La mano se sobrepasó con la fuerza utilizada y la copa estalló en pedazos.
Radamanthys temblaba de la furia y de impotencia en su habitación. Eran pocas las copas que ya le quedaban debido al nuevo uso anti-stress que les había otorgado.
Pandora por su parte podía escuchar desde su habitación cada una de esas groserías que el Kyoto revelaba en lo que creía su privacidad. Ignorando por supuesto que ella escuchase y se percatase de todo lo que la odiaba...
“Me hace caso no por temerme a mí. Sino por ser la protegida de Hades... es a él a quien en verdad teme... me envidia...”.
Pandora no se andaba con rodeos ni siquiera consigo misma. Por esa razón, ese pensamiento acertado se había formado en su cabeza hace ya un largo tiempo y lo había aceptado sin reclamar. Estaba clara en su posición y la del Kyoto y a pesar de que ya en ocasiones había tratado de hacerle temer castigándolo con todo su poder, sabía que si él quisiese podría tomarla y hacerla pedazos sin contemplación.
Pero eso era ponerse la soga al cuello...
Y por eso, decidía quedarse en esa habitación al lado de la de ella quejándose consigo mismo, rompiendo copas y de vez en cuando pateando su cama. Cual niño malcriado...
Pandora sonrió al hacer esa comparación...
Radamanthys no parecía para nada un niño, pero de que era un malcriado no había duda alguna.
Manteniendo su sonrisa en el rostro, quitó su oído de la pared y volvió su vista hacia su habitación dándose media vuelta y llevando un sobresalto, que nadie pudo percatar debido a su inexpresividad.
El señor Hades se encontraba en la habitación esperando a que ella se voltease y dignase a atenderle.
- Se...Señor... – Dijo ella en un susurro, como siempre hablaba. En ese, el tono permitido del inframundo.
- Quiero que vengas conmigo... – Le dijo Hades con el rostro serio, como siempre. Los ojos de Pandora se arrugaron un poco. Ese tono...
Ese tono le indicaba perfectamente que era lo que quería su señor: satisfacción.
Bajó su cabeza resignada.
Si era capaz de entregar su vida por él, era estúpido dudar si podría entregar su cuerpo una vez más. Asintió suavemente tomando la mano de su señor cerrando los ojos, para cuando los volviese a abrir, percatarse que ya no estaba su habitación.
Sino en un cuarto oscuro, de paredes grises y cortinas largas hasta el piso de tonalidades oscuras. En donde la luz que entraba era escasa y momentánea. Tal cual le gustaba al dueño del templo.
Mas parecía estar ubicado en el inframundo que en el propio Eliseo. Pero ella no era quien para hacer ningún comentario al señor de los muertos. Simplemente se quedó quieta, gimiendo muy bajo con suavidad cuando el hombre le tomaba por la cintura.
Haciéndolo todo tal cual como a él le gustaba.
- Mi señor... – susurró muy suave a su oído mientras este le devoraba con besos animales el cuello.
- Mmm... –
- Mi...Señor...
- Urgh... – se quejó bajo. No le gustaba que hablasen.
- Señor... – repitió Pandora subió ‘algo’ el tono de voz. Cosa que molestó de sobremanera al hombre parando de besarla.
- ¡¿Qué es lo que...?! – reclamó alzando mas la voz, pero fue interrumpido.
O mejor dicho, se interrumpió él mismo al sentir otra presencia.
Se dio media vuelta viendo a sus espaldas y halló allí al intruso... o mejor dicho, a la intrusa...
Artemisa solo ladeó la cabeza sin mostrar expresión en su rostro cuando este al fin le miró al rostro. Blanco y de apariencia suave. Sus ojos grandes y amarrillos al igual que su cabello, que esta vez, lucía blanquecino debido al color de su aura propia.
- ¿Se puede saber qué es lo que quieres? – preguntó gruñón.
La Diosa de la luna se tardó en responder.
- Pensé que no utilizabas tu cuerpo para nada... veo que solo el odio y el deseo, son los que te hacen mover... – Su voz era baja y armónica. No precisamente por respetar las costumbres del Dios del inframundo sino por su propia personalidad.
- Eso, solo me incumbe a mí a nadie más. – aclaró el Dios de cabellos oscuros con propiedad.- Y si no tienes nada mas que decir, te puedes largar...
El hombre volteó para continuar con su labor lamiendo el cuello de Pandora con hambre, hasta que no resistió más el sentir esos dos ojos clavados en su espalda. Volteó a encarar de nuevo a Artemisa ahora sumamente alterado.
- ¡QUE TE LARGUES!...
La Diosa apenas pestañó.
Pandora explayó los ojos asustada. No le gustaba ver a su señor en ese estado. No solo podría pagar la Diosa los platos rotos sino ella también, cuando él volviese a su tarea de hacerle el amor.
Artemisa se mojó los labios.
- ¿Recuerdas el niño que planeaste usar como tu templo, una vez que creciera?... – le preguntó.
Esta vez fue Hades quien no contestó. Manteniendo su semblante y su rostro serio. No era necesario responder preguntas obvias e idiotas, por supuesto que se acordaba de ese muchachito.
- ...Va a morir... – completó la Diosa después de un comentario.
Hades explayó los ojos sorprendido.
- Los Dioses han decidido... que el chico entrenará para caballero, pero morirá en el intento en una isla llamada Reina Muerte... – dijo con total tranquilidad, dándose media vuelta. – Pensé que podría interesarte...
- ¡Espera!. – Exclamó él haciéndola detener.
La Diosa sonrió de espaldas y cuando volteó volvió a colocar su rostro inexpresivo. El Dios de cabellos negros suspiró renegado.
- Él no debe morir todavía... – aclaró.
- Talvez tengas tiempo de consultar con Helio... que todo lo ve... talvez puedas hacer algo.
Hades le miró con odio. Juraría que ella estaba haciéndolo apropósito.
La diosa en cambio, le miró con total inexpresividad, como llegó.
- Apresúrate... ya van a repartir sus destinos...
El Dios salió molesto y apurado del templo. Dejando que al fin la luz entrase al lugar cuando abrió las puertas de par en par. Mas fue solo por un instante pues se volvieron a cerrar...
Esta vez, había sido Artemisa quien las cerrara sin tocarlas.
Volteó su rostro hacia la muchacha de cabellos oscuros que aún se encontraba en el templo. Y se le acercó dejando dos pasos de distancia entre las dos.
Se perdió en sus ojos, casi leyendo el pensamiento.
- ¿No eres felíz verdad?... – le dijo después de unos instantes.
Pandora, quien había tratado de mantener también su inexpresividad arrugó el rostro.
- ¿Por qué no sería felíz? – fue su respuesta con el mismo volumen, casi nulo.
- Pocas sería felices haciendo algo con lo que nunca han estado de acuerdo... y tú sientes mas miedo que devoción hacia tu señor...
Pandora explayó los ojos. ¿Cómo podía decirle eso?.
Si fuese un hombre o una mujer, seguramente ya mismo le castigaría, pero a leguas se notaba que era una Diosa y le debía respeto amenos que su señor la autorizase de lo contrario.
- Por supuesto le tengo devoción señora... y lealtad. Sería incapaz de traicionarle...
La mirada de Artemisa se volvió aún mas penetrante en los ojos oscuros de la chica.
Para ella eso no era una mas que una mentira que ella misma se había creído.
Le tomó por el mentón mientras sus miradas se clavaban fijas en los ojos de la otra.
- Vente conmigo... – dijo la Diosa, con un tono que indicaba que aún no terminaba de hablar. Pandora se tensó en el momento, mas permaneció callada respetando el silencio y esperando apenas a que terminase de hablar. – Conmigo, no serás usada, mas allá de lo que tu misma quisieses serlo... – agregó. – no habrá mas miedo en tu alma... porque no te sentirás amenazada...
De algún sueño remoto, esas palabras le sonaban en la cabeza a Pandora. Pues solo en sueños se había permitido escapar de su realidad. Y por eso ahora, parecían sonar tentativas...
¡Pero esta era la realidad, no un sueño!.
No podía permitirse dejarse llevar por esta mujer. Traicionar a su señor...
No...
Ya bastante ingrata había sido, con hacerlo en sueños.
Volteó el rostro algo dolida.
- No puedo... –
“De verdad, le es fiel a Hades”
Pensaba Artemisa mientras retiraba su mano del rostro de la chica y se alejaba un poco. Mas... no pensaría darse por vencida...
- Ya verás... que si puedes... me aseguraré de ello... – le dijo, haciendo que Pandora volviese de nuevo su mirada hacia ella. – Lo mejor será que regreses a Giudecca antes de que Hades vuelva ya enterado de que el hermano del niño tomó su lugar en la isla...- le dijo después de unos instantes de silencio. – porque si te ve cuando regresa, te puedo asegurar... que te va a doler mucho...
Pandora explayó los ojos, casi sin creer lo que la Diosa acababa de admitir.
- Hasta luego... – le dijo esta mientras su aura y su figura se desvanecía alejándose del templo.
--------------------------------------------------------------------
Al parecer, el Dios del inframundo debía de haber hallado otro método de desahogarse en el que no utilizó precisamente a Pandora. Cosa que le extrañaba a esta chica de cabellos negros...
Debía odiar a Artemisa. No cualquiera se burla del Dios del inframundo... y seguramente, después de Athena, esta otra tendría que pagar cuentas.
Pero... ¿por qué?
¿Cuál había sido el motivo por el que esa Diosa entraría al templo de su señor a buscar riña sin motivo alguno?. ¿Acaso odiaba a Hades?...
No podía ser, hubiese hecho algo muchísimo menos simple.
Todo le indicaba a Pandora que el motivo por el que la Diosa había aparecido en el Eliseo, allá en el templo de su señor y le había mentido, era ella... solo ella...
Pero eso no cabía en la mente de Pandora. Se llevó una mano a la cabeza, con ganas de castigarse, atormentarse por haberse creído tanto como para inspirar a una Diosa, así fuese a mentir... a pecar como los humanos...
¿Los Dioses... cometerían pecados?...
Ya ni siquiera sabía que pensar del todo.
Terminó decidiendo por no pensar demasiado el tema, pues aunque no podía aceptar que ella fuese el único motivo por el que Artemisa había hecho lo que hizo, tampoco podía encontrar evidencia u otro motivo alguno por el cual esta lo hiciese.
- ‘Vente conmigo...’
Esas dos palabras...
Esas dos palabras resonaron en su cabeza desde que las oyó, hasta que después de varias horas pudo quedarse dormida. Y sin embargo, no lo recordaría, pero también soñaría con ellas.
No entendía del todo como eso podía suceder...
Como prometía fidelidad a su señor mientras que, mentalmente... esas palabras le habían agradado, muy lejos de hacerla sentir ofendida como fingió haber sentido. ¿Por qué había que fingir?. ¿Por qué había que ocultar... lo que... ‘realmente quería’?...
- ‘¿No eres felíz verdad?...’
La otra frase que le mortificó la noche.
Estaba confundida. Incluso creyó que ya estaba divagando demasiado...
- Lo que ‘realmente quiero’... – susurró sin darse cuenta que pensaba en voz baja. – como si hubiese otra opción...
Si la había.
Pero nunca, nunca se había permitido observarla. Encerrada en su mundo, criada y entrenada para lo que era hoy en día. Nunca se le dio oportunidad de elegir y aquellos que nunca han tenido ese don, entienden que el único camino para triunfar es resignarse y aceptar el destino. Porque el destino es la única opción.
Así pensaba Pandora.
Nunca había considerado, ni pensaría considerar el ‘traicionar’ a su señor. Pero esa Diosa, era una luz entre las sombras que se había encendido sin que ella si quiera supiese que se encontraba allí. Una salida, que ahora... lucía tentativa a pesar de nunca haberla esperado...
y... sintió miedo, de que nunca más se volviese a encender...
Se encogió en posición fetal acostada en la cama, al sentir un apretón en el pecho. Sentía miedo y estaba consciente de ello. Solo por eso... solo por esta vez... y solo para poder dormir se había permitido hacer algo que nunca antes se había permitido. Y se sentía presionada, culpable y sudada...
...Imaginaría, como sería si aceptase la opción de la Diosa...
De solo concretar la idea se estremeció.
Primero debería considerarlo todo y pensaría en seco. Como siempre. Como Pandora.
La mujer la vio a los ojos y había cometido un pecado sin ningún motivo mas que... el protegerla de Hades. Protegerla de ser usada, pero... no era precisamente compasión lo que vio en los ojos de la mujer cuando esta la tomó del mentón y la hizo mirarla fijamente.
No... no era piedad, era... era... ¿deseo?...
¿Entre dos mujeres?
O mejor dicho... ¿Entre una Diosa y una mujer?...
Comenzó a sudar más, ojalá los Dioses no la castigasen nuevamente por sus pensamientos. Se estremecía ante cada uno que se formaba en su cabeza. Primero le pareció insólito y que talvez estuviese nuevamente pisando aguas profundas y poco realistas. Pero luego recordó...
No sería la primera vez que se enterase de relaciones entre Dioses del mismo sexo. Ya habría oído de un tal Narciso que enamorase tantas hombres y mujeres por igual. Y de amantes escondidos que algunos Dioses tenían... no recordaba haber oído nunca de una Diosa pero...
... ¿pero por qué no?...
-‘ Conmigo, no serás usada, mas allá de lo que tu misma quisieses serlo...’
...
Ella no prometió que no la volverían a utilizar.
Solo le dijo que no la usarían mas de lo que ella quisiese...
¿Qué mensaje habría entre líneas?. ¿Se podía confiar en una Diosa que mentía a uno de sus compañeros celestiales?. ¿Pero... que a la vez, se preocupaba por una mujer sola y utilizada... que poco podía tener para ofrecerle a una Diosa...?
De esas respuestas, talvez Pandora no se enterase sino hasta mucho después. Pero no esa noche. Esa vez, solamente se permitió imaginar...
Aceptar.
Tomar la mano de Artemisa y largarse junto a ella lejos de inframundo. Lejos de los Kyotos amargados como Radamanthys y del señor Hades. Del lugar oscuro y de las reglas de silencio tan desesperantes. Y Caminar... hacia la luna... la hermosa luna, que brillaba todas las noches para quienes vivía en la superficie. Un astro brillante y romántico... con una luz por mucho mas suave que la del sol. Ella le recordó la luna...
Solo así, Pandora pudo conciliar el sueño. Sin darse cuenta sus músculos se destensaron, dejó de sudar y fue abriendo sus piernas hasta encontrarse en una posición por mucho mas cómoda y menos doblada en la cama. Su inexpresividad, formada con tantos años impidió que llegase a sonreír estando dormida pero no, que fuese felíz dentro de esos sueños.
Mientras, en una colina alta donde el viento que llegaba era suave y frío otra mujer de ojos amarillos y piel blanca como la nieve la observaba en la oscuridad de la noche.
- Descansa... descansa niña mía... ya verás que pronto llegará el día en que aceptes venir conmigo... – pensó perdida entre la inmensidad del espacio.
- Hu humm...
Alguien se aclaró la garganta.
Artemisa bajó la vista del cielo hacia el horizonte invisible en la oscuridad de esa noche.
- ¿Sucede algo Icaro...? – preguntó muy bajo.
- No sucede nada mi señora. – dijo el chico de cabellos rojos postrado a las espaldas de la Diosa. Su máscara color plata brillaba por la cercanía de la luz lunar haciendo que esta y sus ojos azules claros pareciesen del mismo material. El viento apenas movía sus cabellos. – Solo que... la noto muy pensativa...
Artemisa sonrió sin exagerar. Pero esa sonrisa se borró al voltearse para encarar al ángel.
- Lo estoy... Creo haber visto algo que me interesa.
Icaro bajó el rostro con suavidad. Gesto que no pasó desapercibido por la Diosa, quien se arrodilló lentamente frente a él y levantó el rostro por el mentón con suavidad.
- No por eso, dejarás de ser uno de mis elegidos... de mis especiales... – le dijo con ternura y suavidad.
Pero el ángel Icaro no podía evitarlo.
En el rostro de su Diosa había la misma expresión. En su mirada... había el mismo brillo, el mismo deseo que había tenido, cuando una vez, hace ya muchos años lo acogiera con ella y lo aceptase como su elegido. Al parecer... parecía haber encontrado lo mismo, en otra persona. Y aunque no quisiese permitírselo, sentía celos.
Pero Artemisa también notaba esto. Solo sonrió...
- Se llevarán bien... – aseguró en un susurro. – Es una hermosa y muy tolerante mujer... – dijo contorneando los labios de Icaro. – te lo puedo asegurar.
Icaro respingó por lo bajo moviendo su mirada a un lado, observando el suelo bajo sus pies. Y después de unos instantes de silencio e indecisión se permitió preguntar.
- ¿Cuándo vendrá mi señora?...
Artemisa se levantó. Dio media vuelta y volvió a perderse en la oscuridad del cielo nocturno.
- Muy pronto Touma.... espero que, muy pronto...
Radamanthys temblaba de la furia y de impotencia en su habitación. Eran pocas las copas que ya le quedaban debido al nuevo uso anti-stress que les había otorgado.
Pandora por su parte podía escuchar desde su habitación cada una de esas groserías que el Kyoto revelaba en lo que creía su privacidad. Ignorando por supuesto que ella escuchase y se percatase de todo lo que la odiaba...
“Me hace caso no por temerme a mí. Sino por ser la protegida de Hades... es a él a quien en verdad teme... me envidia...”.
Pandora no se andaba con rodeos ni siquiera consigo misma. Por esa razón, ese pensamiento acertado se había formado en su cabeza hace ya un largo tiempo y lo había aceptado sin reclamar. Estaba clara en su posición y la del Kyoto y a pesar de que ya en ocasiones había tratado de hacerle temer castigándolo con todo su poder, sabía que si él quisiese podría tomarla y hacerla pedazos sin contemplación.
Pero eso era ponerse la soga al cuello...
Y por eso, decidía quedarse en esa habitación al lado de la de ella quejándose consigo mismo, rompiendo copas y de vez en cuando pateando su cama. Cual niño malcriado...
Pandora sonrió al hacer esa comparación...
Radamanthys no parecía para nada un niño, pero de que era un malcriado no había duda alguna.
Manteniendo su sonrisa en el rostro, quitó su oído de la pared y volvió su vista hacia su habitación dándose media vuelta y llevando un sobresalto, que nadie pudo percatar debido a su inexpresividad.
El señor Hades se encontraba en la habitación esperando a que ella se voltease y dignase a atenderle.
- Se...Señor... – Dijo ella en un susurro, como siempre hablaba. En ese, el tono permitido del inframundo.
- Quiero que vengas conmigo... – Le dijo Hades con el rostro serio, como siempre. Los ojos de Pandora se arrugaron un poco. Ese tono...
Ese tono le indicaba perfectamente que era lo que quería su señor: satisfacción.
Bajó su cabeza resignada.
Si era capaz de entregar su vida por él, era estúpido dudar si podría entregar su cuerpo una vez más. Asintió suavemente tomando la mano de su señor cerrando los ojos, para cuando los volviese a abrir, percatarse que ya no estaba su habitación.
Sino en un cuarto oscuro, de paredes grises y cortinas largas hasta el piso de tonalidades oscuras. En donde la luz que entraba era escasa y momentánea. Tal cual le gustaba al dueño del templo.
Mas parecía estar ubicado en el inframundo que en el propio Eliseo. Pero ella no era quien para hacer ningún comentario al señor de los muertos. Simplemente se quedó quieta, gimiendo muy bajo con suavidad cuando el hombre le tomaba por la cintura.
Haciéndolo todo tal cual como a él le gustaba.
- Mi señor... – susurró muy suave a su oído mientras este le devoraba con besos animales el cuello.
- Mmm... –
- Mi...Señor...
- Urgh... – se quejó bajo. No le gustaba que hablasen.
- Señor... – repitió Pandora subió ‘algo’ el tono de voz. Cosa que molestó de sobremanera al hombre parando de besarla.
- ¡¿Qué es lo que...?! – reclamó alzando mas la voz, pero fue interrumpido.
O mejor dicho, se interrumpió él mismo al sentir otra presencia.
Se dio media vuelta viendo a sus espaldas y halló allí al intruso... o mejor dicho, a la intrusa...
Artemisa solo ladeó la cabeza sin mostrar expresión en su rostro cuando este al fin le miró al rostro. Blanco y de apariencia suave. Sus ojos grandes y amarrillos al igual que su cabello, que esta vez, lucía blanquecino debido al color de su aura propia.
- ¿Se puede saber qué es lo que quieres? – preguntó gruñón.
La Diosa de la luna se tardó en responder.
- Pensé que no utilizabas tu cuerpo para nada... veo que solo el odio y el deseo, son los que te hacen mover... – Su voz era baja y armónica. No precisamente por respetar las costumbres del Dios del inframundo sino por su propia personalidad.
- Eso, solo me incumbe a mí a nadie más. – aclaró el Dios de cabellos oscuros con propiedad.- Y si no tienes nada mas que decir, te puedes largar...
El hombre volteó para continuar con su labor lamiendo el cuello de Pandora con hambre, hasta que no resistió más el sentir esos dos ojos clavados en su espalda. Volteó a encarar de nuevo a Artemisa ahora sumamente alterado.
- ¡QUE TE LARGUES!...
La Diosa apenas pestañó.
Pandora explayó los ojos asustada. No le gustaba ver a su señor en ese estado. No solo podría pagar la Diosa los platos rotos sino ella también, cuando él volviese a su tarea de hacerle el amor.
Artemisa se mojó los labios.
- ¿Recuerdas el niño que planeaste usar como tu templo, una vez que creciera?... – le preguntó.
Esta vez fue Hades quien no contestó. Manteniendo su semblante y su rostro serio. No era necesario responder preguntas obvias e idiotas, por supuesto que se acordaba de ese muchachito.
- ...Va a morir... – completó la Diosa después de un comentario.
Hades explayó los ojos sorprendido.
- Los Dioses han decidido... que el chico entrenará para caballero, pero morirá en el intento en una isla llamada Reina Muerte... – dijo con total tranquilidad, dándose media vuelta. – Pensé que podría interesarte...
- ¡Espera!. – Exclamó él haciéndola detener.
La Diosa sonrió de espaldas y cuando volteó volvió a colocar su rostro inexpresivo. El Dios de cabellos negros suspiró renegado.
- Él no debe morir todavía... – aclaró.
- Talvez tengas tiempo de consultar con Helio... que todo lo ve... talvez puedas hacer algo.
Hades le miró con odio. Juraría que ella estaba haciéndolo apropósito.
La diosa en cambio, le miró con total inexpresividad, como llegó.
- Apresúrate... ya van a repartir sus destinos...
El Dios salió molesto y apurado del templo. Dejando que al fin la luz entrase al lugar cuando abrió las puertas de par en par. Mas fue solo por un instante pues se volvieron a cerrar...
Esta vez, había sido Artemisa quien las cerrara sin tocarlas.
Volteó su rostro hacia la muchacha de cabellos oscuros que aún se encontraba en el templo. Y se le acercó dejando dos pasos de distancia entre las dos.
Se perdió en sus ojos, casi leyendo el pensamiento.
- ¿No eres felíz verdad?... – le dijo después de unos instantes.
Pandora, quien había tratado de mantener también su inexpresividad arrugó el rostro.
- ¿Por qué no sería felíz? – fue su respuesta con el mismo volumen, casi nulo.
- Pocas sería felices haciendo algo con lo que nunca han estado de acuerdo... y tú sientes mas miedo que devoción hacia tu señor...
Pandora explayó los ojos. ¿Cómo podía decirle eso?.
Si fuese un hombre o una mujer, seguramente ya mismo le castigaría, pero a leguas se notaba que era una Diosa y le debía respeto amenos que su señor la autorizase de lo contrario.
- Por supuesto le tengo devoción señora... y lealtad. Sería incapaz de traicionarle...
La mirada de Artemisa se volvió aún mas penetrante en los ojos oscuros de la chica.
Para ella eso no era una mas que una mentira que ella misma se había creído.
Le tomó por el mentón mientras sus miradas se clavaban fijas en los ojos de la otra.
- Vente conmigo... – dijo la Diosa, con un tono que indicaba que aún no terminaba de hablar. Pandora se tensó en el momento, mas permaneció callada respetando el silencio y esperando apenas a que terminase de hablar. – Conmigo, no serás usada, mas allá de lo que tu misma quisieses serlo... – agregó. – no habrá mas miedo en tu alma... porque no te sentirás amenazada...
De algún sueño remoto, esas palabras le sonaban en la cabeza a Pandora. Pues solo en sueños se había permitido escapar de su realidad. Y por eso ahora, parecían sonar tentativas...
¡Pero esta era la realidad, no un sueño!.
No podía permitirse dejarse llevar por esta mujer. Traicionar a su señor...
No...
Ya bastante ingrata había sido, con hacerlo en sueños.
Volteó el rostro algo dolida.
- No puedo... –
“De verdad, le es fiel a Hades”
Pensaba Artemisa mientras retiraba su mano del rostro de la chica y se alejaba un poco. Mas... no pensaría darse por vencida...
- Ya verás... que si puedes... me aseguraré de ello... – le dijo, haciendo que Pandora volviese de nuevo su mirada hacia ella. – Lo mejor será que regreses a Giudecca antes de que Hades vuelva ya enterado de que el hermano del niño tomó su lugar en la isla...- le dijo después de unos instantes de silencio. – porque si te ve cuando regresa, te puedo asegurar... que te va a doler mucho...
Pandora explayó los ojos, casi sin creer lo que la Diosa acababa de admitir.
- Hasta luego... – le dijo esta mientras su aura y su figura se desvanecía alejándose del templo.
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Al parecer, el Dios del inframundo debía de haber hallado otro método de desahogarse en el que no utilizó precisamente a Pandora. Cosa que le extrañaba a esta chica de cabellos negros...
Debía odiar a Artemisa. No cualquiera se burla del Dios del inframundo... y seguramente, después de Athena, esta otra tendría que pagar cuentas.
Pero... ¿por qué?
¿Cuál había sido el motivo por el que esa Diosa entraría al templo de su señor a buscar riña sin motivo alguno?. ¿Acaso odiaba a Hades?...
No podía ser, hubiese hecho algo muchísimo menos simple.
Todo le indicaba a Pandora que el motivo por el que la Diosa había aparecido en el Eliseo, allá en el templo de su señor y le había mentido, era ella... solo ella...
Pero eso no cabía en la mente de Pandora. Se llevó una mano a la cabeza, con ganas de castigarse, atormentarse por haberse creído tanto como para inspirar a una Diosa, así fuese a mentir... a pecar como los humanos...
¿Los Dioses... cometerían pecados?...
Ya ni siquiera sabía que pensar del todo.
Terminó decidiendo por no pensar demasiado el tema, pues aunque no podía aceptar que ella fuese el único motivo por el que Artemisa había hecho lo que hizo, tampoco podía encontrar evidencia u otro motivo alguno por el cual esta lo hiciese.
- ‘Vente conmigo...’
Esas dos palabras...
Esas dos palabras resonaron en su cabeza desde que las oyó, hasta que después de varias horas pudo quedarse dormida. Y sin embargo, no lo recordaría, pero también soñaría con ellas.
No entendía del todo como eso podía suceder...
Como prometía fidelidad a su señor mientras que, mentalmente... esas palabras le habían agradado, muy lejos de hacerla sentir ofendida como fingió haber sentido. ¿Por qué había que fingir?. ¿Por qué había que ocultar... lo que... ‘realmente quería’?...
- ‘¿No eres felíz verdad?...’
La otra frase que le mortificó la noche.
Estaba confundida. Incluso creyó que ya estaba divagando demasiado...
- Lo que ‘realmente quiero’... – susurró sin darse cuenta que pensaba en voz baja. – como si hubiese otra opción...
Si la había.
Pero nunca, nunca se había permitido observarla. Encerrada en su mundo, criada y entrenada para lo que era hoy en día. Nunca se le dio oportunidad de elegir y aquellos que nunca han tenido ese don, entienden que el único camino para triunfar es resignarse y aceptar el destino. Porque el destino es la única opción.
Así pensaba Pandora.
Nunca había considerado, ni pensaría considerar el ‘traicionar’ a su señor. Pero esa Diosa, era una luz entre las sombras que se había encendido sin que ella si quiera supiese que se encontraba allí. Una salida, que ahora... lucía tentativa a pesar de nunca haberla esperado...
y... sintió miedo, de que nunca más se volviese a encender...
Se encogió en posición fetal acostada en la cama, al sentir un apretón en el pecho. Sentía miedo y estaba consciente de ello. Solo por eso... solo por esta vez... y solo para poder dormir se había permitido hacer algo que nunca antes se había permitido. Y se sentía presionada, culpable y sudada...
...Imaginaría, como sería si aceptase la opción de la Diosa...
De solo concretar la idea se estremeció.
Primero debería considerarlo todo y pensaría en seco. Como siempre. Como Pandora.
La mujer la vio a los ojos y había cometido un pecado sin ningún motivo mas que... el protegerla de Hades. Protegerla de ser usada, pero... no era precisamente compasión lo que vio en los ojos de la mujer cuando esta la tomó del mentón y la hizo mirarla fijamente.
No... no era piedad, era... era... ¿deseo?...
¿Entre dos mujeres?
O mejor dicho... ¿Entre una Diosa y una mujer?...
Comenzó a sudar más, ojalá los Dioses no la castigasen nuevamente por sus pensamientos. Se estremecía ante cada uno que se formaba en su cabeza. Primero le pareció insólito y que talvez estuviese nuevamente pisando aguas profundas y poco realistas. Pero luego recordó...
No sería la primera vez que se enterase de relaciones entre Dioses del mismo sexo. Ya habría oído de un tal Narciso que enamorase tantas hombres y mujeres por igual. Y de amantes escondidos que algunos Dioses tenían... no recordaba haber oído nunca de una Diosa pero...
... ¿pero por qué no?...
-‘ Conmigo, no serás usada, mas allá de lo que tu misma quisieses serlo...’
...
Ella no prometió que no la volverían a utilizar.
Solo le dijo que no la usarían mas de lo que ella quisiese...
¿Qué mensaje habría entre líneas?. ¿Se podía confiar en una Diosa que mentía a uno de sus compañeros celestiales?. ¿Pero... que a la vez, se preocupaba por una mujer sola y utilizada... que poco podía tener para ofrecerle a una Diosa...?
De esas respuestas, talvez Pandora no se enterase sino hasta mucho después. Pero no esa noche. Esa vez, solamente se permitió imaginar...
Aceptar.
Tomar la mano de Artemisa y largarse junto a ella lejos de inframundo. Lejos de los Kyotos amargados como Radamanthys y del señor Hades. Del lugar oscuro y de las reglas de silencio tan desesperantes. Y Caminar... hacia la luna... la hermosa luna, que brillaba todas las noches para quienes vivía en la superficie. Un astro brillante y romántico... con una luz por mucho mas suave que la del sol. Ella le recordó la luna...
Solo así, Pandora pudo conciliar el sueño. Sin darse cuenta sus músculos se destensaron, dejó de sudar y fue abriendo sus piernas hasta encontrarse en una posición por mucho mas cómoda y menos doblada en la cama. Su inexpresividad, formada con tantos años impidió que llegase a sonreír estando dormida pero no, que fuese felíz dentro de esos sueños.
Mientras, en una colina alta donde el viento que llegaba era suave y frío otra mujer de ojos amarillos y piel blanca como la nieve la observaba en la oscuridad de la noche.
- Descansa... descansa niña mía... ya verás que pronto llegará el día en que aceptes venir conmigo... – pensó perdida entre la inmensidad del espacio.
- Hu humm...
Alguien se aclaró la garganta.
Artemisa bajó la vista del cielo hacia el horizonte invisible en la oscuridad de esa noche.
- ¿Sucede algo Icaro...? – preguntó muy bajo.
- No sucede nada mi señora. – dijo el chico de cabellos rojos postrado a las espaldas de la Diosa. Su máscara color plata brillaba por la cercanía de la luz lunar haciendo que esta y sus ojos azules claros pareciesen del mismo material. El viento apenas movía sus cabellos. – Solo que... la noto muy pensativa...
Artemisa sonrió sin exagerar. Pero esa sonrisa se borró al voltearse para encarar al ángel.
- Lo estoy... Creo haber visto algo que me interesa.
Icaro bajó el rostro con suavidad. Gesto que no pasó desapercibido por la Diosa, quien se arrodilló lentamente frente a él y levantó el rostro por el mentón con suavidad.
- No por eso, dejarás de ser uno de mis elegidos... de mis especiales... – le dijo con ternura y suavidad.
Pero el ángel Icaro no podía evitarlo.
En el rostro de su Diosa había la misma expresión. En su mirada... había el mismo brillo, el mismo deseo que había tenido, cuando una vez, hace ya muchos años lo acogiera con ella y lo aceptase como su elegido. Al parecer... parecía haber encontrado lo mismo, en otra persona. Y aunque no quisiese permitírselo, sentía celos.
Pero Artemisa también notaba esto. Solo sonrió...
- Se llevarán bien... – aseguró en un susurro. – Es una hermosa y muy tolerante mujer... – dijo contorneando los labios de Icaro. – te lo puedo asegurar.
Icaro respingó por lo bajo moviendo su mirada a un lado, observando el suelo bajo sus pies. Y después de unos instantes de silencio e indecisión se permitió preguntar.
- ¿Cuándo vendrá mi señora?...
Artemisa se levantó. Dio media vuelta y volvió a perderse en la oscuridad del cielo nocturno.
- Muy pronto Touma.... espero que, muy pronto...