Me levante de la cama en completo silencio, me sorprendía la manera como una persona podía ser capaz de asumir algo que existía únicamente en lo más recóndito de su imaginación y llevarlo a tal grado a la realidad que incluso dejara de ver aquello que no solo existía sino que tenía cuerpo y pensamiento frente a sus ojos ¿Acaso eso es lo que significa el perder tu propia mente? Recluirla en lo más profundo de tus emociones obligándola a crear una defensa tan impenetrable para borrar un recuerdo doloroso que nace de ti mismo una persona que piensa y actúa por “ella misma”, la mente humana realmente podría llegar a ser fascinante, pero en este momento, solo me resultaba insultante.
Traía puesta mi armadura, ni siquiera había tenido tiempo de quitármela entre todo lo sucedido, primero mi meditación se vio interrumpida por una severa anomalía en la energía que había dejado resguardando mi templo, después la vitalidad de Mu se consumía a una velocidad alarmante, lo cual fue la única y verdadera razón para interrumpir mi misión y regresar lo antes posible hasta el santuario de Athena, tan solo para encontrarme con un par de caballeros cuya única labor parecía ser la de entrometerse en aquello que no les era de interés.
Me masaje las sien con los dedos, por Buda, no tengo tiempo para discusiones carentes de sentido, no tengo pensado enfrentarme a un caballero de oro y desatar una guerra de mil días, tampoco pretendo ir por ahí impartiendo clases sobre respeto u otros tantos valores de los que parecía carecían mis semejantes.
Ya dudaba que fuesen los mismos caballeros con los que luche hacía mucho tiempo costado a costado, valientes, fuertes, de grandes convicciones pero sobre todo, con un gran sentido de lealtad y más que nada, conocimiento de que entre nosotros hablar siempre era la mejor de las soluciones antes que pórtanos como espectros malvivientes que solo saben usar los puños y no la razón.
Completamente decepcionado y exasperado me dirigí haciendo uso de mi cosmos hasta el templo de libra, no tuve ni que acercarme a la puerta cuando escuche los gritos del pequeño discípulo de Aires, permanecí inerte escuchando las palabras el carnero, sin duda Mu se encontraba igual de cansado, parecía sentirse asechado y ofendido.
Cuando sentí su cosmos desvanecerse decidí seguirlo entre las sombras, me di la media vuelta y desaparecí del séptimo recinto.