Una nueva partida entre ambos, un nuevo juego inventado por ellos, una variante del ajedrez tradicional que los había unido por primera vez. El ajedrez, juego histórico proveniente de la antigua Arabia y que se había desparramado por todo el mundo. A lo largo de su historia había provocado que muchas parejas se unieran en torno en ella y también que muchos escritores como Borges le dedicaran algún poema.
En esta oportunidad el ajedrez servía para que dos amantes se entretuvieran y se amaran en la sexta casa del Santuario de la diosa de la tierra, de la diosa de la guerra justa y la sabiduría o en pocas palabras de Atena. Por cada pieza negra era una ropa que perdía el ángel de cabellos lilas, por cada pieza blanca era una ropa que perdía el ángel de cabellos rubios. El piso del sexto templo estaba regado por las piezas perdidas por cada bando. Se veían zapatos, medias, pantalones, remeras, un cierto chaleco típico de Jamir, etc.
-Sha… sha…ka – el gemido intenso provino de los labios de Mu al sentir el piso frío del templo en su espalda – auch… espera… hay… algo – Mu se arqueó suavemente y el caballero de Virgo sacó de su espalda una pequeña figura… un alfil.
-Creo que hay una pieza curiosa por aquí – sonrió suavemente Shaka mientras la tomaba con sus manos – curiosa.
Mu abrió sus ojos para ver la figurilla que Shaka deslizó por su cuello arrancándole un estremecimiento instantáneo de placer. Era una sensación extraña, el frío de la pieza por su cuello mientras el calor que le propinaban las manos de Shaka aumentaba de a poco.
La pieza trazó un recorrido cada vez más hacia el sur, un recorrido de estremecimientos hasta que Shaka la dejó a un lado y fueron sus labios los que tomaron una y otra vez la piel del carnerito.
-Sha…ka ¡¡Shaka!! – Mu deslizó sus manos por la espalda de su amante para aproximarlo aún más a su cuerpo, sus cuerpos se fueron fundiendo cada vez más, el espacio se hizo mínimo y los últimos resquicios de sus mentes se adormecieron.
-Te amo, Mu – susurró Shaka en sus oídos mientras el cuerpo del lemuriano era suyo y el vaivén rítmico y demandante colmaba de placer todos sus sentidos.
-¡Shaka! ¡Te a…mo! – respondió Mu entre jadeos cada vez más profundos e inconscientes.
Sus nombres eran un karma perpetuo, un mantra que se repetía hasta dar la sensación de abandono total de uno en los brazos del otro.
Mucho tiempo después, la luz del amanecer envolvió a las dos figuras que envueltas entre las sábanas de la cama de Shaka se disponían a realizar una nueva partida de ajedrez.
Las piezas fueron ordenadas de nuevo, colocadas en orden sobre el tablero y un nuevo juego comenzó… ¿qué número? ¡Creo que hasta las fichas perdieron la cuenta de la cantidad de veces que habían sido usadas como un juego paralelo entre los dos amantes! Pero si sabían el desarrollo del juego… un juego ganado por Shaka, un juego ganado por Mu, un juego ganado por Shaka y un juego ganado por Mu y así hasta que la secuencia tomaba un tinte cansino para las fichas pero no para los protagonistas.
En esta oportunidad el ajedrez servía para que dos amantes se entretuvieran y se amaran en la sexta casa del Santuario de la diosa de la tierra, de la diosa de la guerra justa y la sabiduría o en pocas palabras de Atena. Por cada pieza negra era una ropa que perdía el ángel de cabellos lilas, por cada pieza blanca era una ropa que perdía el ángel de cabellos rubios. El piso del sexto templo estaba regado por las piezas perdidas por cada bando. Se veían zapatos, medias, pantalones, remeras, un cierto chaleco típico de Jamir, etc.
-Sha… sha…ka – el gemido intenso provino de los labios de Mu al sentir el piso frío del templo en su espalda – auch… espera… hay… algo – Mu se arqueó suavemente y el caballero de Virgo sacó de su espalda una pequeña figura… un alfil.
-Creo que hay una pieza curiosa por aquí – sonrió suavemente Shaka mientras la tomaba con sus manos – curiosa.
Mu abrió sus ojos para ver la figurilla que Shaka deslizó por su cuello arrancándole un estremecimiento instantáneo de placer. Era una sensación extraña, el frío de la pieza por su cuello mientras el calor que le propinaban las manos de Shaka aumentaba de a poco.
La pieza trazó un recorrido cada vez más hacia el sur, un recorrido de estremecimientos hasta que Shaka la dejó a un lado y fueron sus labios los que tomaron una y otra vez la piel del carnerito.
-Sha…ka ¡¡Shaka!! – Mu deslizó sus manos por la espalda de su amante para aproximarlo aún más a su cuerpo, sus cuerpos se fueron fundiendo cada vez más, el espacio se hizo mínimo y los últimos resquicios de sus mentes se adormecieron.
-Te amo, Mu – susurró Shaka en sus oídos mientras el cuerpo del lemuriano era suyo y el vaivén rítmico y demandante colmaba de placer todos sus sentidos.
-¡Shaka! ¡Te a…mo! – respondió Mu entre jadeos cada vez más profundos e inconscientes.
Sus nombres eran un karma perpetuo, un mantra que se repetía hasta dar la sensación de abandono total de uno en los brazos del otro.
Mucho tiempo después, la luz del amanecer envolvió a las dos figuras que envueltas entre las sábanas de la cama de Shaka se disponían a realizar una nueva partida de ajedrez.
Las piezas fueron ordenadas de nuevo, colocadas en orden sobre el tablero y un nuevo juego comenzó… ¿qué número? ¡Creo que hasta las fichas perdieron la cuenta de la cantidad de veces que habían sido usadas como un juego paralelo entre los dos amantes! Pero si sabían el desarrollo del juego… un juego ganado por Shaka, un juego ganado por Mu, un juego ganado por Shaka y un juego ganado por Mu y así hasta que la secuencia tomaba un tinte cansino para las fichas pero no para los protagonistas.
