Bueno, este fic lo escribi hace como 2 años =) lo hice especialmente para mi actual novio n.n
Los días en aquella fortaleza siempre eran los mismos, entrenamientos a toda hora del día, uno que otro aprendiz que al no poder resistir lo arduo de su tarea caía muerto tras dar sus últimos pasos, todo igual cada día era lo mismo.
La monotonía podía llegar a ser mala incluso para una amazona, ella se encontraba caminando con sus manos tocando el enrejado que le impedía el paso hacía otro lugar y es que es así como debía de ser, ellas siempre estarían ocultas no solo tras una mascara que disfrazara su feminidad convirtiéndolas en caballeros capaces de hacer lo que un hombre hacia, también estaba esa gruesa línea impenetrable obstaculizando cada uno de sus sentimientos, abandonando no solo su fina y delicada figura, si no sus más puros sentimientos, sentenciándolas a una vida sin poder amar a nadie.
Detrás de la mascara sus ojos se cristalizaban, su vista se perdía en el horizonte en donde a lo lejos se distinguían las 12 casas del zodiaco, sin embargo a ella solo le interesaba una de ellas, una que cada día veía más inalcanzable, sus pensamientos fueron interrumpidos por un grito a sus espaldas con pesar giro su cabeza notando a una chica cayendo justo a sus pies, reacciono unos segundos más tarde hincándose en el suelo, pasando con lentitud su mano por un mechón de cabello de la chica apartándolo de su rostro, ella había perdido su mascara y por consiguiente la pelea.
La chica abrió sus ojos y miro la plateada mascara completamente lisa, su cabello corto y pelirrojo y vistiendo una armadura de plata. Levanto su mano como pudo y sostuvo la de ella suplicando por su ayuda, Marín se quedo un minuto únicamente contemplado la figura que yacía frente a ella, levanto el rostro encontrándose con la jefa de las amazonas y su fría mascara cubriendo su extrañamente angelical rostro.
- “Marín, ¿acaso piensas ayudarla? ¡Tu conoces muy bien las reglas!” – Su voz sonaba a una orden, en lugar de a un simple comentario.
Ella soltó su mano del amarre al que había sido sometida, se levanto y encaro a la cobra, su voz siempre dulce hablo con firmeza, mirando de reojo y hacia abajo a la otra.
- “Si no estas preparada para esta clase de entrenamientos, quizás deberías reconsiderar el ser una amazona” – La chica a sus pies comenzó a llorar, esperaba una ayuda y le fue otorgada una indiferencia.
Marín por su parte empezó a caminar pasando a un lado de Shaina, justo cuando su hombro toco el suyo le susurro unas ultimas palabras antes de irse.
- “El ser fuerte no quiere decir que debas aprovecharte Shaina” – Bajo su mascara la cobra hacia una mueca con sus labios, mordiéndose el inferior en un intento vano por serenarse, por todos era bien sabido la rivalidad existente entre ambas chicas, apretó los puños a los costados de sus piernas y continuó su camino para castigar a la otra chica.
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En las doce casas uno de sus guardianes subía presuroso las escalinatas que lo llevarían al templo de Athena, faltándole únicamente por pasar las escaleras de piscis hacia los aposentos del patriarca, al llegar abrió la enorme puerta dejando el espacio suficiente para su cuerpo, dio un paso y se topo con otra figura, levanto la vista encontrándose con las penetrantes pupilas violeta y los característicos puntitos en lugar de cejas arriba de sus ojos, el lemuriano lo miro haciendo un mohín de superioridad que pronto fue remplazado por su mirada serena.
- “Aioria, la señorita te esta esperando adelante, pasa” – Se removió hacia un costado dándole el paso libre.
-“Gracias su excelencia” – Paso a su costado dándole la espalda, Shion salio y cerro la puerta detrás de él, dejando al caballero de leo solo en aquel lugar.
Su camino era lento, pausando cada paso que daba esperando apenas una milésima de segundo para dar del siguiente, cuando por fin el trono estuvo en su campo de visión sus ojos alertaron la esbelta figura de su diosa acompañada por Niké en su mano derecha, la mirada de ella se poso en sus ojos de esmeralda, mirándole con aquella ternura tan característica en ella.
-“Aioria, te esperaba caballero de leo” – El tono dulce acompañado del elegante movimiento de su mano, el caballero frente a ella se arrodillo ante su divina presencia, su mano quedo sobre su pecho acompañando a su muestra de total respeto.
-“Athena, he venido atendiendo a su llamado, dígame, ¿en que puedo servirle?”- Agacho la cabeza y su mirada se poso en la alfombra roja que cubría esa parte del piso.
Ella sonrió, y ante la incredulidad del griego se levanto de su asiento, su vestido caía por el caudal de sus piernas, siendo arrastrado apenas mientras ella caminaba hasta quedar frente a él, su mano se estiro tocando la cabeza del caballero que pronto levanto la vista encontrándose con sus ojos, ella continuaba con su enigmática pero tierna sonrisa adornando su faz, él por su parte se sintió embelezado por su mirada, por esas pupilas de tonalidad cambiante, sus mejillas se colorearon en un tenue tinte rojizo pensó en desviar su mirada pero ella lo sorprendió inclinándose un poco, deslizando su mano por su mejilla hasta quedar descansando entre su mentón y su pómulo izquierdo.
-“Athena…”- Murmuro sin quitarle la vista de encima.
Con gran disimulo la Diosa rió coquetamente, curveando aun más sus labios haciendo así más amplia su sonrisa.
-“No es necesario tanto decoro Aioria…”- Cuantas veces no había escuchado salir aquellas palabras de esos labios, si en algo ella era diferente al resto de los dioses era en la humanidad que poseía, en esa amabilidad “indigna” con la que trataba incluso a sus caballeros.
El caballero no dijo nada, no expreso palabra ni sonido alguno, permaneció en silencio contemplando la belleza prohibida de aquella mujer que, sin querer le robaba algo más que el aliento.
-“Necesito que escoltes a unos caballeros hasta aquí, ellos te estarán esperando en el puerto de la ciudad, Aioria es de suma importancia que lleguen hasta mi presencia”- Cuando ella pedía una orden su voz era firme pero sin dejar de ser dulce, eso a Aioria le hacia su tarea aun más sencilla, pues en sus pensamientos no cumplía una orden si no un deseo de su Diosa, de una amada e inmaculada rosa blanca que como la manzana en el cuento, era prohibida.
-“Será todo un honor cumplir con esa labor Athena”- Se atrevió a tomar su mano y depositar un suave beso sobre el dorso de esta.
Se levanto lentamente y quedando lo suficientemente cerca de su frágil figura, la mano de ella continuaba enlazada entre la suya, sus ojos fijos en los suyos y sus labios moviéndose intentando articular palabra, tanteado el confesarle lo que sentía cada vez que la tenia cerca, pero como de costumbre le era imposible, como una maldición que le seguía constantemente el sonido de un toquido a sus espaldas realizo la sentencia de perder la mano de ella, la cual se alejaba lentamente escurriéndose por sus dedos, lo ultimo que vio fue su cabello cayendo cual cascada por su espalda, volvió a inclinarse despidiéndose, cuando alzo la vista ella estaba de nuevo sentada sobre aquel trono, su mirada había cambiado a una fría e indiferente acentuando su posición de Diosa.
Resignado dio media vuelta y comenzó a caminar hacia la salida, Shion se despidió de él con la mirada y ocupo su lugar aun lado de ella, Aioria salio y cerro suavemente la puerta.
Era casi el medio día el sol en Grecia quemaba y el calor se volvía sofocante, el caballero del águila comenzó a bajar rumbo al pueblo, pensó en distraerse un poco con el bullicio de la gente, su andar la llevo hasta una tienda donde vendían libros se detuvo en el aparador y comenzó a leer un par de títulos frente a sus ojos.
Las personas a su alrededor la trataban con respeto, no era común tener a una amazona visitándoles pero sin duda aquellas mujeres se ganaban la admiración de las pueblerinas quienes las respetaban como si fuesen semi diosas pisando la tierra en la que vivían.
Marín estaba tan metida en su lectura que no hizo reparo en la figura griega que se acercaba a sus espaldas, caminando por entre la ciudad y vistiendo obligatoriamente una armadura de oro, el león dorado saludaba amablemente a las personas, los niños apresuraban su paso quedando a su lado tomando su mano, sonriéndole con alegría, una que el devolvía gustoso de sus labios.
Su atención se vio desviada al percatarse de la alegoría de las personas cercanas a ella, eso solo podía significar una cosa, un caballero de la orden más alta se encontraba detrás de ella, se giro para descubrir la identidad del desconocido, pero al verle sus piernas comenzaron a flaquearle de todos los caballeros de oro ¿por que debía ser precisamente él a quien se encontrara?
-“Aioria…”-Ese nombre saliendo de sus labios, se estremeció su mano toco la fría mascara y acallo sus ya sellados labios.
Aioria bajo de inmediato al pueblo, sin detenerse ni siquiera a saludar a su compañero y amigo de armas, un escorpión griego como él y mujeriego como el solo.
Una vez en el pueblo su intento por pasar desapercibido se vería frustrado por la reluciente armadura, pero no tenia otra opción había que vestirla para ser reconocido por aquellos visitantes; además era una orden de ella, y ¿Quién era él para desobedecerla?, aun más… ¿Quién era él para amarla?, movió su cabeza sacando esa pregunta de su pensamiento, regañándose así mismo ‘Aioria, tu sabes que eso es imposible’.
Faltaba poco para llegar a su destino se detuvo a saludar a algunas personas, mientras lo hacia sintió que era observado por un cosmos de una intensidad inusual en alguien del pueblo, volteo la cabeza de un lado para encontrar su origen, la línea de sus ojos iba directo a la librería pero allí ya no había nadie, restándole importancia partió hacia su destino.
Marín apenas había logrado refugiarse dentro del local cuando Aioria comenzó a buscarla por entre la gente, recargo su espalda en la pared y suspiro, cuando nadie la veía se saco la mascara de su rostro y limpio las pequeñas gotas que resbalaban sobre su piel, se volvió a poner el falso rostro de metal y salio de la tienda.
El cielo se cubría de nubes y una inesperada lluvia inicio su espectáculo cubriendo al pueblo de agua. La pelirroja busco un techo donde permanecer hasta pasado el diluvio y a su lado alguien más ocupo su lugar.
-“Lluvia, perfecto ahora me retrasare”- La tonalidad de su voz era de un total fastidio, sin duda tenia la peor de las suertes, se apresuro a buscar en donde pasar la lluvia.
Encontró techo en un local cercano, se quito el casco y lo abrazo a un costado de su cintura, paso su mano por su alborotada cabellera secándose las partículas de agua, fue entonces cuando la vio, ahí de pie junto a él.
-“¿Marín?” – El cuerpo de ella se movió dando un ligero salto, levanto el rostro y…
-“Caballero de leo” –
-“¿Caballero de leo?, vamos Marín sabes que tu puedes tutearme” –Le extraño esa forma en la que la amazona le llamaba, ella nunca había hecho eso antes.
- “¿Qué haces aquí?, tenia mucho tiempo si verte, comenzaba a extrañarte”-
-“Nada, solo vine a distraerme un poco, ¿y tu?, es raro verte por esta parte del pueblo y vistiendo tu armadura”- La vista de ella estaba fija en las gotas que caían, no se atrevía a mirarlo de frente.
-“Si la armadura”- Comento, mirándose así mismo vistiendo ‘eso’. –“Vine por ordenes de Athena para escoltar a unas personas hasta su templo”-
-“Comprendo”- Fue su única respuesta, subió sus manos y abrazo su cuerpo dándose calor, comenzaba a pegar el aire frió y ella solo contaba con la escasa armadura de plata.
Aioria al notarlo se quito su capa, que si bien no estaba completamente seca, tampoco estaba tan mojada, la coloco sobre sus hombros y la atrajo hacia su pecho procurándole calor al encender levemente su cosmos.
-“Si tenias frió me lo hubieses dicho antes”- Bajo su mascara, Marín sonría a la par en la que se sonrojaba, se acuno sobre su pecho y emitió un “Mm.”, en un intento de afirmación y agradecimiento por sus acciones.
Permanecieron esa posición durante un rato, él abrazándola y procurándole calor, ella recostada sobre su pecho con su mano sobre el frió oro de su armadura. Su sueño hecho realidad pensaba ella, se vio obligada a romper el silencio.
-“Aioria”- Lo llamo, él tomo su rostro con suavidad, los ojos de leo siempre irradiaban una gran nobleza y hasta cierto punto una muestra de ternura.
-“¿si?”- La atmósfera misma parecía perfecta, llovía y las gotas salpicaban en el suelo mojando sus zapatos y la parte superior de sus tobillos, el viento mecía sus cabellos y los de su acompañante, el calido cosmos de Aioria la envolvía en un afectuoso y protector abrazo.
-“Te noto muy feliz, ¿acaso hay alguien en tus pensamientos?”- Eso no se lo esperaba, repentinamente soltó el delicado rostro y se coloco nervioso, sus mejillas se tiñeron de un claro tono rojo.
-“Que… No… no… yo... ¿Por qué me has preguntado eso?”-
-“Curiosidad” –
-“Quizás… la hay…”- Avergonzado bajo su mirada, la parte superior de su rostro quedo cubierta por su cabello cuando agacho a su vez la cabeza.
-“Y… ¿Puedo saber quien es? –Daría su vida por que su nombre saliera de sus labios, otorgándole la bendición de estar presente en sus pensamientos, sin embargo un dolor agudo en su pecho le replicaba lo contrario a su sentir.
-“¿Quién es?... bueno ella…”-
-“¿si?”- La amazona acorto aun más la distancia, al moverse la capa cayo por sus hombros hasta llegar al suelo, las gotas comenzaban a disminuir y el sol parecía estar por asomarse por entre las nubes.
Aioria la miro con curiosidad, teniéndola tan cerca se podía respirar en el aire su dulce aroma, sus nervios aumentaron al sentir la mano de ella rozando su mejilla, al percatarse de que su mano libre tocaba el borde de su mascara, el caballero de leo sudo eso solo podía significar una cosa, ya que la lógica le decía que ella era incapaz de matarlo solo le quedaba una opción.
-“Marín… yo… ella…”- La idea no le desagradaba sin embargo, si permitía que ella continuara se veía en un problema de proporciones bíblicas, si hería su corazón no solo podía morir en manos de la amazona, si no que también tendría que soportar a cierto japonés que le reprocharía el lastimar a su querida maestra.
Salvación, la luz del sol irradio sus rayos hasta donde ellos se encontraban, fue entonces cuando un cosmos inmenso lleno el lugar.
-“¡Aioria!” – La voz retumbaba no solo en su voz, si no en la de todos los presentes en el lugar.
-“Athena”- Respondió apresurado y subiendo el tono de sus cuerdas vocales.
Desde su trono Saori suspiraba con tranquilidad, al fin había escuchado su llamado y esta vez podía entregar su misiva de manera privada.
-“Aioria, discúlpame que te interrumpa debido a la lluvia los hombres que esperaba están ahora en un restaurante a unos pasos de donde te encuentras, por favor ve por ellos” – Al terminar su frase su cosmos dejo de sentirse, leo sonreía sin darse cuenta y el brillo de sus ojos denotaba su amor.
Marín miro atentamente los acontecimientos, sintiéndose derrotada al percatarse de la dulzura en los ojos del griego cuando la escucho.
-“A la orden Athena”- Exclamo tras unos minutos, cuando por fin recupero el orden de sus pensamientos. –“Discúlpame pero debo irme”- Con delicadeza tomo las manos de ella separándolas de su cuerpo, quiso decirle más, algo sobre lo que estaba apunto de suceder momentos antes, pero no lo hizo, se inclino y beso la metálica mejilla susurrándole un ‘perdóname’, cerca de su oído y se retiro a cumplir con su tarea.
Tardo en reaccionar, se agacho para tomar la capa que aun estaba sobre el suelo, la abrazo contra su cuerpo sin importarle que se mojara al hacerlo.
-“Yo también lo siento Aioria…. Ella… posiblemente es tan inalcanzable…. Como lo eres tu para mi…”- Levanto su cabeza al cielo ya despejado, y miro al horizonte por última vez antes de retirarse.
Fin
Entre la lluvia
Los días en aquella fortaleza siempre eran los mismos, entrenamientos a toda hora del día, uno que otro aprendiz que al no poder resistir lo arduo de su tarea caía muerto tras dar sus últimos pasos, todo igual cada día era lo mismo.
La monotonía podía llegar a ser mala incluso para una amazona, ella se encontraba caminando con sus manos tocando el enrejado que le impedía el paso hacía otro lugar y es que es así como debía de ser, ellas siempre estarían ocultas no solo tras una mascara que disfrazara su feminidad convirtiéndolas en caballeros capaces de hacer lo que un hombre hacia, también estaba esa gruesa línea impenetrable obstaculizando cada uno de sus sentimientos, abandonando no solo su fina y delicada figura, si no sus más puros sentimientos, sentenciándolas a una vida sin poder amar a nadie.
Detrás de la mascara sus ojos se cristalizaban, su vista se perdía en el horizonte en donde a lo lejos se distinguían las 12 casas del zodiaco, sin embargo a ella solo le interesaba una de ellas, una que cada día veía más inalcanzable, sus pensamientos fueron interrumpidos por un grito a sus espaldas con pesar giro su cabeza notando a una chica cayendo justo a sus pies, reacciono unos segundos más tarde hincándose en el suelo, pasando con lentitud su mano por un mechón de cabello de la chica apartándolo de su rostro, ella había perdido su mascara y por consiguiente la pelea.
La chica abrió sus ojos y miro la plateada mascara completamente lisa, su cabello corto y pelirrojo y vistiendo una armadura de plata. Levanto su mano como pudo y sostuvo la de ella suplicando por su ayuda, Marín se quedo un minuto únicamente contemplado la figura que yacía frente a ella, levanto el rostro encontrándose con la jefa de las amazonas y su fría mascara cubriendo su extrañamente angelical rostro.
- “Marín, ¿acaso piensas ayudarla? ¡Tu conoces muy bien las reglas!” – Su voz sonaba a una orden, en lugar de a un simple comentario.
Ella soltó su mano del amarre al que había sido sometida, se levanto y encaro a la cobra, su voz siempre dulce hablo con firmeza, mirando de reojo y hacia abajo a la otra.
- “Si no estas preparada para esta clase de entrenamientos, quizás deberías reconsiderar el ser una amazona” – La chica a sus pies comenzó a llorar, esperaba una ayuda y le fue otorgada una indiferencia.
Marín por su parte empezó a caminar pasando a un lado de Shaina, justo cuando su hombro toco el suyo le susurro unas ultimas palabras antes de irse.
- “El ser fuerte no quiere decir que debas aprovecharte Shaina” – Bajo su mascara la cobra hacia una mueca con sus labios, mordiéndose el inferior en un intento vano por serenarse, por todos era bien sabido la rivalidad existente entre ambas chicas, apretó los puños a los costados de sus piernas y continuó su camino para castigar a la otra chica.
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En las doce casas uno de sus guardianes subía presuroso las escalinatas que lo llevarían al templo de Athena, faltándole únicamente por pasar las escaleras de piscis hacia los aposentos del patriarca, al llegar abrió la enorme puerta dejando el espacio suficiente para su cuerpo, dio un paso y se topo con otra figura, levanto la vista encontrándose con las penetrantes pupilas violeta y los característicos puntitos en lugar de cejas arriba de sus ojos, el lemuriano lo miro haciendo un mohín de superioridad que pronto fue remplazado por su mirada serena.
- “Aioria, la señorita te esta esperando adelante, pasa” – Se removió hacia un costado dándole el paso libre.
-“Gracias su excelencia” – Paso a su costado dándole la espalda, Shion salio y cerro la puerta detrás de él, dejando al caballero de leo solo en aquel lugar.
Su camino era lento, pausando cada paso que daba esperando apenas una milésima de segundo para dar del siguiente, cuando por fin el trono estuvo en su campo de visión sus ojos alertaron la esbelta figura de su diosa acompañada por Niké en su mano derecha, la mirada de ella se poso en sus ojos de esmeralda, mirándole con aquella ternura tan característica en ella.
-“Aioria, te esperaba caballero de leo” – El tono dulce acompañado del elegante movimiento de su mano, el caballero frente a ella se arrodillo ante su divina presencia, su mano quedo sobre su pecho acompañando a su muestra de total respeto.
-“Athena, he venido atendiendo a su llamado, dígame, ¿en que puedo servirle?”- Agacho la cabeza y su mirada se poso en la alfombra roja que cubría esa parte del piso.
Ella sonrió, y ante la incredulidad del griego se levanto de su asiento, su vestido caía por el caudal de sus piernas, siendo arrastrado apenas mientras ella caminaba hasta quedar frente a él, su mano se estiro tocando la cabeza del caballero que pronto levanto la vista encontrándose con sus ojos, ella continuaba con su enigmática pero tierna sonrisa adornando su faz, él por su parte se sintió embelezado por su mirada, por esas pupilas de tonalidad cambiante, sus mejillas se colorearon en un tenue tinte rojizo pensó en desviar su mirada pero ella lo sorprendió inclinándose un poco, deslizando su mano por su mejilla hasta quedar descansando entre su mentón y su pómulo izquierdo.
-“Athena…”- Murmuro sin quitarle la vista de encima.
Con gran disimulo la Diosa rió coquetamente, curveando aun más sus labios haciendo así más amplia su sonrisa.
-“No es necesario tanto decoro Aioria…”- Cuantas veces no había escuchado salir aquellas palabras de esos labios, si en algo ella era diferente al resto de los dioses era en la humanidad que poseía, en esa amabilidad “indigna” con la que trataba incluso a sus caballeros.
El caballero no dijo nada, no expreso palabra ni sonido alguno, permaneció en silencio contemplando la belleza prohibida de aquella mujer que, sin querer le robaba algo más que el aliento.
-“Necesito que escoltes a unos caballeros hasta aquí, ellos te estarán esperando en el puerto de la ciudad, Aioria es de suma importancia que lleguen hasta mi presencia”- Cuando ella pedía una orden su voz era firme pero sin dejar de ser dulce, eso a Aioria le hacia su tarea aun más sencilla, pues en sus pensamientos no cumplía una orden si no un deseo de su Diosa, de una amada e inmaculada rosa blanca que como la manzana en el cuento, era prohibida.
-“Será todo un honor cumplir con esa labor Athena”- Se atrevió a tomar su mano y depositar un suave beso sobre el dorso de esta.
Se levanto lentamente y quedando lo suficientemente cerca de su frágil figura, la mano de ella continuaba enlazada entre la suya, sus ojos fijos en los suyos y sus labios moviéndose intentando articular palabra, tanteado el confesarle lo que sentía cada vez que la tenia cerca, pero como de costumbre le era imposible, como una maldición que le seguía constantemente el sonido de un toquido a sus espaldas realizo la sentencia de perder la mano de ella, la cual se alejaba lentamente escurriéndose por sus dedos, lo ultimo que vio fue su cabello cayendo cual cascada por su espalda, volvió a inclinarse despidiéndose, cuando alzo la vista ella estaba de nuevo sentada sobre aquel trono, su mirada había cambiado a una fría e indiferente acentuando su posición de Diosa.
Resignado dio media vuelta y comenzó a caminar hacia la salida, Shion se despidió de él con la mirada y ocupo su lugar aun lado de ella, Aioria salio y cerro suavemente la puerta.
Era casi el medio día el sol en Grecia quemaba y el calor se volvía sofocante, el caballero del águila comenzó a bajar rumbo al pueblo, pensó en distraerse un poco con el bullicio de la gente, su andar la llevo hasta una tienda donde vendían libros se detuvo en el aparador y comenzó a leer un par de títulos frente a sus ojos.
Las personas a su alrededor la trataban con respeto, no era común tener a una amazona visitándoles pero sin duda aquellas mujeres se ganaban la admiración de las pueblerinas quienes las respetaban como si fuesen semi diosas pisando la tierra en la que vivían.
Marín estaba tan metida en su lectura que no hizo reparo en la figura griega que se acercaba a sus espaldas, caminando por entre la ciudad y vistiendo obligatoriamente una armadura de oro, el león dorado saludaba amablemente a las personas, los niños apresuraban su paso quedando a su lado tomando su mano, sonriéndole con alegría, una que el devolvía gustoso de sus labios.
Su atención se vio desviada al percatarse de la alegoría de las personas cercanas a ella, eso solo podía significar una cosa, un caballero de la orden más alta se encontraba detrás de ella, se giro para descubrir la identidad del desconocido, pero al verle sus piernas comenzaron a flaquearle de todos los caballeros de oro ¿por que debía ser precisamente él a quien se encontrara?
-“Aioria…”-Ese nombre saliendo de sus labios, se estremeció su mano toco la fría mascara y acallo sus ya sellados labios.
Aioria bajo de inmediato al pueblo, sin detenerse ni siquiera a saludar a su compañero y amigo de armas, un escorpión griego como él y mujeriego como el solo.
Una vez en el pueblo su intento por pasar desapercibido se vería frustrado por la reluciente armadura, pero no tenia otra opción había que vestirla para ser reconocido por aquellos visitantes; además era una orden de ella, y ¿Quién era él para desobedecerla?, aun más… ¿Quién era él para amarla?, movió su cabeza sacando esa pregunta de su pensamiento, regañándose así mismo ‘Aioria, tu sabes que eso es imposible’.
Faltaba poco para llegar a su destino se detuvo a saludar a algunas personas, mientras lo hacia sintió que era observado por un cosmos de una intensidad inusual en alguien del pueblo, volteo la cabeza de un lado para encontrar su origen, la línea de sus ojos iba directo a la librería pero allí ya no había nadie, restándole importancia partió hacia su destino.
Marín apenas había logrado refugiarse dentro del local cuando Aioria comenzó a buscarla por entre la gente, recargo su espalda en la pared y suspiro, cuando nadie la veía se saco la mascara de su rostro y limpio las pequeñas gotas que resbalaban sobre su piel, se volvió a poner el falso rostro de metal y salio de la tienda.
El cielo se cubría de nubes y una inesperada lluvia inicio su espectáculo cubriendo al pueblo de agua. La pelirroja busco un techo donde permanecer hasta pasado el diluvio y a su lado alguien más ocupo su lugar.
-“Lluvia, perfecto ahora me retrasare”- La tonalidad de su voz era de un total fastidio, sin duda tenia la peor de las suertes, se apresuro a buscar en donde pasar la lluvia.
Encontró techo en un local cercano, se quito el casco y lo abrazo a un costado de su cintura, paso su mano por su alborotada cabellera secándose las partículas de agua, fue entonces cuando la vio, ahí de pie junto a él.
-“¿Marín?” – El cuerpo de ella se movió dando un ligero salto, levanto el rostro y…
-“Caballero de leo” –
-“¿Caballero de leo?, vamos Marín sabes que tu puedes tutearme” –Le extraño esa forma en la que la amazona le llamaba, ella nunca había hecho eso antes.
- “¿Qué haces aquí?, tenia mucho tiempo si verte, comenzaba a extrañarte”-
-“Nada, solo vine a distraerme un poco, ¿y tu?, es raro verte por esta parte del pueblo y vistiendo tu armadura”- La vista de ella estaba fija en las gotas que caían, no se atrevía a mirarlo de frente.
-“Si la armadura”- Comento, mirándose así mismo vistiendo ‘eso’. –“Vine por ordenes de Athena para escoltar a unas personas hasta su templo”-
-“Comprendo”- Fue su única respuesta, subió sus manos y abrazo su cuerpo dándose calor, comenzaba a pegar el aire frió y ella solo contaba con la escasa armadura de plata.
Aioria al notarlo se quito su capa, que si bien no estaba completamente seca, tampoco estaba tan mojada, la coloco sobre sus hombros y la atrajo hacia su pecho procurándole calor al encender levemente su cosmos.
-“Si tenias frió me lo hubieses dicho antes”- Bajo su mascara, Marín sonría a la par en la que se sonrojaba, se acuno sobre su pecho y emitió un “Mm.”, en un intento de afirmación y agradecimiento por sus acciones.
Permanecieron esa posición durante un rato, él abrazándola y procurándole calor, ella recostada sobre su pecho con su mano sobre el frió oro de su armadura. Su sueño hecho realidad pensaba ella, se vio obligada a romper el silencio.
-“Aioria”- Lo llamo, él tomo su rostro con suavidad, los ojos de leo siempre irradiaban una gran nobleza y hasta cierto punto una muestra de ternura.
-“¿si?”- La atmósfera misma parecía perfecta, llovía y las gotas salpicaban en el suelo mojando sus zapatos y la parte superior de sus tobillos, el viento mecía sus cabellos y los de su acompañante, el calido cosmos de Aioria la envolvía en un afectuoso y protector abrazo.
-“Te noto muy feliz, ¿acaso hay alguien en tus pensamientos?”- Eso no se lo esperaba, repentinamente soltó el delicado rostro y se coloco nervioso, sus mejillas se tiñeron de un claro tono rojo.
-“Que… No… no… yo... ¿Por qué me has preguntado eso?”-
-“Curiosidad” –
-“Quizás… la hay…”- Avergonzado bajo su mirada, la parte superior de su rostro quedo cubierta por su cabello cuando agacho a su vez la cabeza.
-“Y… ¿Puedo saber quien es? –Daría su vida por que su nombre saliera de sus labios, otorgándole la bendición de estar presente en sus pensamientos, sin embargo un dolor agudo en su pecho le replicaba lo contrario a su sentir.
-“¿Quién es?... bueno ella…”-
-“¿si?”- La amazona acorto aun más la distancia, al moverse la capa cayo por sus hombros hasta llegar al suelo, las gotas comenzaban a disminuir y el sol parecía estar por asomarse por entre las nubes.
Aioria la miro con curiosidad, teniéndola tan cerca se podía respirar en el aire su dulce aroma, sus nervios aumentaron al sentir la mano de ella rozando su mejilla, al percatarse de que su mano libre tocaba el borde de su mascara, el caballero de leo sudo eso solo podía significar una cosa, ya que la lógica le decía que ella era incapaz de matarlo solo le quedaba una opción.
-“Marín… yo… ella…”- La idea no le desagradaba sin embargo, si permitía que ella continuara se veía en un problema de proporciones bíblicas, si hería su corazón no solo podía morir en manos de la amazona, si no que también tendría que soportar a cierto japonés que le reprocharía el lastimar a su querida maestra.
Salvación, la luz del sol irradio sus rayos hasta donde ellos se encontraban, fue entonces cuando un cosmos inmenso lleno el lugar.
-“¡Aioria!” – La voz retumbaba no solo en su voz, si no en la de todos los presentes en el lugar.
-“Athena”- Respondió apresurado y subiendo el tono de sus cuerdas vocales.
Desde su trono Saori suspiraba con tranquilidad, al fin había escuchado su llamado y esta vez podía entregar su misiva de manera privada.
-“Aioria, discúlpame que te interrumpa debido a la lluvia los hombres que esperaba están ahora en un restaurante a unos pasos de donde te encuentras, por favor ve por ellos” – Al terminar su frase su cosmos dejo de sentirse, leo sonreía sin darse cuenta y el brillo de sus ojos denotaba su amor.
Marín miro atentamente los acontecimientos, sintiéndose derrotada al percatarse de la dulzura en los ojos del griego cuando la escucho.
-“A la orden Athena”- Exclamo tras unos minutos, cuando por fin recupero el orden de sus pensamientos. –“Discúlpame pero debo irme”- Con delicadeza tomo las manos de ella separándolas de su cuerpo, quiso decirle más, algo sobre lo que estaba apunto de suceder momentos antes, pero no lo hizo, se inclino y beso la metálica mejilla susurrándole un ‘perdóname’, cerca de su oído y se retiro a cumplir con su tarea.
Tardo en reaccionar, se agacho para tomar la capa que aun estaba sobre el suelo, la abrazo contra su cuerpo sin importarle que se mojara al hacerlo.
-“Yo también lo siento Aioria…. Ella… posiblemente es tan inalcanzable…. Como lo eres tu para mi…”- Levanto su cabeza al cielo ya despejado, y miro al horizonte por última vez antes de retirarse.
Fin