia, me dirigí hacia uno de los mullidos sillones con acabados en madera y cojines de color turquesa. Me llevé la taza de café hacia los labios, me senté en el sillón y me dispuse a continuar con mi lectura.