Después de estar un tiempo fuera, el Santo dorado de Piscis regresa a su templo, el cual con solo un leve aumento del cosmos del guardián irradia una luz acuosa, emanando de la nada fuentes de agua cristalina, creciendo flores de todo tipo, las enredaderas pronto toman posesión de las columnas del recinto, los rayos solares invaden cada rincón iluminándolo por completo, la habitación escondida hace gala del buen gusto del pisciano, con finas sabanas sobre la cama, una gran peinadora con un hermoso espejo incrustado en la pared, un baño amplio, un gran ventanal se sitúa cerca del armario con vista a una montaña que siempre se mantiene fecundada por hermosos colores provistos de las flores silvestre que ahí crecen.
En la entrada los dos peces gemelos dejan caer de sus bocas una cascada de agua que baja por las escaleras yendo directamente a los jardines del Santuario y al jardín tras el templo de piscis.
Con su armadura radiante, sus hebras danzando al aire, y un lirio blanco entre sus dedos, el joven Santo de Piscis llega a su recinto, con una sonrisa en el rostro, se detiene en la entrada, observando desde allí las once casas bajo la suya, y con un ligero movimiento de su mano derecha lanzo un segador rayo de luz en dirección al cuarto del Patriarca, reanudando así el sendero de rosas que han adornado por eones las escaleras tras su templo.
En la entrada los dos peces gemelos dejan caer de sus bocas una cascada de agua que baja por las escaleras yendo directamente a los jardines del Santuario y al jardín tras el templo de piscis.
Con su armadura radiante, sus hebras danzando al aire, y un lirio blanco entre sus dedos, el joven Santo de Piscis llega a su recinto, con una sonrisa en el rostro, se detiene en la entrada, observando desde allí las once casas bajo la suya, y con un ligero movimiento de su mano derecha lanzo un segador rayo de luz en dirección al cuarto del Patriarca, reanudando así el sendero de rosas que han adornado por eones las escaleras tras su templo.