Married
¡Qué dolor! ¿Era la punzada en la cabeza, la luz o el extraño olor?
Tenía la boca seca y amarga. Quería levantarse, pero cada vez que se movía para intentarlo, innumerables calambres se hacían apropio del cuerpo; uno especialmente le llamaba la atención, por encontrarse en una zona “poco frecuente”.
No recordaba haber experimentado esa sensación nunca… excepto…
En la espalda baja reconoció la molestia propia de una relación sexual, pero a la cabeza no le venían imágenes de nada acontecido las últimas horas; y él, pareja no tenía. Cual pantalla en el cine, su cabeza estaba en blanco.
Dio un alarido cuando se dio la vuelta en la cama, y aunque con esfuerzos, logró abrir los ojos: Advirtió cortinas de color carmesí, doseles dorados en la cama y colgaduras de seda a un tono par a la alfombra. La pintura de las paredes era de un tono crema, y la luz tan tenue que apenas si le molestaba la retina.
No reconocía la cama, o la habitación. Estaba solo, y para su sorpresa, se encontraba a varios kilómetros del santuario; lo sabía porque la habitual presencia de Aldebarán unos escalones más arriba, ni siquiera se sentía lejana.
Murmuró una serie de frases incomprensibles mientras intentaba ponerse de pie con preguntas, confusión y más sed que ganas de responderlas.
¿Habría sido violado? ¿Cómo? ¿Él, un caballero dorado? ¿Él, Mu de Aries?
En aquél momento se abrió una de las puertas que tenía al fondo, y la persona que aparecía apenas vestido con una bata lo sorprendió de golpe, tanto que tuvo que elevar la sabana hasta los pezones para cubrirlos con pudor.
— ¡TÚ!--. Gruñó. De todas las personas en el mundo, de todas las que habitaban en el santuario, no podía creer que fuese Kanon “su acompañante”, y el culpable, por supuesto, de “ese” dolor.
— ¡Ah! Despertaste…— Comentó escuetamente, mordiendo una manzana que llevaba en la mano. Al ver la fruta, el estómago de Mu le recriminó como si no hubiese probado alimento en semanas, haciendo el chillido como de una rata.
Se olvidó de aquello frunciendo el seño y bajando los párpados apenas a la mitad de la retina, pues Kanon siempre le hacía burla de sus rasgos “femeninos y delicados” (como decía él), como para hacer preguntas y quedar como una típica doncella.
No lo necesitaba, llegaría al final del asunto solo.
Tomó un poco de aire, intentó calmarse y cubriéndose todavía con la sábana y evitando esos pensamientos alarmantes que los involucraran a ambos, trató de incorporarse: mirar la ropa regada en el piso no le hizo sentirse mejor. El recuerdo de un beso apasionado, fue borrado al mover la cabeza de un lado a otro de forma acelerada.
El gemelo caminó hasta la cama y se sentó en un costado todavía comiendo. Mu tuvo que agarrarse la cabeza con el temor de que esta se le desprendiera del cuello.
— ¿Quieres que te ayude? — Mu descubría que el tono de su voz era molesto, pues le producía punzadas a la altura de la sien. Mu lo consideraba como un malestar crónico que con el paso de los días (temía) se volvería letal.
Normalmente intentaba ignorarlo, en aquella situación desconocía el modo.
Se enredó la sábana cual vestido alrededor del cuerpo, y sosteniéndose del dosel, logró ponerse en pie. Kanon le siguió con la mirada.
— Lindo… Debiste usarlo anoche—. Se rió.
El ariano intentó no sonrojarse, no obstante el color subió sin control por su rostro.
De nuevo hizo el esfuerzo por mantenerse en calma, pero era como detener la ira de un volcán. Su risa le producía una extraña sensación en el estómago más parecido al revoloteo de un murciélago –con sus pequeñas garras y dientes- que al de una mariposa.
— Cállate…— Murmuró, odiándose por haberle respondido. Con los hilos de la alfombra cosquilleándole los pies, y el cabello resbalándose por arriba de los hombros, a pasos cortos, pero firmes, intentó recoger el primer bóxer blanco que tenía a la vista…
— Ese es mío, cariño…— El modo en que recalcó aquella palabra volvió a producirle la sensación del murciélago rascándole los intestinos.
— No importa lo que haya pasado… o lo que creas que pasó, no intentes hacerte el cuerdo conmigo—. Y descubrió que no muy lejos de la prenda nívea se encontraba otro en tono lila… Esos si eran suyos, y los reconoció por la etiqueta color roja que nunca faltaba en su lencería. Kanon cruzó una pierna de un modo tan descarado, que enseñó el bulto sin “envoltura” que llevaba bajo la bata. Mu no pudo más. Decidió que no lo volvería a mirar en todo lo que le restara de vida.
Caminó de nuevo, recogió a pesar del dolor la prenda, y antes de poder enredarse por completo, las manos del ex dragón marino ya se encontraban situadas sobre su cadera.
— Me encanta cuando te pones sexy para mi…— Y encorvándose también le acarició el pecho.
El ariano creyó enloquecer.
Furioso comenzó a gritar y a patalear mientras el mayor lo tomaba entre sus brazos y lo tendía de nuevo en la cama. Peleó, gruñó y se resistió al arresto, pero Kanon le ganó la batalla; por su fuerza, su edad, su experiencia… Mu no lo comprendió.
Y fueran las últimas palabras las que le dejaron finalmente quieto.
— Eres mi esposo… no puedes negarte…— Y no supo si fue la lengua del gemelo apropiándose del lóbulo en el oído, o…
— ¿Esposo?- El murciélago, la sorpresa, su acoso, la situación, o la confusión…
El peliazul no comentó otra palabra. Tomó la muñeca derecha que continuaba apresando bajo el peso de su mano, y la jaló a la altura de sus ojos para mostrarle un anillo color dorado que reposaba en el cuarto dedo ariano.
— ¿¡Pero qué demo…!?- La exclamación fue anulada con el ataque de un beso demasiado intenso, para ignorarlo. Mu continuó el forcejeo porque necesitaba respuestas y porque odiaba darle la victoria.
No recordaba nada. No sabía dónde estaba o cómo es que había terminado en aquél lugar, bajo esa situación precisamente con él. Tenía un efímero sentimiento viniéndole a la cabeza envuelto por un amargo recuerdo, y después… el sabor de vodka, algo de tequila, un bar y la tele transportación… Las Vegas… música y…
Se quedó tan quieto como un maniquí, tanto, que atrajo sin desearlo la atención del mayor.
— ¿Ahora qué? — Mu frunció el entrecejo, pero no se retiró.
— ¿Bebiste?—Inquirió.
— ¿Anoche? — Sonrió. — Un par de copas, dos botellas y tal vez algo más fuerte que no recuerdo. Tengo resistencia. – Mentira, no la tenía y la argolla en el dedo lo demostraba. También recordaba apenas lo ocurrido, aunque la resaca era menor.
Mu lo miró a los ojos. Lo maldijo mentalmente, pero no demostró ninguna respuesta: sus propias pupilas lo traicionaron y Kanon vio en ellas la única razón para no negarse a contraer matrimonio.
Le lamió la mejilla y sin decir más lo dejó ahí acostado, relegado, con mil preguntas que inundaban su mente una tras otra.
Se hizo el silencio. Kanon levantó el pie sobre la rodillas contraria y comenzó a buscar sabía Athena qué sobre la planta del pie. Mu lo miró de soslayo, exhaló y decidió que se marcharía. Se levantó de la cama y tan pronto como volvió a intentar tomar una prenda, los brazos del ex dragón marino lo regresaron directo a la cama…
De nada le serviría negarse, al final y al cabo era su esposo después de perderse demasiado lejos del santuario, por una tarde copas.
Porque lo que pasa en las Vegas… se queda en las Vegas. Tal como el famoso lema de la casa de Libra.