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mitos y leyendas nórdicas

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26mitos y leyendas nórdicas - Página 2 Empty Re: mitos y leyendas nórdicas Sáb Dic 31, 2011 1:33 pm

lily25

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SIGFRIDO LLEGA A WORMS

Sigfrido, Sigfrid, hijo de Sigmond y Siglind, reyes de Niederland, era un príncipe apuesto y valeroso; un joven deseado entre las más nobles vírgenes de la corte de Santen, pero él no podía ni siquiera conceder su atención a aquellas doncellas, porque su inquieto corazón estaba en Worms, allí donde moraba la dulce Crimilda. Los reyes de Niederland quedaron preocupados con la revelación de su hijo, puesto que los burgondos eran gente temida y, entre ellos, destacaba el terrible barón Hagen, un adversario casi imposible de vencer. Pero Sigfrido, una vez que hubo comunicado su irrevocable decisión, preparó su marcha a Worms, con la sola escolta de una docena de hombres. Con ellos cabalgó a su destino, dirigiéndose a la corte del rey Gunther sin más dilaciones. El rey lo recibió, una vez que fue informado de la identidad de su visitante, para conocer la razón de su viaje, y el intrépido Sigfrido, sin más preámbulos, respondió que quería probar la afamada destreza del rey de los burgondos con las armas, seguro como estaba de vencerlo y hacerse con su reino y sus gentes. Los nobles quisieron lanzarse sobre el osado Sigfrido, pero el tenso ambiente pronto se calmó y Sigfrido, el bravo e insolente caballero de las tierras bajas fue admitido como huésped de la corte de Worms, aunque su estancia se alargaba y él no llegaba a ver, aunque fuera en la distancia, a su amada Crimilda. Todo cambió cuando se supo en Worms de la llegada de una tropa de daneses y sajones que venían contra Worms. Enterado Sigfrido, ofreciese a Gunther para estar a su lado en esa confrontación que se avecinaba dura y peligrosa, aconsejándole que diera vigorosa respuesta a la afrenta de los daneses y sajones, y pidiendo a su rey Gunther el honor y la responsabilidad de poder bien servirle al mando de una tropa de mil guerreros con la que defender la Burgondia. Con ellos salió a castigar a los sajones, matando docena tras docena de enemigos, hasta capturar al rey Ludeger. Los daneses, al conocer la rápida victoria de Sigfrido, acudieron en ayuda de sus aliados sajones, pero también Sigfrido presentó combate y los venció con facilidad, rindiendo a su jefe, el rey Ludegast. Terminada la batalla, los dos sometidos soberanos fueron llevados a la corte de Worms, como prisioneros de guerra, para mayor honra de su señor Gunther de Burgondia.

DE RIVAL A LEAL AMIGO

La noticia de la victoria no sólo alegró al rey Gunther y a sus súbditos; la princesa Crimilda también quedó emocionada al conocer la hazaña de Sigfrido "el fuerte", de Sigfrido "el demonio", como le llamaban los pocos que habían combatido cerca de él y habían tenido la fortuna de sobrevivir. Ahora Sigfrido ya era el leal amigo y podía ser presentado a la princesa Crimilda, pues el rey su hermano no ignoraba su amor por ella. Al conocerse, ambos pudieron darse cuenta al instante de que el amor vivido por cada uno de ellos era un sentimiento mutuo. Sólo le faltaba al valeroso príncipe Sigfrido pasar por otra nueva prueba de armas, la prueba de rigor que le permitiera acceder a la mano de la princesa que acababa de conocer, y esta oportunidad soñada no tardó demasiado en presentarse. La ocasión de ganar el amor de la adorada Crimilda se llamaba Brunilda y era una reina tan bella como violenta, nada menos que la indómita soberana del lejano reino de Islandia. El rey Gunther la amaba en la distancia y necesitaba alcanzar su corazón. No era tarea sencilla, pues la singular reina exigía ser vencida en combate para conceder su corazón, y desgraciadamente, era tan fuerte como cruel, ya que muchos habían sido los nobles que habían pagado con su cabeza la derrota ante Brunilda. El rey Gunther era un temerario luchador, pero necesitaba de la ayuda de aquellos fieles voluntarios que quisieran arriesgarse con él en su intento. El buen Sigfrido, naturalmente, fue el primer caballero en ofrecerse incondicionalmente a su servicio, reclamando como única compensación, claro está, a Crimilda en matrimonio si la expedición resultaba favorable a los deseos de su rey y señor. Para completar la breve fuerza de acompañamiento, solicitó la presencia de los hermanos Hagen y Dankwart. También Sigfrido tomó algo más que nadie, salvo él conocía: un manto mágico arrebatado al enano Alberic, del país de los nibelungos, con el que podía hacerse invisible a la voluntad y quedar a cubierto de cualquier arma, por afilada que estuviera y por robusto que fuera el brazo que la empuñara. Sigfrido era invencible, pero en esta ocasión no trataba de conquistar prestigio para sí, sino la posibilidad de ganar el privilegio de ser el esposo de Crimilda.

LA VICTORIA SOBRE BRUNILDA

Así que estuvo preparada la tropilla, los cuatro valientes partieron en barco hacia Islandia y, tras doce días de travesía marina, estaban frente a sus costas, divisando maravillados la altiva fortaleza de Isenstein. Fueron inmediatamente recibidos por la reina Brunilda, que debía estar ansiosamente a la espera de emociones violentas. Apenas estuvieron ante ella, los recién llegados, por boca de Sigfrido, anunciaron la intención del rey Gunther de ganarse la mano de Brunilda, la mujer con fama de ser más fuerte que doce hombres. Aceptó feliz Brunilda el reto esperado, recordando a todos los presentes que el fallo de Gunther en cualquiera de las pruebas supondría automáticamente su muerte, pues nunca se daba cuartel al vencido y le propuso competir primero en un combate a lanza y, si lo superaba, después en el lanzamiento de una piedra hasta tan lejos como se pudiera, para más tarde tener que alcanzarla de un solo salto. Aceptadas que fueron las dos absurdas pruebas, Sigfrido llamó en un aparte a Gunther para informarle de que, gracias a la posesión de la capa del enano Alberic, él iba a convertirse en el invisible contendiente de Brunilda, mientras que el rey actuaría fingiendo ser él el único combatiente de Brunilda. Así se hizo y fue Sigfrido quien derrotó con suma facilidad a la reina Brunilda con la lanza tras un combate en el que ella veía asombrada cómo la fuerza de Gunther se multiplicaba hasta desarmarla. Más tarde, Sigfrido arrastró la piedra por el aire, para luego transportar a Gunther de la misma forma y a lo largo del mismo trecho. Cumplido el trámite, Gunther, supuesto vencedor, hizo saber a su amada y vencida Brunilda que ahora ya era su prometida en toda regla y, por tanto, ella debía cumplir lo pactado, siguiéndole de buen grado en su viaje de regreso al país de los burgondos. La derrotada reina, entristecida por su obligada marcha, pero aceptando el que creía justo resultado quiso despedirse de sus súbditos y pidió el tiempo necesario para hacerlo en buena forma y preparar su marcha definitiva hacia el país del que iba a ser su esposo, y en el cual ella seguiría manteniendo su real rango.

LA PREPARACIÓN DEL MATRIMONIO

Vencida Brunilda y otorgada por Gunther su hermana Crimilda en matrimonio, Sigfrido fue al país de los nibelungos a preparar un ejército que diera escolta a su rey, y para recoger del fabuloso tesoro de los nibelungos su propia dote. Sólo tuvo que vencer la oposición del guardián armado, pero eso no era más que un ejercicio de prácticas para el joven, movido como estaba por la felicidad de su próxima boda. Nadie más se opuso, ni siquiera el enano Alberic, ya despojado de su mágica capa y rendido de antemano ante el empuje de su antiguo vencedor. Eligió, pues, Sigfrido las más ricas joyas del tesoro de los nibelungos y exigió la escolta de los mejores mil hombres, con los que formó la majestuosa columna que debía pasar por Islandia para acompañar a su señor y a Brunilda, para más tarde arribar triunfal a Burgondia, a tono con la doble ceremonia que habría de realizarse. Dejando a los mil nibelungos en Islandia, Sigfrido se adelantó, para ser el primero que diera la noticia de la victoria de Gunther en Worms. La noticia fue acogida con júbilo y todo el país se aprestó afanosamente en los preparativos del matrimonio real. Toda la corte se volcó en las calles de la capital, para recibir a su rey y a quien iba a ser pronto su reina. Sigfrido, en la gran fiesta de recepción, recibió oficialmente la mano de su amada. En el mismo día se celebró el doble matrimonio y todo parecía ser perfecto, salvo una mirada triste de Brunilda, quien sufría viendo a la princesa Crimilda acompañada por el vasallo Sigfrido. Gunther trató de tranquilizar su pesar, advirtiéndola que se trataba de un príncipe de Niederland, amigo fiel como ningún otro podía serlo. La respuesta irritó a la brutal Brunilda, que abandonó la sala y se dirigió airada hacia su aposento seguida del atónito Gunther. Allí, en la soledad de la cámara nupcial, exigió una explicación a ese extraño -para ella- emparejamiento. El rey quiso demostrar su poder sobre la esposa, pero Brunilda no se dejó ganar la mano y zarandeó a su marido dejándolo después colgado de un garfio de la pared. Sigfrido, que había presenciado la primera parte del sorprendente enfrentamiento entre la recién casada y su marido, se envolvió en la capa de Alberic a tiempo de seguir a la real pareja hasta la intimidad de sus habitaciones, tratando de averiguar la razón de aquella súbita cólera de la inexplicable Brunilda. A la vista de lo que sucedía, apagó las antorchas y, actuando con rapidez en la oscuridad libró de su humillación a Gunther, para inmediatamente abalanzarse sobre la fiera Grunilda y propinarla una inolvidable paliza. Sin saber bien por que lo hacía, tal vez para descargar su ira ante tamaña desconsideración de la reina, Sigfrido aprovechó la situación para arrebatarla un anillo de su mano y el elegante cinturón que ceñía su talle. Los golpes ablandaron el genio de la reina y hasta la debieron hacerse sentir en su elemento, mientras que ésta, ignorante de nuevo de la invisible presencia de Sigfrido, pedía feliz y humilde perdón a su marido, al tiempo que le prometía eterno sometimiento a su real voluntad.

CUESTIÓN DE PROTOCOLO

Sigfrido y su esposa Crimilda partieron para el reino de Niederland, en donde ocuparía el trono que le transmitía su padre el rey Sigmund y también aquel otro ganado por su mano, el de los nibelungos. Sigfrido reinaría con rectitud y prudencia, y su esposa, la reina Crimilda le daba un hijo, al que se le impuso el nombre de Gunther, en recuerdo del noble rey de los burgondos, al tiempo que allí, Brunilda tenía también un varón, al que le fuera dado el nombre de Sigfrido, en homenaje a este héroe. Pero, a pesar de las apariencias no había quedado zanjado el asunto de la boda entre vasallo y princesa. Fue por esta razón por la que Brunilda volvió a insistir en que Sigfrido rindiera vasallaje a su señor y la mejor manera sería hacerle venir a la corte de Worms, con la excusa de un torneo entre caballeros. En mala hora aceptó el matrimonio la invitación de Gunther, pues la insistente Brunilda, tan pronto tuvo a su cuñada frente a sí, la hizo saber que Sigfrido no era más que el vasallo de su marido, pues así lo había oído ella de boca de Gunther al ser vencida en Islandia. Crimilda negó el vasallaje y se jactó de que en la ceremonia religiosa del día siguiente estaría situada por delante de su cuñada. Y fue cierto, Crimilda entró por delante de Brunilda en la catedral de Worms, humillándola delante de toda la corte. A la salida de los oficios, Brunilda exigió pública rectificación, pero Crimilda se limitó a mostrar aquella sortija y aquel ceñidor que Sigfrido hubiera arrebatado en la lucha con la airada dama, indicándola que ella, Brunilda, era la derrotada por su marido. Más encolerizada que nunca, Brunilda mandó llamar al rey Gunther para pedir explicación, pues ella creía firmemente que él era su doble vencedor. Gunther, al conocer la razón del alboroto, pidió la presencia de Sigfrido, para cuestionarle si era cierto que se hubiera jactado de su victoria. Sigfrido estaba ya listo para jurar ante su señor y amigo que nunca él había presumido de tales actos y aquello bastó para que Gunther interrumpiera el juramento, recuperada la confianza en quien siempre había demostrado su fidelidad, siendo culpable de todo lo sucedido su hermana Crimilda y su vana arrogancia.

SIGFRIDO PAGA CON SU VIDA

Gunther y Sigfrido seguían siendo inseparables, pero Brunilda y Crimilda estaban definitivamente enfrentadas. Hagen se acercó a su señora, para conocer la causa de su padecimiento y ésta le hizo saber que necesitaba satisfacer su sed de venganza con la sangre de Sigfrido. Entonces Hagen prometió dar fin a esa odiada vida con su propia mano, pero el rey y su corte -enterados de la promesa de Hagen- quisieron culpar a Crimilda y, sobre todo, evitar la posible respuesta violenta del invencible Sigfrido. Entonces todos se juramentaron para mantener en secreto la decisión de matarle, urdiendo un falso ataque extranjero a Gunther, para hacer que el héroe acudiera junto a su amigo y así poderlo matar a traición. En efecto, Sigfrido voló más que cabalgó hacia Worms, mientras Hagen se acercaba a la solitaria reina Crimilda, pretextando ser portavoz de la petición de perdón y de la gracia de su amistad por parte de la arrepentida Brunilda. Al tiempo, haciendo ver que quería guardar a Sigfrido del daño de un arma enemiga, consiguió que la ingenua Crimilda le revelase el punto débil de su marido, el único lugar de su cuerpo no bañado en la sangre del dragón que le había hecho invulnerable, en el centro de su espalda. Conociendo Hagen el punto exacto, todo lo que tuvo que hacer fue convencerle de que le acompañara en una pretendida cacería para, a traición, darle muerte con una lanza que clavó entre sus omoplatos. Después, el cadáver es llevado a Worms para dejarlo a la puerta de Crimilda, como un insulto añadido a su muerte. Con sólo ver que no hay más herida que la que le ha atravesado la zona que ella desveló a Hagen, Crimilda sabe que Sigfrido ha sido asesinado, y también, quién ha sido el que ha causado su muerte por la espalda; para probarlo, la viuda hace desfilar a todos los nobles de la corte de su hermano delante del féretro de Sigfrido. Cuando le tocó el turno a Hagen, la herida se abre y de ella brota la sangre reveladora. Crimilda ya no necesita ninguna otra señal, Sigfrido ha sido la víctima de Hagen y, tras de él, se esconde el odio de Brunilda. Crimilda comunica a los padres de Sigfrido que se quedará en Burgondia junto a la tumba de su marido y que no renuncia a la justa venganza.

ATILA CONSUELA SU VIUDEDAD

La desgraciada Crimilda había quedado encerrada en su dolor, pero todo se volvía contra ella y sus recuerdos; hasta el tesoro de los nibelungos había caído en manos de Hagen; mientras todo sucedía de este modo, el también reciente viudo Atila había oído de la bella y enajenada viuda de Sigfrido y quiso pedirla en matrimonio. No parecía posible que tal oferta fuera aceptada, pero, tras pensar en las posibilidades de poder que se le abrían al unirse a tan poderoso rey de Angra, Crimilda cambió de parecer y comunicó al mensajero Rudiger que ella aceptaba la proposición del muy valiente y noble Atila, y en partir tan pronto estuviera listo su séquito, para encontrarse con su prometido en Tulne, junto al río Danubio. De allí salió la más fastuosa comitiva real que se haya conocido, camino de Viena, en donde habría de celebrarse el matrimonio, en Pentecostés. Terminados los fastos reales, los reyes fueron a Etzelburg, a instalarse en la capital del reino de Angra. Nada sucedió durante siete años, y un día, Crimilda quiso que Atila invitase a los suyos, para que fueran testigos de su gran felicidad. Consintió el rey y envió mensaje a Worms para que viniera a su corte el rey Gunther y su nobleza. La noticia levantó dudas en Hagen, quien se sabía marcado por la muerte de Sigfrido, así como en otros nobles partícipes de la conspiración; otros querían creer que ya se habría olvidado Crimilda de la muerte canallesca de Sigfrido, y todos discutían sobre la conveniencia de tal viaje, pero el rey Gunther prefirió aceptar la invitación de su hermana, mandando organizar una caravana de más de mil guerreros a caballo y de nueve mil infantes que acompañaría a los visitantes burgondos hasta Etzelburg, para disuadir a Atila de cualquier deseo de traición hacia sus invitados; mientras salían de la corte las interminables columnas de hombres armados, en Worms reinaba el dolor de las esposas que quedaban atrás, pues ellas ya presentían el trágico final de esa impresionante comitiva.

PUNTO SIN RETORNO

El viaje no tuvo incidente alguno en su primera parte, y pronto llegaron los diez mil hombres a orillas del Danubio, el primer obstáculo a la marcha de la expedición burgonda; a Hagen se le encomendó hallar el medio de cruzarlo y fue la mágica intervención de unas ninfas del río la que dio la clave de aquel paso, y asimismo, la advertencia de que la muerte les esperaba al otro lado del poderoso río. Hagen encontró al barquero del que le habían hablado las ondinas y se hizo con su balsa, aunque tuvo que dar muerte al obstinado hombre, que se negaba a prestar su embarcación a desconocidos. Con ella atravesaron todos el crecido Danubio. En la otra orilla, Hagen, conocedor de su suerte, destruyó la balsa, haciendo saber a todos que ya se había traspasado el punto sin retorno; que ahora ya sólo les quedaba enfrentarse a su destino hasta las últimas consecuencias. Pronto se vio que la situación había cambiado radicalmente, pues tuvieron que enfrentarse y derrotar al margrave Else, señor de aquellas tierras, que había intentado cerrarles el paso. Más tarde, en Bechelaren, se les unió el margrave Rudiger, con quinientos hombres más. En la frontera de Angra les aguardaba Teodorico, que pronto esperaba casarse con la sobrina de Atila, pero que iba al encuentro de los de Worms con la idea de advertirles de aquellos planes de venganza que había atisbado en Crimilda; los burgondos le contestaron que sabían cuál era el designio de la segunda esposa de Atila, pero que ya habían cruzado el punto tras el cual no se podía regresar, por ello, seguían su viaje hasta el palacio del rey de los hunos, como si nada fuera a sucederles.

CRIMILDA RECIBE PUBLICA OFENSA

Crimilda recibió a su hermano el rey y pretendió mostrar su felicidad por tenerle junto a ella. Sin embargo, Hagen espetó a su anfitriona que sabía que esta supuesta fiesta no era más que el ropaje de una emboscada, haciendo que Crimilda se obligara a demostrar su encono hacia los asesinos de su primer y amado marido: después, refrenándose, invitó a los burgondos a despojarse de sus armas, pero ellos se negaron; más encolerizada todavía, Crimilda inquirió sobre la identidad de quién había podido inspirar tal temor en los invitados y Teodorico se adelantó para comunicarla que él mismo había advertido del peligro a los burgondos. Ya instalado en palacio, Hagen, con la espada Balmung arrebatada a Sigfrido sobre su regazo, permaneció sentado ante la reina Crimilda y su guardia, en clara señal de desafío, a la vez que declaraba públicamente haber sido él quien había dado muerte a Sigfrido. Crimilda se vio insultada y, lo que es peor, comprobó cómo su guardia retrocedía ante la figura tremenda y desafiante del decidido Hagen. Sin fuerzas que la respaldasen, la reina dejó que la recepción comenzara. Nada pasó en su desarrollo y sólo, al llegar la noche, cuando los burgondos quisieron retirarse a sus dormitorios, vieron que se les cerraba el paso. No obstante, pronto se retiró la tropa de los hunos y los invitados pudieron encaminarse a sus lechos, atentos a lo que se cernía ostensiblemente sobre sus cabezas, ya que se cerraba el copo de los hunos alrededor de su dormitorio, pero bastó la presencia de Hagen armado y presto para la lucha, para que el nuevo intento de dar muerte a los burgondos se desbaratara.

EL BAÑO DE SANGRE

En la mañana siguiente, los burgondos se dirigieron al templo totalmente armados; tras la misa se preparó el torneo, del que el prudente Teodorico retiró a sus seiscientos hombres; quedaron solamente hunos y burgondos, y tampoco nada sucedió en las justas. Crimilda, en un aparte, pidió ayuda a Teodorico para vengar el asesinato de su marido, pero Teodorico recordó que todos estaban sometidos a la ley de la hospitalidad y que nunca atacaría a quien se encontraba bajo la protección de Atila. Con la negativa de Teodorico, Crimilda se fue a Bloedel, el hermano de Atila, y éste aceptó la venganza a la hora de la comida. Con mil guerreros entró Bloedel en la estancia secundaria en la que se hallaban los infantes de Burgondia, anunciando su intención de dar muerte al asesino de Sigfrido, pero Dankwart, el hermano de Hagen, lo mató con su espada tan pronto hubo terminado de hablar. Así empezó la disparatada batalla, con armas quienes las tenían y los que no disponían de ellas con los restos del mobiliario en sus manos. Dankwart, herido, penetra en la sala principal, interrumpiendo la comida de los reyes; Hagen, al ver a su hermano sangrando, mata sin pensarlo una segunda vez, al hijo de Atila con su espada; Atila y Gunther intentan parar la matanza pero, al no conseguirlo, se unen a la furiosa lucha. Crimilda vuelve a rogar a Teodorico que empuñe la espada por ella, pero el godo pide una tregua a Atila y se retira con sus hombres del escenario. El margrave Rodajear, sintiéndose también ajeno a la contienda, pide permiso a Gunther para hacer lo mismo con su gente. Y el combate prosiguió con saña hasta la noche; los agotados contendientes acordaron un alto, pidiendo la continuación del desafío en campo abierto, pero Crimilda intervino para negar tal posibilidad, exigiendo la entrega de Hagen por la vida del resto de los burgondos. Ante la negativa de Gunther y sus hermanos, Crimilda mandó a los hunos abandonar el palacio y prenderle fuego para acabar con todos los burgondos encerrados dentro de él. Pero tampoco el fuego terminó con sus odiados enemigos, al salir el sol estaban vivos y listos para la lucha. Rudiger, de vuelta en palacio, se vio compelido, en contra de su voluntad, pero a tenor de su lealtad hacia Atila, a empuñar las armas contra los burgondos hasta su muerte; Teodorico, al conocer las noticias, regresó al campo de batalla para rescatar el cadáver del inmolado Rudiger, pero los burgondos tomaron su vuelta como un ataque y sólo quedaron en pie Hagen y Volker, con su rey, Hagen, por un bando, frente al anciano Hildebrando por el otro. A él se le unió Teodorico, y fue su espada la que malhirió a Hagen y terminó el combate con la captura de Hagen y Gunther. Llevados a presencia de Crimilda, ésta mandó matar a su propio hermano y, con la espada Balmung en sus brazos, decapitó a Hagen. Entonces, Hildebrando, viendo que se daba muerte a un hombre indefenso, mató a Crimilda. Sólo quedaron con vida Atila, Teodorico y el viejo Hildebrando, en Hungría, mientras la cruel y despótica Brunilda estaba a salvo, en la remota Worms, sin importarle, al parecer, haber sido la causante de aquella matanza sin sentido.

LA LEJANA REALIDAD HISTÓRICA

Con este relato fabricado por trovadores, por los restos del pueblo burgondo, o por alguno de sus exegetas, que vivieran en la lejanía del siglo XII, a setecientos años de distancia, se trata de explicar la razón poética de la desaparición del efímero país de los burgondos, apoyándose en la figura trágica de la traición de una mujer a su propio pueblo, la alevosa maniobra de una mujer insensata empujada por el febril ansia de venganza; y sitúan la acción en un escenario que les libere de la responsabilidad de la derrota, allá en la muy remota indefensión del palacio de Atila, el huno, siendo también este rey otra víctima de su esposa, no el protagonista de la masacre. En realidad, los burgondos, venidos desde el Báltico hasta Worms en una marcha guerrera que duró cientos de años, tras su asentamiento en Germania, en las fronteras con Sarmatia, y que no se detiene en esa fría orilla del mar suévico. Los burgondos cruzan después el Oder y siguen hacia el fértil sur, al despojo de las antiguas Galias, saltando la barrera natural del Rhin, al finalizar el año 406. Son los bárbaros hacíendose con los despojos del que fuera grandioso imperio romano. Se detienen en Vaugiones, Worms, allí encuentran su terreno soñado, la efímera capital de su reino burgondo, pero los vándalos nómadas no pueden o no saben sostener su único reino más que veintitrés años, pues en el 436 su territorio es rebasado por las huestes fugitivas de Atila, que se ve empujado hacia el oeste por las últimas fuerzas romanas del general bárbaro Aecio y de su aliado, el visigodo Teodorico, precisamente hacia las mismas Galias que pretenda obtener Atila como dote en el propuesto matrimonio con Honoria, la hija de Placidia, en ese ofrecimiento de la asustada Roma. Gunther (Gundahar), el rey elegido, apenas puede hacer otra cosa que ofrecer el bulto de su cuerpo y la vida de casi veinte millares de hombres, al experimentado y poderoso ejército del pagano rey Atila, para quien el final de ese reino burgondo nada significaba, que no fuera otra victoria más. Atila moriría más tarde, y no precisamente por mano de los extintos burgondos, pues su derrota en las cercanías de Troyes, en los Campos Cataláunicos se produce en el año 451, frente al ejercito de Aecio: después intenta atravesar los Alpes y también vuelve a ser rechazado, esta vez por León I, muriendo, finalmente, en el año 453, diecisiete años después de que el reino de los burgondos hubiese cesado su brevísima crónica.

27mitos y leyendas nórdicas - Página 2 Empty Re: mitos y leyendas nórdicas Sáb Dic 31, 2011 1:35 pm

lily25

lily25

Aquellos tiempos eran tan maravillosos que casi nadie conocía la vejez. Raramente un rey podía jactarse de su poder, mas le valía ser prudente

Algunos caballeros eran glorificados por la contundente razón de su habilidad para envainar la espada en el cuerpo del enemigo, y no había mayor gloria que morir en un combate

Sigfrido, era un héroe arrogante, seguro de si mismo, la humildad amable de un simple campesino, la sonrisa fácil y el corazón generoso

Sigfrido se encuentra con un viejo, este se da cuenta que el que estaba cubierto por una capa era Sigfrido.

Se dio cuenta que era Sigfrido no por la fuerza que emanaba de sus brazos ni por la potencia de su cuerpo adiestrado en la crueldad de cotidianas batallas ni de los atributos de guerrero joven y heroico que era sino que se dio cuenta de su bondadosa intervención

Sigfrido vuelve al castillo y se encuentra con Krimilda, esta le demuestra su amor diciéndole que no quiere pasar un minuto sin el

“Las reinas se pelean”

Gunther era el rey de Burgundia

Su pueblo que luchaba con otros por la posesión de las tierras buenas, había encontrado en su ciudad su paraíso, la capital soñada

Satisfecho veía como se sucedían los festejos, debido a la visita de los reyes de los Países Bajos, el gran Sigfrido y la dulce Krimilda

Krimilda era amiga de Brunilda la esposa de Gunther, aunque con personalidades muy diferentes

Es ese lugar se hacían batallas por la cual uno retaba al otro

Hagen era un retador muy fuerte, este después de retar a varios caballeros, reto a Sigfrido

Iba a ser una pelea muy reñida ya que:

Hagen era casi imposible de vencer, pero Sigfrido era invencible

Hagen era alto y fuerte, Sigfrido era alto e invulnerable

Hagen era astuto y perverso, Sigfrido era confiado y bueno

Hagen sangraba en cada herida, Sigfrido no se lo podía herir

Hagen era humano, Sigfrido era mas que humano

Hagen y Sigfrido al final no pelean porque las reinas Krimilda y Brunilda se pelean

Krimilda y Brunilda discutieron fuertemente, Krimilda le contó la verdad de la relación que había tenido Brunilda y Sigfrido.

Brunilda termino muy dolida y se fue llorando hacia su castillo. Gunther se acerco para ver si el algo podía hacer para que se calmara, esta respondió: matando a Sigfrido

“Intrigas en la corte”

Finalmente el cerco comenzaba a cerrarse en torno a Sigfrido. Brunilda clamaba su muerte a todos los hombres fuertes que rodeaban a Sigfrido

En el castillo se vivían horas envenenadas

La alianza con Sigfrido daba seguridad a Gunther que siempre temía por su reino.

Hagen nunca se vio tan deseoso de cumplir una orden de matar a Sigfrido. Pero ¿Cómo vencer a un hombre invencible? Había que engañarlo de alguna forma

Para Gunther le resultaría muy buena la muerte de Sigfrido ya que la muerte de este le daría poder sobre sus enemigos

Hagen preparo una hábil estratagema para matar a Sigfrido

Krimilda en su desesperación le contó el punto débil de Sigfrido a Hagen. Le contó donde lo tenia que herir.

Hagen sorprendido de la noticia fue saltando de alegría al castillo para contarle esto a Gunther

“La muerte Sigfrido”

Gunther invito a Sigfrido a participar de una cacería de despedida, Sigfrido acepto la invitación

La cacería había comenzado. Sigfrido se enfrento con un oso, la pelea fue muy reñida, Hagen llego a pensar que el oso haría el trabajo por el pero otra vez Sigfrido salio triunfante pudiendo matar al oso

Todos festejaron esto y trajeron unos carros llenos de alimentos. Sigfrido agradeció esto pero faltaba algo para beber, molesto pregunto donde había algo para beber, Hagen le contesto que cerca había una fuente de agua

Hagen le propuso hacer una carrera para ver quien llegaba más rápido a la fuente de agua

Sigfrido llego a la fuente mucho antes que todos. Tuvo tiempo para dejar la espada y el arco sobre la hierba, apoyo la jabalina en las ramas de un tilo y con la virtud de un súbdito leal, aguardo a que el rey llegara

Sigfrido se arrodillo sobre la fuente. Hagen lanzo lo mas que lejos que pudo el arco y la aljaba con las flechas, luego tomo la jabalina que reposaba en el tilo y apunto a la cruz que le había marcado Krimilda y le traspaso la espada con tanta fuerza que la punta del arma partió el corazón del héroe

Krimilda al despertar vio el cuerpo de Sigfrido, fue tal su dolor que comenzó a manarle sangre de la boca

Se hizo el funeral de Sigfrido en Worms donde Krimilda lo vio por última vez a Sigfrido

“El tesoro de los nibelungos”

Pasaron 4 años, y la reina Krimilda seguía de luto. Gernot y Girelher cada tanto le robaban una sonrisa.

Entretanto, Hagen pensaba en el tesoro escondido en las remotas montañas del país de los nibelungos, y Gunther lo interrumpió, pero astutamente Hagen comenzó a poner el acento en la reconciliación. Eso provoco que Gunther se acercara a la casa de Krimilda para reconciliarse. Finalmente Krimilda lo perdona y se abrazan

Gernot y Grether fueron a convencer a Krimilda para acarrear el oro por el Rin hasta Worms. Ella acepta la idea y decide quedarse en la ciudad.

Emprenden un largo viaje en barco, muy peligroso por cierto. Estaban rodeados de niebla y había caído la noche.

Al amanecer llegan a tierra firme, y cuando abarcan un enano los detiene y éstos le cuentan que eran enviados por Krimilda. Luego van hacia la cámara secreta. Grether fue prevenido a abrirla, pero sin embargo lo hizo y cargaron decenas de carros con el oro y lo llevaron hasta los barcos

Cuando el oro llego a manos de Krimilda comenzó a repartirlo entre ricos y pobres

“La reina de los Hunos”

Un enviado de Atila (rey de los Hunos) fue a hablar con Krimilda ya que su esposa se murió y venia con la oferta de que ella se case con atila

Trato de muchas maneras convencerla, pero ella, modestamente, decía que no

El enviado saco su última carta

En la que proponía todos sus hombres quedaban a su voluntad

Krimilda, pensó que así podría matar a Hagen, entonces acepto

“Casamiento en Viena”

Krimilda se caso con Atila, en Viena, fue una gran fiesta en la que no falto ningún Gran Señor de los 12 reinos vasallos de Atila

Ella todavía recordaba los días felices con Sigfrido

Así es como Krimilda que a esta altura pensaba vivir en un conventillo, encontraba su vida tan cambiada, nada se podía comparar de cómo estaba viviendo ahora

Todos la amaban y carecía de enemigos

Ahora con todo el poder que tenía podía derrotar a Hagen

“Del Rin al Danubio”

En el camino, Hagen, vio a 2 ninfas, y una le dijo: Todos encontraran la muerte, en la corte de Atila, menos el capellán del Rey.

Confirmadas sus sospechas, al cruzar el río, trato de ahogar al capellán, pero no pudo. Muchos caballeros le reprendieron.

Cuando cruzaron todos, Hagen, rompió la barca con la que habían cruzado el río, así, el capellán no volvía vivo, “es mejor que muera por la espada en batalla” pensó.

Cuando muchos le reprendieron devuelta, el contó lo que la ninfa dijo.

Ahora guiados por Volker, uno de los mejores guerreros de Gunther, siguieron camino a la corte de Atila

“El primer aviso”

En el camino, Gunther paso a visitar a su tío, donde encontró al escudero de Krimilda, quien les dijo, que los esperaba con un séquito, dispuesta a darle muerte a Hagen.

Siguieron, porque si retrocedían, sería un acto de cobardía.

En el camino, pararon en la posada de Rüedeger quien les hizo valiosos regalos. Tal era la amistad que se formo, que Giselher se comprometió con la hija del caballero.

Los mensajeros, avisaron que ya venían los Nibelungos, cosa que alegró a Krimilda, puesto que su venganza, estaba próxima.

“En la Corte de Atila”

Llegaron los burgundios a la corte de Atila, pero, ninguno, al momento del banquete, dejo las armas, así comprendió Krimilda, que habían sido advertidos, y que sus planes se complicaban

“El comienzo de la Masacre”

Volker y Hagen, se tiraron en un banco, a la entrada del palacio, al momento, apareció Krimilda, con 40 hunos.

Hagen desenvaino a la espada de Sigfrido y dijo:- El que desea enfrentarme, que lo haga!-

Pero los hunos retrocedieron.

Tal era la furia de Hagen que “le clavo la lanza accidentalmente a un huno”

Atila, logró calmar a sus hombres, pero, Krimilda, decidió aprovechar esta oportunidad.

Mando al hermano de Atila, a matar a los escuderos burgundios, pero tal fue la suerte del escudero mayor, que logró escapar con vida.

“El palacio incendiado”

Hagen, enterado, frente al Rey y Krimilda, decapitó al hijo de ambos.

Se inició una batalla, entre 20.000 hunos, y los burgundios, refugiados en el palacio.

Gunther, al final del día, pidió tregua, pero Atila, decreto que ya no habría confianza, ya que mataron a su hijo y a muchos de sus hombres, no saldrían vivos de ahí.

-Entreguen a Hagen, y salvaran sus vidas- Dijo Krimilda

-Preferimos morir, antes de entregar a uno de los nuestros- Le respondió Giselher.

Superados por el miedo, Hagen, les dijo que bebieran de la sangre de sus compañeros muertos, y que les daría fuerza, y así hicieron sus hombres.

“Los últimos Burgundios mueren”

Rüedeger, fue con sus 500 caballeros a combatir a Hagen.

Gernot, mato a Ruedeger con la espada que él le regalo, y Dietrich, mato a Gernot, que fue a reforzar a la lucha.

Luego Dietrich, desarmo a Hagen, salvándole la vida a un viejo y fuerte combatiente. Krimilda, lo mando al calabozo.

Gunther, quedó solo, y se negó a rendirse, pero fue desarmado también y se le dio muerte.

Krimilda, mato con la espada de Sigfrido a Hagen, y Hildebrant, mató a Krimilda,... aunque, el asesino de la reina, no podía durar mucho, y no duro.

No quedaron más guerreros Burgundios sobre la faz de la tierr

28mitos y leyendas nórdicas - Página 2 Empty Re: mitos y leyendas nórdicas Mar Ene 03, 2012 7:43 am

lily25

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Los encinares del bosque se apretujan junto a la entrada de una gruta. De su interior llega el eco acompasado de un hierro golpeado en el yunque y el soplar de un fuelle. Los pájaros preludian sus cantares mañaneros y las hojas de los pinos y de los robles, de erguida planta, tienen el verde fresco y brillante. Los zorros y los lobos no sesgan con sus aullidos la tranquilidad de la selva. Sólo el lamento de Mime, el enano herrero que forja en la gruta, rasga el silencio.

- ¡Tormento pesado! ¡Trabajo sin fruto! La mejor espada que forjé en mi vida resistiría a los puños de los gigantes. ¡Y este jovenzuelo, que he criado y prohijado, la rompe como si fuera de jUguete! ¡Carezco del arte que pueda unir los pedazos de la espada Nothung! ¡Y qué premio tendría si pudiera lograrlo!

Y Mime, agobiado por su trabajo sin fruto y sin descanso, prosigue la forja. ¡Oh, si él pudiera unir los fragmentos de Nothung! Fafner el gigante, en cuyo poder está el anillo del Nibelungo y el casco alado, dueño de todos los tesoros que exigiera por la devolución de Freia, es ahora un dragón misterioso y terrible, de inmenso cuerpo, boca armada de filosos dientes, desgarradores de carne, y una cola poderosa que destroza golpeando. Si Nothung fuese soldado, el joven que ha criado Mime el enano podría librar combate con el dragón y conquistar el tesoro del Nibelungo para su tutor; Alberico no cuenta para nada en este plan.

Un toque vibrante de cuerno de caza seguido de un grito de alegría se oye a la entrada de la gruta. Un joven hombre alto, fuerte, erguido y hermoso como un dios; rubia la cabellera, azules los ojos; tostada la piel por los soles del verano y curtida por la ventisca del invierno; firme de músculos, ancho de pecho, robusto de torso, ágil el paso; una risa franca y un semblante abierto; el gesto desafiante y el aire osado de adolescente. Sigfrido es su nombre, según Mime lo llama; y suya es la exigencia de soldar a Nothung y que el enano por más que se esfuerza no puede lograrlo. Entra bullanguero en la gruta trayendo consigo un oso apresado en el bosque, que incita contra Mime, con alegría maliciosa.

- ¡Muérdelo! ¡Cómelo! ¡Cómete a ese inútil forjador!

- ¡Aparta de mí a esa fiera! -dice temblando Mime acurrucado detrás del hornillo.

- ¡Lo traigo para atormentarte mejor! ¡A ver, pregúntale por la espada! -y acerca el oso, que gruñe al enano que gime espantado.

- ¡Hoy la acabaré de pulir! -asegura.

- ¡Aleja a ese animal!.

Y Sigfrido riendo quita la cuerda al oso, que escapa de inmediato al bosque. A los reproches de Mime por haber traído la fiera a la cueva, Sigfrido responde que siempre siente la necesidad de buscar un compañero mejor que Mime y a quien pueda amar y sentirse su amigo. Corriendo entre la arboleda del bosque ha hecho sonar su cuerno llamando al amigo imaginario; sólo el oso salió refunfuñando de los matorrales.

Pero ahora quiere la espada invencible que Mime debe haber forjado. El enano presenta la hoja reluciente; Sigfrido prueba su punta, luego la blande y la dobla con sus fuertes manos; los trozos de metal brillan después en el suelo. Y nuevamente su cólera se despierta. Vive soñando con una espada que resista a sus manos; con ella podrá matar los dragones y entablar combates contra gigantes sanguinarios; realizar hechos heroicos y hazañas esforzadas. Sin embargo, no puede hacerlo aún porque el arte de Mime no acierta a forjar la espada.

Y Sigfrido reprocha su inhabilidad al enano:

- ¡Hasta cuándo has de engañarme, fanfarrón! -grita airado.

Entonces, Mime le reprocha su ingratitud. Ahora es un fuerte y hermoso joven; pero, ¿quién le cuidó al nacer? ¿Quién le enseñó a andar? ¿Quién guió sus primeros pasos? ¿Quién le hizo conocer el bosque, distinguir sus hierbas y treparse por los troncos y cantar con los pájaros? ¿Quién ha velado sus noches, preparado el alimento, y elegido los frutos silvestres para el niño? ¿Quién? La ingratitud de Sigfrido lo hunde en la desesperación; mientras Mime trabaja y forja, el joven vagabundea por el bosque, canta y caza. Sigfrido conoce toda la larga lamentación de Mime; siempre la ha escuchado desde niño, pues el enano se la repite desde que se dio cuenta de que podía entenderle. Así ha creído poder obtener el cariño del joven; pero lo único que ha logrado es su encono y el creciente alejamiento.

La presencia contrahecha del enano, su andar cojo, y su ademán torpe, no despierta compasión sino irritación en Sigfrido. Le repugna el alimento que le prepara, no puede conciliar el sueño en el blando lecho que le dispone; siempre ve y siente la mala intención que mueve al enano y nunca se le apareció leal y bueno. Por eso no siente afecto hacia él ni podrá sentirlo.

A veces una duda asalta su limpia conciencia de hombre criado en plena naturaleza.

- ¿Cómo es que huyendo por el bosque para no estar contigo, vuelvo otra vez a tu casa?

- Porque estoy cerca de tu corazón -responde Mime.

- No olvides que no puedo sufrirte.

- Eso se debe a tu ferocidad; aún debo suavizar tus impulsos. Así como los pichones pían por el nido y los cachorros gimen por sus padres, tú, sediento de cariño, vienes a mí. Porque yo, Mime, soy para ti como el ave madre para el hijuelo.

- Oye, Mime; si eres ingenioso contesta a esto: los pájaros cantan, se llaman uno al otro en la primavera. Tú me dijiste que eran macho y hembra. Construyen su nido y luego incuban los huevecillos; mas cuando nacen los polluelos, los cuidan juntos y los alimentan. El lobo macho lleva la comida a los cachorros y la hembra los cuida. En ellos aprendí lo que era el amor y jamás en mis correrías por el bosque robé un hijuelo. ¿Dónde está tu hembra, Mime, para llamarla madre?

Mime se encoleriza y reprocha a Sigfrido su pretensión. ¿Acaso él es pájaro o un zorro para ser igual a ellos?

Pero, entonces, Sigfrido quiere saber cómo es que puede haber un niño sin madre. Y aunque el enano intenta convencerlo de que él es su padre y su madre a la vez, Sigfrido no le cree y le recrimina el embuste.

- ¡Y los hijos se parecen a los padres! En las aguas claras de los arroyos he visto reflejarse los árboles, los pájaros, las nubes; allí también contemple mi imagen y me he visto completamente distinto de ti. Dime, entonces, ¿quiénes fueron mis padres?

Mime intenta disuadirle una vez más, pero Sigfrido salta a su cuello como un tigre joven. Sólo entonces puede conocer el secreto de su origen.

- Gimiendo encontré en el bosque a una mujer -comienza diciendo el enano- la traje junto a mi fragua para calentarla. En este sitio naciste tú. Ella murió y tú te salvaste. Por ella me fue dado tu nombre; debía imponértelo porque te haría fuerte y libre.

Y nuevamente Mime quiere repetir la enumeración de sus cuidados y esfuerzos, pero Sigfrido le interrumpe:

- ¡Quiero saber el nombre de mi madre!

- ¿Lo habré olvidado? ... Espera ... creó recordar que fue Siglinda.

- Y el de mi padre ...

- ¿Qué fue de mi padre?

- Nunca le vi. Tu madre sólo dijo que murió en un combate; como huérfano y desamparado te recomendó.

- ¡Quiero una prueba de todo esto!

Y Mime le muestra los fragmentos de la espada Nothung que el padre de Sigfrido llevaba al perecer en su último combate.

Una alegría desbordante da paso a la pena en el joven. Con los pedazos de la espada rota deberá forjar el arma que blandirá en sus luchas. Quiere que Mime los una y trabaje un arma sin igual. Con ella saldrá del bosque y entrará en el mundo. ¡Cómo será de feliz en su libertad! Tal como el pájaro y la alimaña en la selva. Como el viento que mueve las hojas y el agua que corre en los torrentes. Embriagado con la esperanza de su liberación corre al bosque llenando el aire con sus gritos de júbilo.

Mime no puede retenerlo a pesar de sus llamadas. Una nueva preocupación se suma a sus afanes. ¿Cómo podrá unir los pedazos del acero de Nothung? No hay horno con suficiente calor para ablandarlo ni martillo de nibelungo que venza su dureza; ni la envidia que devora su alma ni su rudo trabajo de enano tendrán la suficiente fuerza como para insistir en soldarla.

Además, ¿cómo podrá ahora inducir a Sigfrido a que penetre en la cueva de Fafner el dragón y entable combate matándolo y muriendo a la vez?

Las lamentaciones de Mime se interrumpen de golpe. Un viajero extraño ha entrado en su guarida; usa lanza, lleva un manto azul oscuro y un sombrero de anchas alas cae sobre su ojo tuerto.

Saluda al herrero asustado, que se cree amenazado por un peligro nuevo y no le ofrece hospitalidad. Pero el viajero le dice palabras significativas al descubrir su miedo y su turbación: él conoce de todo y nada le está oculto a su saber. ¿Por qué el enano no intenta ponerlo aprueba? Mime se anima y le formula tres preguntas, apostando su hornillo contra la cabeza del extraño.

- ¿Qué estirpe vive en las profundidades?

- Los Nibelungos y Nibelhein es su patria. Son negros y Alberico en un tiempo fue su rey mediante el poder mágico de un anillo forjado con el oro del Rhin y que le proporcionó incontables riquezas.

- Mucho sabes, viajero; pero, dime ahora: ¿qué especie domina en la superficie de la tierra?

- La raza de los gigantes, cuya patria es Riesenhein; Fasolt y Fafner fueron los gigantes que ganaron el anillo del nibelungo Alberico, y con él su poder. Sin embargo, la maldición del anillo los llevó a la discordia y a la lucha a muerte.

- ¿Qué estirpe habita la región de las nubes? ¡Contesta ahora, viajero!

- Los dioses; su morada es el Walhalla. Wotan los rige y su lanza está hecha de la rama sagrada del fresno del mundo. En su asta están las runas, fórmulas misteriosas, inscriptas, que revelan los pactos convenidos. Quien posea la lanza es dueño del mundo. Ante Wotan se inclina el ejército de los Nibelungos y la raza de los gigantes acata sus consejos.

- Viajero: has salvado tu cabeza; sigue, ahora, tu camino -dice el enano.

Pero el extraño, a su vez, quiere poner a prueba el saber del enano; su cabeza ha de servir de prenda si no logra responder a tres preguntas que el viajero ha de formularle.

Mime con humildad replica que hace tiempo abandonó su patria y se separó de su madre. La mirada de Wotan un día iluminó su cueva. Empleará todo su ingenio en salvar su cabeza, pues.

- ¿Cuál es la raza que Wotan trata peor y, sin embargo, es la que más ama? -comienza el viajero.

- La de los welsas. Siegmund y Siglinda, dos desdichados gemelos, descienden de ella; fueron padres de Sigfrido, el más poderoso de su raza.

- Resolviste la primera pregunta. Ahora: ¿Qué espada blandirá Sigfrido para matar a Fafner?

- Nothung se llama la espada. Wotan la hundió en un fresno de donde sólo Siegmund logró sacarla. Con ella fue al combate contra Hunding, pero Wotan se la quebró en pedazos. Sus trozos los guarda un hábil herrero, pues con ella, Sigfrido, niño sencillo y osado, vencerá al dragón.

- Eres muy ingenioso; pero, ¿a que no sabes responder quién ha de forjar con los pedazos de Nothung la futura espada?

Mime no puede contestar a esta pregunta y confiesa su ignorancia, ya que, aunque es el más sabio herrero, no ha podido forjarla.

Con tono sibilino el extraño le comunica que tal cosa sólo podrá hacerla quien no sepa lo que es miedo. Y luego agrega:

- Desde hoy tu cabeza está empeñada y la cederás a aquel que nunca sintió el temor.

El nibelungo queda aterrado; el viajero ha desaparecido en el bosque circundante. Mime se deja caer junto al yunque y medita abatido. Un vivo resplandor y un gran estruendo le llega desde afuera; es Fafner que pasa hacia su cueva aplastando y destrozando lo que encuentra a su paso.

El enano, rendido y tembloroso, queda escondido a la espera de Sigfrido.

Un grito alegre y juvenil lo vuelve en sí; es el joven que regresa. Al entrar pide la espada que ya debía haberle trabajado Mime; en ese momento se da cuenta el enano del oculto sentido de la sentencia del viajero: Sólo podrá forjarla aquel que no sabe lo que es miedo. Sigfrido, por lo tanto. De modo que su cabeza de enano está empeñada al joven, ¿cómo podrá salvarse si no es infundiéndole miedo, haciéndole conocer el temor?

No duran mucho las meditaciones de Mime; Sigfrido pide a gritos su espada. Entonces el enano le dice en tono misterioso:

- ¡Es preciso que te enseñe a tener miedo!

- ¿Y qué es el miedo? -replica el joven.

- Cuando a la luz del crepúsculo estás solo en lo mas intrincado de la selva, ¿no has sentido alguna vez correr un frío aterrador por tus miembros, perturbados tus sentidos, oprimido el pecho y tembloroso el corazón?

- Con gusto quisiera sentir ese frío y ese temblor. Pero, ¿cómo me lo enseñarás?

- Sígueme -dice artero el enano y lo lleva fuera de la gruta-; aquí cerca hay un dragón espantoso cuyas vÍCtimas sin innumerables. Fafner y su terrible presencia te enseñarán a tener miedo.

- ¿Dónde está? -pregunta el joven resuelto.

- No lejos del mundo, en una cueva que se llama de la envidia -responde Mime.

El joven se siente dominado por el entusiasmo y en la embriaguez de la lucha próxima pide la espada.

Asustado, el enano confiesa que no se siente capaz de soldar los trozos de Nothung. Entonces, Sigfrido resuelve hacerlo él. Entonando un canto alegre y jubiloso llena de carbón el hornillo y la llama brota viva y ardiente; luego lima los fragmentos de la espada ante el asombro del viejo herrero, reduciéndolos a polvo, que coloca en un crisol sobre las ascuas, mientras aviva el fuego con el fuelle.

- ¡Nothung! ¡Nothung! -invoca Sigfrido y canta su trabajo mientras sopla el fuelle y se funde el metal.

- ¡Pronto te blandiré, espada mía, Nothung, acero deseado!

El enano perverso y sombrío contempla el triunfo de Sigfrido y trama su muerte. Lo hará enfrentarse con Fafner alentando su ansia guerrera; que con Nothung mate al dragón y se apodere del anillo y del casco; pero luego le dará a beber un brebaje que le producirá la muerte.

El joven sigue absorbido por su tarea y canta:

- ¡Forja, martillo mío, forja la resistente espada! ¡Cómo me alegran estas chispas brillantes! La cólera es un adorno para el valiente.

Sumerge el acero en el agua y se ríe al oír el chisporroteo; en tanto Mime piensa en la trama que su perfidia prepara.

- ¡Nothung, espada envidiada! -grita Sigfrido en su exaltación blandiendo el acero-. Ya estás otra vez unida a la empuñadura. Rota te encontré; al padre moribundo se le hizo pedazos. El hijo la ha creado de nuevo; su brillo le sonríe y corta su filo. ¡Otra vez te di la vida!

Y con ella parte de un golpe el yunque en medio del pavor del enano.

La noche se ha entrado de golpe en la cueva viniendo del bosque. Entre los árboles los pájaros han enmudecido y las corzas, dobladas sus ágiles patas, descansan en los matorrales.

Escondido entre los árboles, Alberico el nibelungo, que sigue lamentando el despojo del anillo y del casco, vaga vigilando al dragón y aguardando al héroe que vendrá a combatirlo y a vencerlo. Sólo así podrá recuperar su tesoro.

Los murmullos del bosque llegan apagados y la lumbre de las luciérnagas puntea la noche. Un fulgor potente y extraño atraviesa la masa sombría de los árboles mientras se levanta un viento borrascoso. Cesa de pronto y la naturaleza queda como en suspenso. Ante el nibelungo empavorecido se aparece el viajero misterioso; la luz verde de la luna ilumina el rostro noble de ojo tuerto y aclara la majestad del porte. Alberico reconoce al extraño y se dirige a él enfurecido:

- ¿Tú mismo en persona te atreves a venir?

Pero el viajero sin responder directamente pregunta al enano si acaso se halla en el bosque guardando la cueva de Fafner. El nibelungo sólo replica reprochando a Wotan, el extraño viajero, el despojo del anillo y de sus tesoros. El anillo forjado con el oro del Rhin debe volver a él y formula la amenaza de asaltar el Walhalla el día que vuelva a su poder. Pero el viajero augusto le predice acontecimientos inesperados; el propio hermano de Alberico, Mime, ha criado al héroe que ha de matar a Fafner. El joven es inocente, pero Mime lo utiliza para sus fines: obtener el anillo y el casco mágico. Y el dios con palabra intencionada agrega: pero el tesoro lo tendrá quien lo gane. Anima al nibelungo a que prevenga a Fafner del peligro que ha de correr sugiriéndole que, a lo mejor, en premio le ceda el anillo. Y al terminar esto se dirige a la cueva y despierta al dragón.

La voz tremenda del monstruo sale de la hondura del antro. El viajero le dice que alguien viene a salvarle la vida y que a cambio debe entregarle el tesoro. Entonces, Alberico le anuncia la llegada de un joven héroe que intentará matarle y le advierte que puede impedir ese combate siempre que Fafner le devuelva el tesoro. El dragón se burla del nibelungo y el viajero ríe desapareciendo en el bosque en medio de una súbita tempestad.

Alberico queda consumiéndose en odio mientras le grita:

- ¡Seguid riendo, desaprensiva raza de los dioses! ¡Os estoy viendo desaparecer a todos!

La noche se va acurrucando entre los encinares y la neblina de la mañana estira sus gasas algodonosas en la copa de los árboles mientras el día amanece.

Mime y Sigfrido pisando las hierbas húmedas caminan a través del bosque. Han andado desde la madrugada en busca de la cueva del dragón. El enano le advierte que ha llegado el momento en que ha de sentir miedo y le describe al dragón y su ferocidad. Los esfuerzos son vanos; Sigfrido replica sencillamente sin temor que irá destruyendo una a una las armas del dragón: si la enorme boca es desmesurada, será bueno cerrársela sin acercarse a sus dientes; si la baba es venenosa y corroe la carne, se echará a un lado; si la cola rompe los huesos como vidrio, no la perderá de vista, y por último pregunta si acaso el monstruo carece de corazón.

- ¡Lo tiene! -dice el enano.

- ¿Al fin entra el miedo en tu corazón?

- ¡Hundiré en el suyo mi espada! ¿Eso es miedo?

Pero la presencia del enano le incomoda; quiere estar solo y no oír la cantinela del cariño a que apela Mime.

El joven sabe que es falso y aunque el enano le promete velar cerca de la fuente, el joven lo rechaza. Mime obedece; pero su deseo y su pensamiento anhelan que Sigfrido mate al dragón y que éste a su vez devore al joven.

A la sombra de los castaños descansa Sigfrido; la arboleda susurra y los pájaros trinan a la mañana. El aire es tibio, embalsamado de pinos, y la tierra huele a romero y a muérdago. La frescura del bosque embriaga al joven, que se entrega a sus sueños imaginando el rostro del padre que no conoció y los rasgos de la madre. Piensa que los ojos de la corza no son tan claros y la mirada tan dulce como lo serían los de su madre. El canto de los pájaros llena la mañana transparente y entre los mil indistintos acentos el joven cree poder entender el oculto sentido.

Pero es sólo una ilusión. Quiere entonces imitar el trino de un pájaro y se fabrica una flauta de caña; pero su sonido es áspero, muy distinto del dulce cantar del ruiseñor. Toma su bocina de plata y modula una alegre melodía con la que siempre buscó a sus compañeros del bosque: los zorros, los osos y los lobos.

El aire se puebla de trinos y susurros; las hojas movidas por la brisa remedan conversaciones en voz baja.

De pronto, un enorme lagarto ha salido de una cueva y se enfrenta a Sigfrido; su tremenda voz sale potente de la enorme boca. Muestra sus dientes, amenaza con la cola e insulta al héroe, que celebra que el monstruo hable. El dragón quiere arrojarse sobre el joven abriendo, a la vez, su dentada boca; pero Sigfrido salta ágilmente hacia un lado. Un combate feroz se entabla y la decisión, rapidez y fortaleza del joven van venciendo poco a poco al monstruo hasta que cae rendido, atravesado el corazón por la espada Nothung, hundida hasta la empuñadura. Y en los estertores de la muerte el dragón se dirige al joven valiente y le dice que la raza de los gigantes desaparece con él y que fue la ambición del oro maldito lo que la ha destruido; por él mató a Fasolt.

- ¡Vive siempre alerta, joven; la traición rodea al dueño del tesoro y el que te empujó a esta lucha trama tu muerte!

Luego suspira y muere. Sigfrido arranca la espada y sus manos se tiñen de sangre; maquinalmente lleva una a la boca porque le quema como si fuera fuego. Al probar la sangre, al instante comprende el canto de los pájaros e interpreta el murmullo del bosque. Y oye a un pájaro que trina prediciéndole que ha de lograr el poder con el anillo y el amor con el casco alado. Baja Sigfrido a la cueva a buscarlos y en tanto los enanos Alberico y Mime, que vienen para darse cuenta de la suerte del combate, disputan el derecho de estar presentes; ambos aspiran al privilegio de hacerse dueños del tesoro que conquistará el joven héroe y ocupadas sus mentes con tal deseo se hunden en las profundidades.

Sigfrido sale de la cueva dueño del anillo y del casco. Ignorante de su poder se los coloca creyéndolos meros juguetes.

El bosque está sumido en el silencio; un pájaro inicia su canto y lanza sus notas que quedan vibrando en el aire tibio de la mañana. Un leve susurro se levanta de las hojas y un movimiento raro, como si los árboles y las hierbas se agitaran por una presencia oculta, rodea al héroe. Canta el pájaro nuevamente y Sigfrido por primera vez entiende su lenguaje; es un alerta a las maniobras solapadas de Mime y un llamado a la confianza en las propias fuerzas. Por haber probado la sangre del dragón ha adquirido el joven una sabiduría milagrosa.

Poco a poco aparece Mime arrastrándose por las rocas e intenta halagar al luchador; pero es inútil porque, gracias al nuevo poder de comprensión, Sigfrido entiende el verdadero y oculto sentido de sus mentirosas palabras. Y así, en medio del asombro del enano el joven acepta la bebida que le ofrece, pero, a la vez, de un golpe de Nothung le parte el cráneo.

En ese momento Alberico hace oír su risa sarcástica desde las grietas de la roca.

La luz del mediodía ilumina el bosque y las hierbas cierran sus flores a la ardiente influencia. Los tilos dan gresca sombra y un olor de tierra abierta y mojada inunda el ambiente.

Sigfrido se siente fatigado de su lucha; sobre el oro ha arrojado el cadáver de Mime y cierra la entrada de la gruta con el dragón muerto.

Tendido bajo los árboles siente bullir la vida de la naturaleza bajo su cuerpo: la marcha levísima de las hormigas, de los cascarudos y los grillos; la movilidad de la tierra florecida, el lento aletear de las mariposas y el susurrar del viento. Se siente unido al suelo, pero solo, sin amigos por quienes realizar hazañas y empresas.

Le ruega a su pájaro amigo le indique hacia dónde ha de dirigir sus pasos para encontrarles; y la respuesta le llega en forma de un trino prolongado y jubiloso.

- ¡Ay! Sigfrido mató al enano malvado. Será ahora para él la mujer más hermosa. Duerme en altas rocas cercada de fuego; si logra atravesar las llamas y despertar a la joven, Brunilda será suya.

Una extraña exaltación crece en el alma de Sigfrido al oír la voz del pájaro; se siente impelido a salir del bosque y correr en busca de la roca legendaria.

- ¡Ningún cobarde logrará a la durmiente! -canta el pájaro.

- Sólo aquel que no supo nunca lo que es miedo!

- ¡Soy yo! -grita el joven.

- ¡He matado al dragón y no sentí temor! ¡Quiero que me lo enseñe Brunilda!

Y enajenado de entusiasmo corre a través del bosque siguiendo la huella musical que le traza el canto del pájaro.

La noche ha bajado a la selva y los árboles sólo son masas que se agitan al pasar el viento. La tempestad empieza a formarse por el lado de la montaña. Los relámpagos iluminan al viajero misterioso que se guarece en una gruta; su voz se oye en la oscuridad invocando a Erda.

- ¡Erda! ¡Mujer eterna; abandona tu profunda morada y sal a la altura! Cantando te desperté de tu sueño. ¡Mujer que todo lo sabes, despierta!

Una irradiación azul alumbra luego la gruta, y en medio de ella aparece Erda, cuyos cabellos oscuros tienen un resplandor centelleante.

- ¡Fuerte resuena tu canto; el poder del hechizo es grande! ¿Quién me privó de mi letargo?

- Yo, que acostumbro a despertar a quien domina profundo sueño. Te invoco porque nadie es más sabio que tú. Donde hay vida está tu aliento; donde se piensa, tu inteligencia. Tú debes responder a mis preguntas.

- Mientras duermo las Parcas hilan lo que yo sé. Dirígete a ellas.

- Sólo tú puedes cambiar el curso del destino y darme el medio para detener el giro de la rueda.

- Las acciones de los hombres oscurecen mi saber. Pregunta a Brunilda, hija mía y de Wotan, el que me dominó con su hechizo.

Pero el viajero insiste. Cuenta a Erda que Brunilda duerme un largo sueño circundada de fuego en castigo por haber desobedecido las órdenes de su padre. Sólo despertará para ser la esposa de un mortal. Al saberlo, Erda quiere volver al seno de la tierra, pero el viajero la retiene con su hechizo. Le pide que lo ayude a vencer el temor que lo domina de ver terminada la eternidad de los dioses. La angustia ha atado su valor; Erda, la sabia mujer, debe decirle a él, Wotan y dios inmortal, cómo ha de vencer ese miedo.

Pero Erda se indigna por la superchería de Wotan. No, no le ayudará. Entonces el viajero le señala a ella süpropio fin inmediato; la sabiduría de la madre termina con el fin de los dioses. Y con gesto majestuoso, el dios afirma que ya no le angustia el ocaso de los dioses porque su voluntad misma empieza a desearlo. Convertirá al más hermoso ser, a un welsa, en heredero del mundo, ajeno a la envidia, ansioso de amor. Sin miedo y valiente, contra él no ha de paralizarse la maldición de Alberico. El ha de despertar a Brunilda y Wotan le concederá la inmortalidad. No importa ya el consuelo de la mujer eterna; puede, pues, seguir en su sueño.

Erda se hunde y la oscuridad vuelve a llenar la cueva. En el cielo los nubarrones cargados son llevados por el viento y los relámpagos que se alejan más allá de la montaña anuncian la huida de la borrasca. La luz verdosa de la luna se filtra por los pinares del monte.

Sigfrido vaga desorientado; su pájaro guía ha desaparecido de pronto y el canto ya no se oye, como si un poder oculto hubiera hecho enmudecer al ave. En un instante de fatiga, el joven se detiene cerca de la gruta. A su entrada el viajero misterioso le observa y su grave voz rompe la paz de la naturaleza.

- ¿Adónde te conduce tu camino, joven?

Detenido de pronto Sigfrido, responde que va en busca de una doncella que duerme en una roca protegida por el fuego. El desconocido pone en duda la veracidad del caso; pero el joven le explica que él no duda porque un pájaro le ha guiado con su canto hasta hace un instante y que su confianza proviene de un hecho milagroso. El entiende el lenguaje de las aves y comprende los secretos del viento, porque ha probado la sangre de un dragón, muerto en rudo combate. No fue el miedo lo que le movió a la lucha, sino la amenaza del monstruo de tragarlo; y su hazaña fue cumplida gracias a Nothung, una espada que él mismo había forjado.

La audacia y la confianza en sí que revela el joven provocan la risa del viajero; con ello consigue irritarlo y hacerle proferir amenazas contra el desconocido, al que augura la misma suerte que la corrida por Mime. Luego el héroe se acerca al extraño y le observa, al notar que el tuerto se mofa de él. Pero el viejo dios disculpa sus bravatas porque sabe que Sigfrido ignora su verdadero carácter.

- Siempre amé a tu raza -le dice-. Pero ya ha tenido la oportunidad de experimentar los efectos de mi cólera. ¡No la provoques de nuevo porque ambos seríamos víctimas de ella! -agrega amenazador.

Sigfrido sólo quiere saber dónde realmente está el sitio en que, tras ardiente cerco, duerme la más bella de las mujeres; por ello, las oscuras amenazas del anciano no lo arredran. Intenta seguir adelante dejando al viajero con sus palabras oscuras; pero éste con su lanza de fresno quiere detenerlo. Sigfrido la rompe con su espada y se abre paso hacia adelante.

Un instante la naturaleza se ha quedado en suspenso; el mismo dios se oscurece y se desdibuja en la penumbra. La jubilosa decisión del joven ya no encuentra obstáculos y ebrio de audacia avanza entre los árboles hacia la roca distante que ve iluminada, pero inaccesible.

Un cordón de fuego de altas llancas brillantes se eleva en torno de la roca; su reflejo no detiene a Sigfrido. La movilidad del mismo deja ver el cuerpo yacente de un ser dormido. La magia del hecho y lo inmediato del peligro no impiden al joven decidirse a lanzarse a través de las llamas.

- ¡Oh, fuego delicioso! ¡Brillante resplandor que alumbras mi camino! -exclama-. ¡Mágica aventura es atravesarte y rescatar a mi amada!

Y haciendo sonar su cuerno de caza con un canto animoso y guerrero se arroja por entre las llamas, sin miedo y sin titubeo. Atrás quedan las llamas y ante sus ojos aparecen las rocas que hace un instante veía inaccesibles. Ha vencido al fuego y su canto resuena glorioso. Alguien descansa al pie de una roca bajo su brillante armadura, puesto el casco y protegido por el escudo; cerca, un caballo duerme plácidamente.

El joven héroe descubre al durmiente y deslumbrado aún por el fulgor de las llamas se detiene presa de admiración al notar que es un guerrero el que duerme. Levanta el escudo y al ver que respira todavía decide cortarle los anillos de acero que ciñen la coraza; al hacerlo aparecen ante su asombro las bellas líneas del cuerpo de Brunilda y la suave tela de lino.

- ¡No es un hombre! -dice azorado-. ¡Mágica sensación arde en mi pecho; mis sentidos desfallecen! ¡Madre, madre, acuérdate de mi!

Cae su cabeza sobre el seno de Brunilda y por primera vez siente palpitar su corazón y oprimide el miedo. ¿Podrá, entonces, una mujer provocar el miedo que nada ni nadie lo lograra? Y en su turbación al ver que la durmiente no despierta, se decide a besarla en los labios. Brunilda abre los ojos y ambos se miran embelesados.

- ¡Salud a ti, oh sol! Te saludo, luz del día. Largo fue el sueño. ¿Quién fue el héroe que me sacó del letargo?

- ¡Sigfrido se llama quien te despertó!

Enajenada Brunilda saluda a la tierra y al mundo al saberse despierta por un héroe; le dice cuánto y desde cuándo lo amaba, aun antes de nacer. Cómo lo protegió con su escudo y constituyó su cuidado y su pensamiento de siempre.

- ¡Oh, Sigfrido; lo que tú no sabes lo sé yo por ti! Pero lo sé porque te quiero. Mi amor hacia ti fue el pensamiento que me movió a desobedecer y a levantarme contra el mismo que lo concibiera; por él fui castigada porque sólo lo sentía y no lo advertía.

Canto milagroso colma el pecho de Sigfrido; las caricias paternas nunca sentidas y las viejas palabras maternas nunca oídas se hacen patentes y cálidas en la mirada luminosa de Brunilda. Percibe el calor de su aliento y oye el acento de su voz, pero no entiende el sentido de sus palabras. Sus sentidos están arrobados con la presencia de ella. Brunilda siente la ternura del héroe, pero le ruega que no se acerque todavía, que no destruya lo divino de sí misma. Un extraño miedo comienza a invadirla; siempre fue una diosa y nunca ha sentido tan cercana la influencia de un mortal. De ahí su angustia y su tristeza.

- ¡Cuánto te amo! -exclama el joven.

- ¡Oh, si tú me pertenecieras! Un agua agitada ondea frente a mí; sólo veo a esa oleada de amor. ¡Oh, si sus olas amándome me arrastrasen! ¡Despierta, Brunilda, vive y sonríe en dulce amor!

- Mágico encanto invade mi pecho -dice Brunilda.

Y luego, en un arranque conmovido, admira al joven héroe:

- ¡Tesoro de las más maravillosas acciones! Sonriendo nos perderemos: sonriendo nos hundiremos. ¡Adiós, Walhalla! ¡Adiós esplendor de los dioses! ¡Muere por el amor, generación eterna! ¡Acércate, crepúsculo de los dioses, y que asome la noche de su destrucción! Para mí brilla ahora la estrella de Sigfrido. ¡Mientras esté vivo el amor, dulce será la muerte!

- ¡Siempre, Brunilda, serás la dicha para mí! -responde el joven-. ¡Mientras luce el amor, sonríe la muerte!

Y sonrientes y confiados, cara al sol y al cielo que es una vela celeste izada en el horizonte, inician los jóvenes su idilio puro y transparente.

29mitos y leyendas nórdicas - Página 2 Empty Re: mitos y leyendas nórdicas Mar Ene 03, 2012 7:44 am

lily25

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parte1


Una roca escarpada emerge del centro de la corriente; a su alrededor la melodía se oye clara y nítida. Cantan las ondinas, las hijas del viejo río Rin , mientras velan un tesoro escondido en el peñasco: el oro brillante, cuya posesión concede la riqueza, la herencia del mundo y el poderío sin límites.



En el mundo celeste de las nubes y las nieblas moran los dioses. Un palacio etéreo, reluciente y fantástico, ha sido construido por la raza de los gigantes por orden y deseo de Odín; por ello, ha contraído un compromiso con esa raza y el pacto ha sido inscripto en el asta hecha del fresno inmortal que sostiene al mundo. Son las runas, que Odín deberá cumplir a pesar de su destino. Los dioses aguardan impacientes la terminación del palacio para habitarlo y protegerse del manto opaco de la noche.



El enano Alberico decide salir del fondo negro de su reino y conquistar una ondina, cuyos cabellos de brillo broncíneo y ojos de agua verdosa sueña con mostrar a la envidia de los Nibelungos. Pequeño y horrible, viviendo en un dominio sin luz y sin alegría, tiene el alma cegada de amargura. La envidia a la raza de los dioses lo corroe.

Surgiendo del reino de las sombras contempla desde las altas rocas el correr libre de las aguas bordeadas de márgenes boscosas. Le llega el canto de las hijas del Rhin; en las aguas brillan los torsos y flotan las cabelleras de las bellas guardianas. Se arroja al agua y las persigue.

La fealdad y la torpeza de Alberico, que salta de roca en roca jadeante y amenazador, les dan motivo de bullicio y de risueños comentarios. Juegan con él y le provocan; le humillan y le consuelan falsamente. Palabras de amor apasionado y colmadas de angustia pronuncia Alberico. La juguetona alegría de las hijas del río es lo único que le responde. Cansado y dolido el enano reprocha la maldad y el desvío de las ondinas.

- ¡Ardiente amor me quema! ¡Y aunque rían y mientan voy a perseguirlas; alguna se me rendirá! ¡Ah, si este puño pudiese alcanzar a una!

La sorpresa del enano es indecible; olvida su amor y la persecución de las ondinas.

- Decidme -pregunta-. ¿Qué es ese intenso resplandor?

- ¡Cómo! ¿De dónde sales que no has oído hablar del oro del Rhin, cuyo ojo vela y duerme alternativamente? Quien posea un anillo forjado con el oro del Rhin es dueño del mundo.

Y nadando y rebullendo alrededor de la roca las ondinas prosiguen su canto:

- ¡Oro del Rhin! ¡Oro del Rhin! ¡Qué placer causa tu brillo! ¡Qué vivo resplandor se desprende de tu seno! ¡Despierta! Rodearemos tu lecho cantando y bailando.

Atónito el enano contempla la irradiación del oro bajo el temblor de las aguas mientras piensa en las palabras de las ondinas que cuentan los poderes que concede su posesión. Pero sólo podrá alcanzarlo -le dicen las hijas del Rhin- quien renuncie al amor y a sus deleites; porque sólo así podrá forjar el anillo. No puede quitar sus ojos del brillo mágico y una ambición irrefrenable empieza a dominarlo. Despreciado por el amor, objeto de las burlas de las ondinas, resuelve renunciar a la conquista de las hijas del Rhin y de toda otra mujer y de inmediato trama el robo.

Las ondinas mismas favorecen sus planes. ¿Cómo temer de un enano torpe y sensual, que se pasa la vida buscando quien le ame? Juegan en la corriente y descuidan el tesoro. Entonces el oscuro nibelungo se hunde de improviso en las aguas y con ímpetu arranca el oro, sumergiéndose con él en el fondo del Rhin.

La oscuridad desciende de pronto al lecho del río y se oyen las voces angustiadas de las ondinas que claman por el oro. Se llenan las riberas con sus ecos y lamentaciones. Invocan a los dioses, llaman al padre Wotan:

- ¡Detenedle! ¡Salvad el oro! ¡Socorro, socorro!

La tarde ensombrecida ve llegar la noche; el viejo Rhin sigue su incansable carrera al mar, oscuro y hosco. La noche pasa presurosa con su carga de estrellas y el nuevo día alumbra la desolación de las ondinas.

La niebla lechosa del amanecer vela el reino celeste de los dioses. El día naciente ilumina el castillo etéreo de Wotan, erizado de almenas relucientes, con puentes levadizos, sostenido por el arco de las nubes y levantado más allá de los montes. En la tierra se aclaran el enverdecido valle del río, las crestas de las montañas y la mancha oscura de los bosques. Los dioses despiertan y admiran el alcázar. El padre inmortal descansa sobre el césped y su esposa Fricka junto a él le habla:

- ¡Despierta del dulce engaño del sueño; despierta y medita!

El dios se incorpora y admira la obra construida por los gigantes, tal como la soñó su fantasía y la deseó su voluntad: hermosa y fuerte. Pero la contemplación de la belleza no les hace olvidar el dolor que su existencia encierra. Para erigido, la raza de los gigantes ha exigido un pago excesivo. Fasolt y Fafner han levantado piedra sobre piedra, construido las torres y los puentes en medio de muchas fatigas; en pago exigen la entrega de Freia, la hermana de Fricka, la diosa de la juventud y la alegría. La esposa del primero de los dioses lamenta la suerte de su hermana y recrimina a Wotan que, a causa de su desmedida vanidad y ambición de poder, no ha dudado en sacrificar a la joven diosa. Pero Wotan replica:

- ¿Acaso fuiste ajena a mi ambición al pedir la construcción del palacio?

- Compartí tu ambición, porque inquieta con tus veleidades tenía que pensar en cautivarte proporcionándote un lugar deleitoso para retenerte a mi lado. Pero al levantar el palacio no has hecho más que responder a tu deseo de poder ilimitado -contesta Fricka.

- Has de concederme -responde Wotan-, que así como ansiabas cautivarme, intente yo cautivar al mundo. Además no he pensado seriamente en entregar a Freia.

Wotan, irritado, parpadea con su ojo único, pues perdió el otro hace tiempo. Los lamentos de Freia se sienten cercanos; las amenazas del gigante Fasolt la estremecen y gime su desventura. Ella es la encargada de cuidar en el jardín de los dioses de las manzanas de oro. De ese fruto divino se alimenta la eterna juventud de los dioses y la vejez y la senectud harían presa en ellos si les faltara la fruta.

En tanto los gigantes irritados por la indecisión del dios se presentan airados; blanden mazas enormes y su furia es grande.

- ¡Mientras las dulzuras del sueño cerraban tus ojos hemos construido incansables tu palacio, poniendo piedra sobre piedra, hasta culminar en la esbelta torre; puertas y ventanas de distinta altura se abren a la luz y protegen el interior majestuoso! Contémplalo a la luz del día. Entra y domina desde su interior, pero ..., ¡cúmplenos lo pactado!

El dios intenta disuadirlos:

- ¿Cómo habéis tomado en serio un ofrecimiento que sólo fue una chanza? ¡No se crió para vosotros, gente brutal y ruda, una criatura tan dulce y encantadora como Freia!

La cólera de los gigantes no reconoce límites. Exigen que Wotan sea fiel a los pactos y que no es vano juego el contrato inscrito en el asta de la lanza. La paz ha de huir de los dominios del dios si no cumple con sus promesas. Y con profundo desprecio Fasolt se dirige a los bellos dioses:

- ¡Nos despreciáis sin razón! Nosotros amamos la belleza y hemos fatigado nuestras manos encallecidas para obtener el cariño de una mujer que viva junto a nosotros, mientras que vosotros, que debéis el poder a la belleza, despreciáis el amor por obtener un palacio, Wotan, inquieto, desea que el astuto Loge, su astuto consejero haga su aparición. Siempre lo ha ayudado a pesar de las protestas de Fricka. Donner y Froh, dioses inmortales, dueños del rayo y del trueno, quieren salvar a Freia luchando contra los gigantes; pero el viejo dios, que ha divisado a Loge, finge ceder y cumplir lo pactado en la lanza.

Wotan pide consejo a Loge y a pesar de las argucias de éste para no hacerlo, consigue que le sugiera algo diabólico. Loge se queja de la ingratitud con que siempre premiaron sus servicios.

- Sin embargo, por ti, viejo dios, buscaba algo en el universo para dar a los gigantes en reemplazo de Freia. Pero me he convencido de que en el mundo nada hay para el hombre que signifique tanto como la gracia de una mujer. Sólo un ser ha podido renunciar al amor: el nibelungo Alberico. Enfurecido por los desdenes de las ondinas del Rhin les robó el oro confiado a su custodia, renunciando para siempre al amor.

Y Loge repite la acongojada queja de las ondinas que lloran su desventura, y el ruego que formulan a Wotan para que castigue al ladrón y les devuelva el tesoro robado. Pero el dios se irrita porque él mismo se encuentra en un apuro muy grande y mal puede correr en ayuda de otros. Loge les dice que en las profundidades de la tierra el nibelungo hace forjar un anillo por el herrero Mime, hermano del enano, y un casco alado; y luego enumera los poderes del anillo, hecho de oro divino con el cual se puede dominar el mundo, y los del casco, con el que se puede volver invisible y trasladarse a cualquier sitio, por más lejano que sea. Todos se sienten estremecidos por el deseo de poseerlo; hasta los gigantes titubean y traman exigir de Wotan el rescate del oro y que les sea entregado en lugar de Freia.

Loge, astuto y artero, sugiere a Wotan el robo del anillo del nibelungo. ¿Cómo es posible que el primero de los dioses no pueda engañar a un enano, súbdito de Nibelhein? Sólo se trata de quitarle a un ladrón lo del robó. Luego podrá devolverlo a las hijas del Rhin. Pero Frica se encoleriza, pues siente celos de las ondinas. En tanto, los gigantes se apoderan de Freia y gritan a los dioses:

- ¡La llevaremos lejos de aquí! Hasta la caída de la tarde será considerada como prenda; volveremos luego y si no encontramos preparado el oro, habrá terminado la tregua y Freia será para siempre nuestra.

Dicho esto se la llevan precipitadamente y, a lo lejos, se oyen los gritos desgarradores de la diosa dispensadora de la juventud.

Una pesada neblina comienza a enturbiar la luminosidad de la mañana. Los dioses empiezan a perder su lozanía y una vejez prematura y dolorosa asoma a sus semblantes. Marchitan y palidecen; pierden el vigor, y los atributos de su fuerza y poder caen de sus manos. En las ramas, las manzanas divinas empiezan a perder su frescura y pronto han de caer como las hojas.

- ¡Sin las manzanas la raza de los dioses envejecerá y morirá achacosa, ludibrio del mundo! -les dice Loge.

Fricka, la esposa de Wotan, lamenta su desventura y el viejo dios, que nada resuelve hacer para consolar a las hijas del Rhin y devolverles el tesoro, decide sacrificarlas para conservar la fruta que rejuvenece a su raza. Buscará al nibelungo Alberico y rescatará el tesoro para salvar a Freia.

El oro no volverá al seno acuoso que velan las ondinas; ha de salvar la perennidad de los dioses y la inmortalidad de su palacio etéreo.

Loge desciende con Wotan a los abismos. En las oscuras simas de la tierra, donde la subterránea raza de los nibelungos repta y se afana, Mime continúa su tarea de forjar un casco alado y milagroso. Alberico podrá hacerse invisible con él y vigilar sin esfuerzo el trabajo del nocturno ejercito de los nibelungos, a quien domina y somete a esclavitud.

A esas profundidades ha descendido Wotan. Le ayuda en su propósito el resentimiento de Mime que, a pesar de ser un herrero sin par y haber forjado el casco milagroso, ha sido maltratado por Alberico. Loge con su astucia logra despertar la confianza de Mime; y este, entre lamentos, le narra la triste condición de los nibelungos después del robo del oro a las ondinas del Rhin.

- Ahora, ese perverso de Alberico me tiene encadenado. Con astucia diabólica robo el oro y con el se forjó un anillo, cuyo poder admiramos. En otros tiempos forjábamos y laborábamos sin cuidados, riendo alegremente en medio de esa tarea liviana, adornos y joyas para nuestras mujeres. Ahora, trabajamos arrastrándonos por las peñas sólo para acumular inmensos tesoros; con el anillo mágico acierta a descubrir el sitio donde está escondido el oro. Trabajamos entre las rocas para extraerlo; lo fundimos y labramos joyas magníficas, todas para ese malvado dueño<="" p="" color="black">

<="" p="" color="black">El enano Mime prosigue con sus quejas; acaba de azotarlo Alberico porque, a pesar de haberle hecho el casco milagroso con los detalles que le diera el nibelungo, no está agradecido de su tarea. Loge se burla de él llamándolo holgazán; pero Mime le dice que el azote no fue por tal cosa, sino porque después de haber forjado el casco quiso quedarse con el, sabedor de su poder maravilloso, y transformarse en rey.

<="" p="" color="black">- Pero ¡ay de mi! Yo que hice el yelmo no conocía bien sus poderes. Y en cambio lo único que recibí fueron los azotes de su mano invisible cuando hecho el casco se lo coloco e hizo uso de su magia.

<="" p="" color="black">Loge hace notar a Wotan las dificultades que significa querer robar el anillo; pero el dios, que recuerda la pena de envejecimiento que pesa sobre su raza, incita a Loge a vencer con astucia al nibelungo.

<="" p="" color="black">Del fondo tenebroso de los subterráneos terrestres van apareciendo ante los ojos de los dioses los nibelungos organizados en regimientos, moviéndose bajo el restallar del látigo de Alberico y cargados de oro. El enano rey repara en Wotan y Loge, y arrojando nuevamente a los abismos a sus aterrorizadas huestes, los increpa enseñándoles el anillo:

<="" p="" color="black">- ¡La envidia os trae a Nibelhein! ¡Se lo que significan huéspedes tan osados que se permiten penetrar en mis dominios!

<="" p="" color="black">Pero Loge, fiel a sus métodos, intenta apaciguarlo recordándole que cuando temblaba de frío tirado en su oscura madriguera fue Loge, en tanto fuego vivificador, quien le dio luz y acogedora llama. Además, ¿de que le serviría forjar si no contara con el auxilio del fuego para calentar la fragua? Protesta Loge de la ingratitud de Alberico, a quien llama amigo y pariente. Pero no logra vencer la desconfianza del nibelungo, quien ya conoce las astucias y artería de Loge. Y declara que hace frente a todos los dioses.

<="" p="" color="black">- ¿De qué te sirven tales tesoros en este triste país de tinieblas? -le pregunta Wotan.

<="" p="" color="black">- Los que habitáis la alta región en donde sopla la brisa suave -responde Alberico- vivís entregados al amor y a la alegría despreciando el tenebroso mundo del enano. He renunciado al amor, pero he ganado el poder del oro. Con él dominaré vuestro mundo y convertiré en esclavos a los que se burlaron de mí. ¡Cuidado con el nocturno ejército de los nibelungos cuando salga de las profundidades de Nibelhein a la claridad del día!

<="" p="" color="black">Las arrogantes palabras del enano enardecen a Wotan; sólo la prudencia de Loge impide que el primero de los dioses vuelque su cólera prematuramente. Y con su vieja sabiduría, manifiesta incredulidad y desconfianza de los poderes mágicos del anillo y del casco. La vanidad que trastorna al enano hasta hacerle perder la prudencia lo lleva a proclamar cuáles son tales poderes.

<="" p="" color="black">- Muchas rarezas he visto -le responde Loge-, pero nunca tal maravilla. No puedo creerlo, porque entonces tu poder sería infinito.

<="" p="" color="black">Y el enano cae en la emboscada. Para demostrar sus medios de dominio y sus artes se convierte en serpiente que se enrosca en sí misma y luego, seducido por el miedo aparente de Loge, resuelve convertirse en un pequeño sapo. Y es en ese momento cuando Loge le dice a Wotan que aprese al pequeño animal que aparece en uno de los rincones de las grietas. Wotan coloca su pie sobre él y lo aplasta; luego Loge lo atrapa y se apodera del casco alado. Alberico es descubierto en su poder y aniquilado en su fuerza mágica; y en medio de su rabiosa desesperación, impotente y vencido, es hecho prisionero y maniatado por Wotan.

<="" p="" color="black">Con el rey de Nibelhein preso ascienden, desde el fondo de las profundidades, los dioses de los llanos celestes. Todavía cubre las cumbres la lechosa neblina que descendiera al abandonar Freia los dominios de los dioses. Antes de expirar el plazo fijado por los gigantes, Alberico, preso e inutilizado, intenta transigir con los dioses a fin de obtener por lo menos su libertad: dará todos sus tesoros. Y ordena ascender al oscuro ejército y depositar en los prados divinos todas las alhajas y riquezas. Un dorado y brillante montículo se forma ante los dioses asombrados; brilla la llama ardiente del oro y el rayo lunar de la plata. Se aclara el ámbito con los reflejos de los metales.

<="" p="" color="black">Alberico clama entonces su libertad. Pero no ha contado con la sutil astucia de Loge, quien sugiere que el rescate de su vida debe pagarse con el anillo mágico, hecho con el oro robado al Rhin. En vano Alberico hace presente que el poder del oro se ejerce por el anillo gracias a que él lo forjara. El nibelungo increpa a los dioses porque engañan, roban y despojan sin justicia. Pero el anillo le es arrebatado y en su desesperación, él, que es un maldito, maldice entonces al anillo y a quien lo posea.

<="" p="" color="black">- A mí su oro me dio riquezas y poderío sin límites; que ahora su magia lleve la muerte a quien lo posea. Nunca la alegría acompañe a su dueño; que la pena y la inquietud atormenten al poseedor y la envidia a quien no lo tenga; que su dueño lo posea en paz, pero que le atraiga el verdugo. Que el miedo acompañe toda la vida al maldito y la vida sea una eterna agonía hasta el momento de su muerte y que lo robado vuelva a mis manos. ¡Así el tesoro arrebatado al nibelungo recibe mi bendición!

<="" p="" color="black">Y en medio de su rabia e impotencia, desatado por Loge, desaparece en las profundidades el horrible enano. Sus últimas y enconadas palabras se pierden en las sombras.

<="" p="" color="black">Loge advierte a Wotan el tremendo sentido que encierran las maldiciones del nibelungo; pero Wotan permanece extasiado observando el anillo.

<="" p="" color="black">La ligera neblina empieza a transparentarse y la claridad del día alegra y rejuvenece a los dioses. Freia, traída por Fafner y Fasolt, se acerca y renueva todo a su paso. El aire se embalsama y la alegría entra en los corazones. Sólo arriba, en el fosco cielo germano, aún las nubes enturbian la visión resplandeciente del alcázar de Wotan.

<="" p="" color="black">Los dueños de Riesenhein, los gigantes, exigen el rescate del nibelungo antes de entregar a la dulce y lozana Freia. El encanto de la diosa ha perturbado a los señores de los montes y de los bosques; una rara inquietud impulsa a Fasolt a lamentar la pérdida de Freia.

<="" p="" color="black">- El no ver más a esta mujer hermosa me causa mucho pesar -dice Fasolt-, pero ya que así debe ser amontonad tanta cantidad de joyas y riquezas, tanto que no pueda verla y logre olvidarla mejor.

<="" p="" color="black">Fafner y Fasolt hincan sus clavas en el suelo delante de Freia marcan su altura y ancho. Loge y Froh acumulan las riquezas entre las estacas, pero brutalmente Fafner estruja el contenido y exige siempre más. El tesoro es agotado; pero aún deben añadir el casco milagroso para no dejar ver el ondear del cabello de la diosa.

<="" p="" color="black">- ¡Ya no veo a la hermosa Freia! ¿Tendré que abandonarla? ¡Aún veo el brillo de su mirada por una rendija! ¡Mientras pueda ver esos ojos divinos no puedo separarme de esa mujer! -gruñe Fasolt.

<="" p="" color="black">- Ya os hemos dado todas las riquezas. ¿Qué más queréis? -responde Loge.

<="" p="" color="black">- El anillo que veo brillar en el dedo de Wotan -contesta Fafner.

<="" p="" color="black">- Recordad que ese oro pertenece a las hijas del Rhin y he comprometido mi palabra de devolverlo a las que gemían -responde Loge.

<="" p="" color="black">- A mí no me obliga lo que tú prometiste -dice Wotan-; me quedo con el anillo. Por nada en el mundo entrego el anillo a los gigantes. ¡Es mi botín!

<="" p="" color="black">Los gigantes arrastran hacia sí a Freia; se oyen los lamentos de Fricka y los demás dioses rogando a Wotan que entregue el anillo. Pero el dios se niega encolerizado.

<="" p="" color="black">La oscuridad ha empezado a descender de nuevo. De las hondas regiones ignotas surge un resplandor azul; en medio de él aparece Erda, la mujer milenaria mil veces sabia. Una cabellera negra y abundosa enmarca su rostro; su figura es noble y arrogante y su mirada tiene algo de terriblemente lejano y misterioso. Con acento sibilino y grave conmina a Wotan a que entregue el anillo, escapando así a la maldición del nibelungo.

<="" p="" color="black">- ¿Quién eres tú que así me adviertes? -pregunta el dios.

<="" p="" color="black">- Tengo un saber infinito; sé todo lo del mundo,lo que es y lo que será. Tengo tres hijas, las Parcas, que noche a noche te develan el secreto que yo ahora veo. Erda te predice un peligro que te amenaza.

<="" p="" color="black">El resplandor azulino comienza a oscurecerse y la figura se borra poco a poco.

<="" p="" color="black">- ¡Detente! -grita Wotan- Tu voz me pareció misteriosa; espera, ¡dime algo más!

<="" p="" color="black">- Te advierto el peligro y esto debe bastarte. ¡Desgracias se te avecinan si sigues en posesión del anillo! -responde con acento sombrío, y desaparece.

<="" p="" color="black">Los dioses quedan sobrecogidos; Wotan lamenta el sentido trágico que parece tener su destino y con melancolía resuelve entregar el anillo.

<="" p="" color="black">- ¡Con los dioses, Freia, diosa de la juventud y de la alegría! Tomad el anillo y devolvednos a la doncella. Y tú, Freia, haz que retorne la frescura y la lozanía en el rostro de los dioses y en los frutos de nuestro jardín.

<="" p="" color="black">Los dioses resplandecen de gozo y el brillo de su sonrisa reaparece; colman de caricias a la diosa. El día se pone radiante, despejado de brumas y nieblas, En lo alto, el alcázar de los dioses se recorta nítido en el cielo puro. El divino reino de las divinidades germánicas brilla con renovada lumbre y las hojas del viejo fresno que sostiene al mundo reverdecen.

<="" p="" color="black">Pero no en vano el oro está cargado con las tremendas maldiciones del enano Alberico; su posesión es causa inmediata de dolor y de muerte. En medio de la alegría de los dioses, Fafner extiende una tela enorme para recoger todo el botín. Pero Fasolt se arroja sobre él y reclama partes iguales en el reparto.

<="" p="" color="black">- ¡Me quedaré con la mayor parte del tesoro! -grita Fafner-. Más que el oro te gustó Freia; con gusto hubieras renunciado al oro.

<="" p="" color="black">- ¡A mí tal injuria! ¡Oh, dioses inmortales! ¡A vosotros demando justicia!

<="" p="" color="black">Wotan vuelve la espalda con gesto despectivo; pero Loge aconseja a Fasolt sutilmente:

<="" p="" color="black">- ¡Déjale todas las riquezas, pero quédate con el anillo!

<="" p="" color="black">Los gigantes se traban en una lucha a muerte, arrastrados por el influjo trágico de la maldición del enano. El oro robado y luego maldito ejerce ya su poder nefasto. Y ante el asombro atónito de los dioses, cae la primera víctima; Fasolt muere bajo el golpe de Fafner. Termina el gigante de hacer su montón y marcha luego con el saco bien repleto.

<="" p="" color="black">- ¡Ahora veo en su terrible fuerza el poder de la maldición! -dice Wotan consternado-. Se apodera de mi ánimo un profundo temor. El miedo me conturba; sólo Erda puede poner paz en esta extraña agitación mía. Su sabiduría profunda puede enseñarme a evitar desgracias futuras.

<="" p="" color="black">Su esposa Fricka, celosa y temerosa de una nueva veleidad de Wotan, le ruega que se quede en los prados celestes. ¿Acaso no ha levantado un palacio maravilloso para descansar y vivir en la serenidad divina? Pero el dios sólo contesta lamentando el precio que ha debido pagar por él. El cielo aún está turbio de brumas y nubes; Donner, el dios de las nubes y de los vapores, quiere aclararlo. Grita a las nubes desde lo alto para formar con ellas una tempestad de rayos y truenos; el cielo brillará purísimo después. Golpea con su martillo y el eco llena los valles y las selvas. Las nubes se agrupan a su alrededor en un negro nubarrón; brota el relámpago, se oye el ronco rimbombo del trueno y el rayo baja veloz a las campiñas.

<="" p="" color="black">Desde las cumbres, Donner llama a su hermano Froh y le ordena que enseñe a los dioses el camino que lleva al palacio etéreo. Froh acude y luego desaparece en la nube; de pronto ésta se desvanece con la tormenta y en el aire límpido aparece el puente trazado por Froh: el trazo luminoso del arco iris alumbra el crepúsculo y la estrella vespertina brilla al fondo, sobre la cresta de los montes. Al finalizar el día, Freia ha vuelto a sus divinos dominios y el gigante Fafner ha desaparecido cargado con sus riquezas dejando abandonado el cadáver de Fasolt.

<="" p="" color="black">Wotan se ha quedado extasiado contemplando el palacio donde ha de morar por una eternidad. Admira su brillo a la luz del sol poniente y evoca la visión melancólica de la mañana cuando aún no había ascendido a habitarlo. Pero cuántas penas, cuántas angustias y cuántos males ha acarreado su posesión. De la mañana a la tarde cuántos pesares soportados por él. Y dirigiéndose a los dioses les dice:

<="" p="" color="black">- ¡Seguidme! La noche avanza y el palacio nos preservará de sus tinieblas. Asciende, esposa mía, por el puente luminoso que ha trazado Froh. ¡Vamos a vivir en nuestro mundo divino y eterno; en el Walhalla!

<="" p="" color="black">- ¿Qué extraña palabra acabas de pronunciar? -pregunta la esposa Fricka.

<="" p="" color="black">- Cuando veas realizado ante tus ojos lo que mi valor inventó dominando al miedo, comprenderás el sentido de esa palabra -responde Wotan.

<="" p="" color="black">Los dioses se encaminan hacia el puente de luz.

<="" p="" color="black">Loge los ve partir con amargura; se avergüenza de tener relaciones con ellos. No han querido escuchar el clamor de las hijas del Rhin y han abandonado el oro en manos de la ruda gente de Riesenhein. ¡Con qué deseos Loge se convertiría de nuevo en llamas y los destruiría dentro de su nueva y magnífica morada! Y animado por tal idea súbita resuelve acompañar a los dioses y se encamina con ellos en dirección al arco luminoso que hace de puente.

<="" p="" color="black">- ¡Sólo falsedad, engaño y miseria reinan en el mundo de los dioses! -clama a lo lejos el llanto de las ondinas del Rhin. Wotan las escucha y se detiene encolerizado a preguntar a Loge por tales quejas.

<="" p="" color="black">- Son las hijas del Rhin que lloran el oro y se lamentan del abandono.

<="" p="" color="black">- ¡Hazlas callar! -grita Wotan.

<="" p="" color="black">Y a la luz empalidecida del crepúsculo las ondinas vuelven a sus lamentaciones, mientras nadan en las sombrías aguas del río que marcha hacia el norte, a perderse en un mar de nieblas y brumas. Lloran su tesoro y lamentan el olvido de los dioses; la voluptuosidad de sus vidas y las mezquinas pasiones que los animan han hecho que no se preocuparan por su sagrado deber.

<="" p="" color="black">Y con malicia llena de intención, Loge les grita desde lo alto:

<="" p="" color="black">- ¡Escuchad lo que os dice Wotan! Hijas del agua, ya que no os ilumina el brillo del oro, contentaos con contemplar el esplendor de la morada de los dioses.

<="" p="" color="black">Y del fondo de las aguas brota la melancolía de la queja de las ondinas:

<="" p="" color="black">- ¡Oro del Rhin! Oro puro. ¡Oh, si aún brillases con tu esplendor en el fondo de las aguas! ¡Sólo allí, en la movible corriente del viejo río, existe la sinceridad y la franqueza; allá arriba todo es cobardía y fingimiento en medio del esplendor de la morada de los dioses!

<="" p="" color="black">La paz cae sobre los tres dominios del mundo: las oscuras entrañas de Nibelhein, los montes y bosques de Riesenhein y el esplendor dorado de los prados divinos de los dioses. En el silencio de la noche que avanza arrebujando montes y cumbres, la lenta canción del río se hace murmullo y va muriendo con la marcha de la sombra.



Última edición por lily25 el Mar Ene 03, 2012 7:57 am, editado 1 vez

30mitos y leyendas nórdicas - Página 2 Empty Re: mitos y leyendas nórdicas Mar Ene 03, 2012 7:45 am

lily25

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La tempestad destroza las viejas encinas y los copudos fresnos; el rayo hiende los troncos, los torrentes se han salido de madre. Los hilos del aguacero, constantes y tupidos, envuelven la tierra; los animales silvestres se han guarecido y sólo al amainar el trueno y cesar la lluvia las ardillas se animan a corretear por las ramas y las gacelas a pisar la alta hierba.

Al anochecer, un viajero misterioso, fatigado y rendido, con el claro cansancio de la huida, penetra de improviso en la casa de madera rústica que sirve de vivienda al cazador Hunding y a su mujer, Siglinda. Como las viejas casas de la selva germana, su construcción es primitiva y simple. Ha sido levantada circundando un fresno enorme cuyas raíces se hunden en el piso y cuyo ramaje emerge del techo hacia el cielo. La llama que brilla en la gran chimenea de la habitación principal arde acogedora. El viajero, agotado, se tiende frente a ella y una suave somnolencia reemplaza a la angustia y a la premura de la huida. El batir de la puerta y el andar del hombre han provocado agitación en la solitaria casa de Hunding, y Siglinda baja de su aposento y descubre al huésped inesperado. Se inclina sobre él para observar si es visible alguna herida.

- ¡Agua! ¡Un poco de agua! -dice el viajero en voz baja.

La mujer corre a llenar un cuerno para ofrecerle. El agua alivia la fatiga del caminante y, entonces, pregunta por el dueño de la casa, mientras contempla admirado la alta, majestuosa y bella figura de la mujer, tan rubia como él.

Siglinda le hace saber que está en casa de Hunding y en su nombre le ofrece hospitalidad.

- Estoy desarmado y a un huésped herido no ha de negarle hospitalidad tu esposo -responde el viajero.

- ¡Muéstrame tus heridas! -dice la mujer con angustia.

- Son leves y no merecen que hablemos de ellas; aún conservo mi vigor. Si la lanza y el escudo hubieran resistido la mitad de lo que podía hacerlo mi brazo, nunca hubiera vuelto la espalda al enemigo; pero me los destrozaron.

Luego narra a Siglinda el combate desigual con sus enemigos, durante la tempestad en el bosque. Siglinda le reconforta dándole a beber hidromiel. Una extraña ternura los invade poco a poco, y conmovido agradece el hombre la ayuda y se apresta a partir. Pero las palabras emocionadas de Siglinda lo instan a quedarse y a esperar el regreso del dueño de la casa.

Una rara atmósfera de amor se cierne sobre los dos seres; el herido se reclina junto al hogar y la mujer aguarda en silencio el paso de los instantes. Cuando Hunding penetra en su casa su mirada severa repara en el viajero rendido.

- Cansado y yaciendo junto al hogar encontré a este hombre -dice Siglinda-. La necesidad le trae a nuestra casa. He apagado su sed y le he prodigado los cuidados de la hospitalidad.

Siglinda ha colgado las armas del esposo en las ramas del viejo fresno y prepara la mesa para obsequiar al huésped. Hunding, grave y adusto, aprueba la hospitalidad concedida al viajero mientras lo observa detenidamente; sorprendido descubre la completa semejanza fisonómica con su mujer.

Tendida la mesa, puestos el pan y el hidromiel sobre ella, se sientan los tres en torno y conversan. Hunding pide al viajero que proporcione datos acerca de su persona y de sus hechos. Ante su silencio obstinado se lo pide en nombre del interés que ha despertado en su mujer.

La clara y recta mirada del viajero se posa un instante en Siglinda y luego con voz grave y contenida responde:

- Mucho me gustaría oírme llamar Friedmund, pero sólo puedo llamarme Wehwalt. Mi padre fue un welsa; vine al mundo junto con una hermana que apenas pude conocer, así como a mi madre.

Luego evoca la selvática e inquieta existencia de su padre, cuyo valor y vigor se templaban en su lucha contra los enemigos que siempre le rodeaban y en las andanzas de cazador. El dolor y la ira trastornan el semblante del viajero al recordar el último regreso al hogar después de una esforzada batida en el bosque, cuando lo encontraron reducido a cenizas, carbonizado el tronco de la encina, muerta la madre y sin vestigios de la niña. Desterrado, huyó el padre llevando a su hijo; largos años vivió como un lobo con su cachorro y aunque fueron perseguidos defendieron con valor sus vidas.

Pero, en el correr de los años, una vez lograron separarlo de su padre. Lo buscó en la selva y sólo descubrió la piel de lobo con que se cubría. No pudo saber nunca nada más de él. Sintió odio por el bosque, por la verdosa soledad de sus prados y arboledas y quiso abandonarlo para entrar en el mundo de los hombres. Pero siempre le acompañó la desgracia; no tuvo amigos ni pudo obtener el amor de una mujer. Desafiado, perseguido, odiado, sólo el dolor y la desdicha fueron sus dominios. ¡Cómo habría de llamarse sino Wehwalt!

Hunding escucha apenado y lamenta el oscuro destino del hombre; su mujer Siglinda anima al viajero a contar sus luchas.

El huésped narra entonces la más terrible y reciente de sus hazañas, cuando una joven le pidió amparo en sus desventuras porque sus familiares la obligaban a desposarse sin amor. Luchó a favor de ella; pero corrió la sangre de hermanos en la contienda, y la pena dominó entonces el furor de la joven, que abrazándose a los cadáveres de sus parientes lloró arrepentida.

Sin dejarle reponer las fuerzas cayeron de nuevo los enemigos contra el defensor, dispuestos a ultimarlo; le fue imposible huir, pues la joven no quiso moverse del lugar. Tuvo que defenderla del ímpetu de venganza de los atacantes protegiéndola durante largo tiempo con su lanza y su escudo, hasta que se los destrozaron. Quedó desarmado, moribunda la joven, y perseguido por una banda enfurecida.

- ¡Ahora ya sabes, mujer, por que no me llamo Friedmund! -termina con voz grave y dolida el huésped.

La mujer ha escuchado conmovida. Sólo interrumpe el silencio la voz cargada de odio de Hunding:

- Conozco una raza salvaje para quien no hay nada sagrado; todos, y yo particularmente, la odiamos. Fui llamado para vengar la sangre vertida de mis parientes y llegué tarde; regreso, y encuentro en mi propia casa al criminal fugitivo. Hoy te protege mi hogar y por esta noche te admito como huésped; pero mañana tendrás que defenderte con fuertes armas porque es el día que elijo para el combate y la venganza. ¡Has de pagar la deuda de los muertos!

Erguido, soberbio y brillantes los ojos se levanta Hunding de la mesa y ordena a su mujer que prepare su bebida y le aguarde en su aposento.

Ella mira intensamente al viajero y al salir el esposo señala con disimulo al huésped un punto en el árbol cuyas raíces levantan el piso de la morada. Pero Hunding la reclama imperioso y desaparece con ella dejando solo al desconocido, mientras profiere amenazas.

Junto al fuego el viajero se sume en profunda meditación y rememora las casi olvidadas recomendaciones que le hiciera su padre para cuando se encontrara en peligro. Lo invoca en su recuerdo y desea con fervor poseer la espada que esgrimiera en sus combates. Luego, al brillo mortecino de la leña ardida, piensa en la bella y augusta mujer cuyo encanto le atrae y le domina.

Las llamas del hogar se han ido apagando; una última chispa salta luminosa y va a caer junto al sitio señalado por Siglinda y, a su lumbre, se divisa la empuñadura de una espada enterrada en el tronco del viejo fresno.

El viajero asombrado se pregunta si lo que brilla no es el reflejo de la mirada de la mujer, porque en la oscuridad de su vida solitaria el fuego de sus ojos ha rozado sus párpados dándoles luz y calor. Tal vez ese mismo fuego ha prendido en el torneo. Después del chisporroteo final del último leño la habitación ha quedado sumida en la oscuridad. La tormenta ha cesado y sólo el viento blando con olor a tierra mojada tiembla en la habitación. De improviso, Siglinda toda de blanco aparece en lo alto de la escalera que baja de su habitación.

- ¿Duermes, huésped? -pregunta en voz baja.

El viajero se incorpora sorprendido.

- ¿Quién se acerca?

- Yo -dice Siglinda-. ¡Escúchame! Hunding yace en profundo sueño; le preparé una bebida adormecedora y ningún sonido ha de conmoverlo.

Ante la ansiosa mirada del viajero la mujer le dice que va a enseñarle una espada escondida y que fuera destinada al más fuerte. Ella sabe dónde fue hundida; y con voz llena de antiguas quejas le cuenta que durante las fiestas de sus bodas, cuando todos los guerreros invitados por Hunding vinieron desde la montaña y el bosque a festejar la falsa alegría de unos desposorios odiados, porque gente extraña la casaba sin amor, en medio del júbilo de los otros un anciano penetró en la morada, vestido de gris y con un gran sombrero inclinado cubriéndole un ojo. El brillo del otro infundía temor; toda su apariencia tenía un aire de soberbia y dignidad propias de un dios.

Sólo tuvo cuidados para con la mujer desdichada a la que prodigó consuelos. Luego, ante el asombro de todos, blandió una espada y mirando a la doncella la hundió hasta el puño en el tronco del fresno, diciendo que el acero sólo pertenecería al valiente y esforzado que pudiera arrancarlo del árbol. Los convidados se empeñaron uno a uno en lograrlo inútilmente. Desde entonces permanecía clavada allí a la espera del fuerte y valeroso que pudiera hacerla suya y liberar entonces a la mujer.

El viajero ha escuchado extasiado. Al terminar, Siglinda prorrumpe en llanto invocando al guerrero esperado y elegido que ha de arrancar de su sitio la espada, terminando con ello la dominación del hombre no querido.

- ¡Oh, si pudiera encontrarle, le estrecharía entre mis brazos!

El huésped se conmueve ante el lamento y la abraza diciéndole:

- Yo soy el destinado a merecer la mujer, arrancando esa espada. En mi pecho arde una llama que ha de unirme a ti. Encuentro en ti lo que siempre he buscado y tanto he deseado; tú padeciste el oprobio, yo sufrí la pena; tú fuiste humillada, yo desterrado.

Y ella riendo y llorando escucha en éxtasis las palabras.

La puerta entreabierta deja pasar la claridad de la luna. Es casi como una presencia invisible, pero trémula, que los rodea. La mujer siente que alguien ha entrado o se ha ido y tiembla de miedo; pero el hombre la tranquiliza y la protege con suavidad.

- Nadie se ha ido, pero alguien ha entrado. ¿No ves cómo nos sonríe la primavera? Venció a las tempestades invernales; su templado ambiente se mece en los bosques y en los prados; a todos sonríen sus ojos abiertos y el dulce trino de los pájaros es su canto. Respira exhalando perfumes y de su sangre brotan hermosísimas flores. Subyuga al mundo adornada con armas delicadas. De ella huye el invierno y las borrascas. El amor que ahora se alegra a la luz de la hermosa luna y se escondía antes en nuestros pechos, la ha atraído. ¡Vencido está el obstáculo que separaba la primavera del amor!

- ¡Te he visto y te he presentido cuando me miraba en el agua de los arroyos! -contesta Siglinda-; te he esperado desde el tiempo ya perdido y en brumas. ¡He llevado escondido y en secreto mi amor a ti; tu voz me era conocida y sonaba a música extraña y divina!

Los amantes se oyen inundados de un mutuo encantamiento; se cuentan sus sueños, sus penas y esperanzas; reconocen que la imagen de cada uno ya vivía en ambos; que la voz era un viejo eco conocido cuyo acento les venía de lejos, desde la niñez perdida.

- ¿De veras te llamas Wehwalt? -pregunta Siglinda.

- Desde que me amas dejé de llamarme así; ahora domino las delicias y los encantos del amor.

- ¿Puedes llamarte Friedmund?

- Llevaré el nombre que tú me des.

- ¿No era lobo tu padre?

- ¡Era lobo para zorros cobardes!

- ¡Tú eres un welsa! -grita la mujer-<="" p="" color="fuchsia">

<="" p="" color="fuchsia">Siegmund enajenado se acerca al árbol, toma la espada del puño, e impulsado por su amor la arranca con ímpetu.

<="" p="" color="fuchsia">- ¡Nothung! -grita al contemplarla.

<="" p="" color="fuchsia">Y la presenta a Siglinda como regalo de bodas.

<="" p="" color="fuchsia">- ¡Así me desposaré con la mujer más ideal; así la arrancaré a mi enemigo! ¡Sígueme lejos de aquí! Vente conmigo a donde habita la hermosa primavera; Nothung nos protegerá y aun pereciendo yo, ella te protegerá!

<="" p="" color="fuchsia">Y Siglinda entusiasmada se apresta a seguirle, diciéndole:

<="" p="" color="fuchsia">- ¡Tú eres Siegmund y yo Siglinda, que ansiosa te esperaba! ¡Has ganado con tu espada a tu hermana y a tu esposa!

<="" p="" color="fuchsia">- ¡Esposa y hermana eres! -responde Siegmund-. ¡Surja, pues, de nosotros una nueva estirpe de los welsas!

<="" p="" color="fuchsia">Y el resplandor lunar ilumina a los amantes; afuera se siente en el bosque el susurro de las hojas movidas por el viento mañanero. Pronto el viejo sol alumbrará los caminos y las corzas correrán entre los matorrales. Unidos en el destino la pareja abandona la casa de Hunding y se pierde en la umbría de las selvas y el silencio del amanecer.

<="" p="" color="fuchsia">Los dioses desde el Walhalla han visto el derrotero de los amantes; la mirada de Wotan los ha acompañado por los senderos del bosque.

<="" p="" color="fuchsia">Hunding, vuelto de su letargo, conoce el abandono de Siglinda y una tremenda cólera lo conmueve. Invoca a Fricka, la protectora del matrimonio, y clama venganza. El viejo Wotan lucha entre su preferencia por el welsa Siegmund, su propio hijo, y la influencia de su esposa que reclama justicia para Hunding.

<="" p="" color="fuchsia">Cuando en otro tiempo Wotan descendió a la tierra en busca de Erda, la mujer de sabiduría infinita, la fascinó con su dominio y de los amores de ambos nació la hija predilecta del dios: Brunilda. Con ella suman nueve sus hijas, todas walkyrias, jóvenes guerreras que cabalgan entre las nubes llevando los cadáveres de los héroes muertos en combate y que luego formarán las legiones del Walhalla. Ellas son las guardianas de la tranquilidad de los dioses y defienden los dominios de Wotan de las arterias de los Nibelungos. Habitan las elevadas crestas de los montes, lejos de la celosa mirada de Fricka, que no ha perdonado jamás la presencia de hijas que no son suyas.

<="" p="" color="fuchsia">Con los primeros instantes del amanecer el primero de los dioses llama a Brunilda recordándole que pronto ha de iniciarse el combate entre Hunding y el welsa. Advierte a su hija que él ha prometido la victoria a Siegmund. Brunilda le hace presente que para ello deberá luchar contra el deseo de su propia esposa, que defiende el derecho de Hunding. Fricka, justamente, se acerca en un carro tirado por chivos.

<="" p="" color="fuchsia">Wotan se anima a sí mismo para afrontar el enojo de su mujer. Fricka se acerca al grupo y colérica reprocha al esposo por proteger amores nefastos y ser injusto con el clamor de Hunding. El dios se defiende replicando que no considera sagrado el juramento que une a dos seres que no se aman. Fricka se horroriza y le recrimina todo su pasado de engaños; de haberse ocultado tras nombres distintos y adoptado formas diversas para vagar por los bosques y campos como un lobo; de sus amores con mortales, de los que habían nacido todas sus hijas, las walkyrias; y lo que más la enfurecía era su período pasado en las selvas viviendo con su hijo Siegmund, verdadero retoño welsa de Wotan.

<="" p="" color="fuchsia">El dios no se conmueve con la cólera de su esposa; no intenta explicarle sus oscuros designios que lo llevan a tan raras transformaciones y peregrinajes que realiza en la tierra y en el mundo de los hombres; ni tampoco quiere develarle el destino sombrío que ha concedido a sus hijos.

<="" p="" color="fuchsia">Fricka puede estar en paz respecto a las hijas de Wotan; las nueve walkyrias están sometidas a la voluntad de Fricka, aunque no sean sus hijas. No consigue calmar la agitación de la diosa, que le reprocha el auxilio dado a sus hijos welsas; exige que se le arrebate a Siegmund antes del combate su espada maravillosa, Nothung, para que pueda perecer en manos de Hunding. Fricka quiere el exterminio de los welsas; ni ayuda al hombre, ni piedad a la mujer. En vano Wotan le hace notar que la espada fue ganada lealmente por fuerza y por coraje y cuando más falta le hacía; en el colmo de la ira la diosa le replica que va a enfrentarse con las decisiones de su propio esposo a fin de obtener el triunfo de Hunding, que para ella es el triunfo de la fidelidad conyugal.

<="" p="" color="fuchsia">- ¿Qué exiges de mí? -contesta con semblante sombrío el dios.

<="" p="" color="fuchsia">- ¡Que abandones a Siegmund! ¡Mírame de frente y no sueñes con engañarme! ¡Aleja también de él a la walkyria Brunilda! ¡Prohíbele que dé la victoria al welsa!

<="" p="" color="fuchsia">Wotan apela a todas las argucias posibles para evitar la entrega del welsa y su derrota por el enemigo y defiende el derecho de Brunilda para protegerlo. Pero la cólera y el odio de Fricka son grandes y en nombre de los dioses pide el sacrificio del héroe; su honor de esposa del primero de los dioses lo exige. Y Wotan promete y jura condenar a Siegmund a la derrota.

<="" p="" color="fuchsia">A lo lejos se oye el grito de guerra que lanza Brunilda desde un peñón de la montaña. Es el canto bélico que anima al combate y enardece a los héroes a luchar sin desmayo; el acento es desgarrado y cruel, pero el tono tiene una vibración heroica que hace estremecer de entusiasmo al corazón varonil que ha de esforzarse en la pelea. Sí muere venciendo, podrá beber el hidromiel en el cráneo del vencido y embriagarse con el encanto de las walkyrias.

<="" p="" color="fuchsia">Brunilda ve pasar a Fricka, triunfante el gesto, desafiante la mirada, y su corazón se conmueve al comprender que la suerte de Siegmund ha sido echada y que Wotan lo abandonará en su lucha con Hunding.

<="" p="" color="fuchsia">Se acerca al dios en procura de respuesta; pero el divino padre en un instante de debilidad confiesa su pesar a la hija predilecta. Las graves palabras del dios le revelan cómo después de haberse amortiguado en el fuego del amor deseó el poder, e impelido por esta pasión conquistó el mundo entero. Pero el amor no se extinguió del todo. De ahí sus hijos dispersos por el mundo y la existencia de las walkyrias. Luego le narra cómo habiendo arrancado al nibelungo Alberico el anillo forjado con el oro del Rhin, en vez de devolverlo a las ondinas como se lo rogaban, pagó con el rescate de Freia, el precio del Walhalla erigido por los gigantes.

<="" p="" color="fuchsia">Así sacrificó el oro del Rhin en nombre del poderío y de la eternidad de los dioses amenazados en su existencia. Tiembla Brunilda al saber la predicción de Erda,la mujer que sabe lo que el mundo fue cuando con palabras oscuras predijo que se pondría fin a la eternidad de los dioses. Fue entonces cuando Wotan decidió bajar al mundo de los mortales y arrancar a Erda el secreto del destino de los dioses. Cautivó a la extraña mujer y fue padre de Brunilda.

<="" p="" color="fuchsia">- Contigo y con tus ocho hermanas, Brunilda, he querido postergar y alejar la profecía de Erda: el fin vergonzoso de los eternos dioses. Os encargué que crearais héroes para que el enemigo encontrara poderosa resistencia. Siempre debéis incitar al rudo combate para reunir en el Walhalla a los más esforzados guerreros.

<="" p="" color="fuchsia">- ¡Llenaremos el Walhalla de héroes valerosos; muchos ya hemos conducido. ¿Que puede afligirte entonces, padre, si nunca hemos tardado en complacerte?

<="" p="" color="fuchsia">Pero Wotan insiste en la predicción de Erda. El fin de los dioses vendrá de los ejércitos del nibelungo Alberico, que renunció al amor para poseer el anillo. Es preciso que sea vencido por los héroes del Walhalla antes de reconquistar el anillo que ha de darle todo el poder suficiente como para obligar a los mismos héroes del Walhalla a luchar contra el propio Wotan. Por ello, jamás debe caer el anillo en manos de Alberico. El gigante Fafner lo guarda celosamente junto a los demás tesoros; deberá Wotan luchar contra él para arrancárselo y asegurar así la eternidad de los dioses; pero no podrá hacerlo porque media entre ambos un pacto. Las runas están aún indelebles en la lanza de fresno sagrado y el dios debe cumplir sus promesas si no quiere perder su condición de inmortal. De ahí su queja y su angustia. Sólo un mortal, un héroe que no fuera ayudado por los dioses y que siendo extraño a ellos y libre de su protección pudiese sin plan previo, ni consejo divino, sino por propia inspiración y en su defensa, luchar y vencer a Fafner, ejecutaría la acción que le está vedada a Wotan.

<="" p="" color="fuchsia">- ¿Dónde está el héroe cuyo valor ha de salvar la eternidad del Walhalla?

<="" p="" color="fuchsia">- Pero, ¿el welsa Siegmund no obra según tu voluntad? -le responde Brunilda.

<="" p="" color="fuchsia">- He reconocido los bosques con él como una alimaña salvaje y luego, ya hombre, lo he armado con una espada invencible. ¿Cómo querer engañarme a mi mismo? Fricka descubrió el engaño; por ello tengo que acceder a su voluntad -responde amargamente el dios.

<="" p="" color="fuchsia">Una vez más el primero de los dioses se entrega a la desesperación lamentando haber retenido el oro de Alberico para salvar la juventud de los dioses; a causa de ese hecho ahora se ve obligado a sacrificar lo que más ama.

<="" p="" color="fuchsia">- ¡Lejos de mí el altivo esplendor, el poderío y la divina magnificencia! ¡Húndase cuanto he creado! ¡Concluida está mi obra; sólo una cosa quiero ahora: el fin ... el fin! ¡Y del fin se encargará Alberico! Ahora comprendo el terrible significado de las atroces palabras de Erda: ¡Cuando de un hijo el nocturno enemigo del amor, cercano estará el fin de la divinidad!

<="" p="" color="fuchsia">Una gran cólera sucede a la profunda desesperación en Wotan. Luego vuelve a su patética lamentación y cuenta a Brunilda que ha sabido que el enano Alberico, gracias al oro, ha conquistado a una mujer mortal y de los amores ha de surgir el fruto del odio que utilizará contra el Walhalla.

<="" p="" color="fuchsia">- ¡Y ese prodigio ha sido logrado por el que maldijo al amor! ¡Y yo que siempre lo he adorado, nunca he creado al héroe libre que combata por mí!

<="" p="" color="fuchsia">Y en su furor lega a Brunilda la pompa de la divinidad y la conmina a pelear por Fricka abandonando a Siegmund.

<="" p="" color="fuchsia">Brunilda se subleva ante tal resolución. La ira de Wotan no reconoce límites, entonces, y le ordena obediencia absoluta; y si acaso la temeridad la lleva a desobedecer, el máximo castigo caerá sobre ella tal como corresponde al ultraje inferido.

<="" p="" color="fuchsia">Y dejando a la walkyria sumida en la desolación, el dios se interna en las escarpadas montañas donde moran las jóvenes guerreras.

<="" p="" color="fuchsia">A lo lejos, y en estrecha garganta, asiéndóse a las rocas, Brunilda ve ascender trabajosamente a Siegmund y Siglinda. Los esposos marchan fatigados pero animosos.

<="" p="" color="fuchsia">- ¡No más lejos, esposa amada! La dicha del amor te anima y andas tan de prisa, que apenas puedo seguirte. En silencio atraviesas prados y selvas y no puedo detenerte. ¡Descansa! ¡Habla conmigo y disipa la angustia que tu silencio me causa!

<="" p="" color="fuchsia">Siglinda oye a su esposo y en un rapto de dolor le insta a que huya; horror y espanto se han anidado en su alma junto a su amor. Es una mujer maldita y será la causa de la ruina de Siegmund. Pero el héroe piensa en la lucha que ha de iniciar en breve y se exalta al imaginar que hundirá su espada hasta el puño en el corazón de su enemigo.

<="" p="" color="fuchsia">Se oye la llamada de un cuerno guerrero que incita a la pelea; resuenan gritos de guerra y de desafío. Es Hunding que ha despertado de su sueño y llama en los bosques a las tribus y a los perros, clamando venganza contra los perjuros. Las jaurías se acercan y Siglinda tiembla por la suerte de Siegmund. Es tal el dolor que le provoca la visión de los tormentos que imagina han de infligir a Siegmund las manadas feroces de Hunding, que cae desmayada. Siegmund la coloca suavemente en sus rodillas, observa su lenta respiración y besa su frente. Brunilda mira la escena teniendo, con una mano, de la brida a su caballo, y sosteniendo el escudo con la otra.

<="" p="" color="fuchsia">- ¡Siegmund! -dice-. ¡Levanta hacia mí la mirada! Sólo me ven los que están condenados a muerte. Me aparezco en el combate sólo a los valientes. ¡El padre de las batallas te ha escogido; te conduciré entonces al Walhalla!

<="" p="" color="fuchsia">- ¿A quién encontraré allí? -responde el héroe.

<="" p="" color="fuchsia">- Al Welsa, tu padre; a las almas de infinidad de héroes muertos; la hija predilecta de Wotan te servirá la copa de hidromiel; las hermosas walkyrias te recibirán con amor -dice Brunilda.

<="" p="" color="fuchsia">- ¿Veré también a Siglinda?

<="" p="" color="fuchsia">- No; ella debe aún respirar el aire de la tierra.

<="" p="" color="fuchsia">- Entonces, saluda a Walhalla, al Welsa, a los héroes y a las walkyrias; no te sigo -replica Siegmund.

<="" p="" color="fuchsia">- La suerte te obliga a hacerlo, pues Hunding te matará en el combate. ¡El destino te está señalado y el que te condena a muerte ha quitado todo poder a tu espada!

<="" p="" color="fuchsia">- ¡Calla y no asustes a la amada que duerme! -le ruega Siegmund; y dolorido por el sentimiento de su aciaga suerte, lamenta el destino desventurado que le espera a Siglinda, luego de su derrota por Hunding.

<="" p="" color="fuchsia">Conmovida Brunilda ante la angustia y el amor de Siegmund, que no lamenta su muerte cercana sino el desamparo en que ha de dejar a la amada, pide al héroe le confíe a su mujer y al hijo que nacerá de ella. Pero Siegmund desea la misma suerte que Siglinda; prefiere matarla con su propia espada Nothung, ya que no ha de servirle para obtener la victoria.

<="" p="" color="fuchsia">La walkyria siente tocado su corazón por la prueba de tan grande amor y tan grave sacrificio; promete entonces a Siegmund que desobedecerá las ordenes de Wotan para que pueda derrotar a Hunding y vivir en la felicidad con su esposa y su hijo.

<="" p="" color="fuchsia">- ¡Fíate de la espada, y combate con confianza! -dice al héroe-. ¡Fiel te será, lo mismo que mi ayuda!

<="" p="" color="fuchsia">Luego, lanzando su grito de guerra, escapa en su veloz caballo.

<="" p="" color="fuchsia">Siegmund, esperanzado, se vuelve hacia su esposa. Los instantes se apresuran y el combate es inminente. Como si presintiera los sufrimientos de los hombres, el cielo se cubre de nubes grises mientras ascienden desde el fondo del valle a la cumbre de los montes los sones belicosos y desafiantes de las trompas y cuernos de caza que anuncian la entrada en la lucha.

<="" p="" color="fuchsia">Siegmund reclina la dormida cabeza de Siglinda sobre un montículo de tierra y dispone su cuerpo al abrigo de una roca. El rostro sereno de la mujer no transparenta su sueño de siempre: el bosque donde transcurrió su infancia, la morada de los padres, el fresno familiar, las voces antiguas y el dolor y la tragedia de la destrucción de su hogar y la dispersión y muerte de los suyos.

<="" p="" color="fuchsia">La tempestad arrecia en todo el ámbito del ciclo; los relámpagos rasgan las nubes y los truenos despiertan a Siglinda. Se oye su grito angustiado llamado a Siegmund. Un relámpago alumbra la escena del combate en lo alto de una roca y llega el eco de los gritos enconados de Hunding atacando.

<="" p="" color="fuchsia">- ¡Deteneos! ¡Matadme a mí primero! -clama Siglinda.

<="" p="" color="fuchsia">Un resplandor vivísimo le descubre a la walkyria protegiendo con su escudo a Siegmund. El héroe animado y fuerte va a clavar su espada Nothung en el enemigo; pero, en ese instante, el primero de los dioses, colérico por la desobediencia de Brunilda, se aparece y con su lanza detiene la espada, que al chocar se quiebra en pedazos. Queda desarmado el héroe; el cobarde Hunding aprovecha el momento y hunde su arma en Siegmund.

<="" p="" color="fuchsia">La walkyria ve morir a su protegido y espantada por la ira de Wotan corre a salvar a Siglinda. La encuentra desolada y estremecida junto a la roca protectora; la toma en sus brazos y colocándola en el caballo huye por entre los desfiladeros.

<="" p="" color="fuchsia">Atrás, en la cresta del monte, en lo que fue escenario del combate, sólo queda el cadáver del héroe. Hunding profiere gritos de victoria; pero la cólera y el dolor de Wotan son terribles y arroja de su presencia a Hunding. Ante el desprecio del dios, el guerrero cae muerto.

<="" p="" color="fuchsia">Ahora el furor de Wotan se dirige a la walkyria preferida, que ha violado sus órdenes y ayudado al héroe. Contra ella ha de ejercer un castigo ejemplar y duro.

<="" p="" color="fuchsia">La tempestad decrece y los densos nubarrones huyen hacia el Oeste. El viento frío descubre al cielo y, en la tierra, relucen las hojas de los pinos del bosque lavadas por la lluvia.

<="" p="" color="fuchsia">En la cumbre de los montes escarpados, llevadas por el viento cabalgan las walkyrias. Los cadáveres de los guerreros muertos penden de las sillas y el trotar de los caballos y yeguas resuena acompasado en las oquedades de la montaña. El desfile va acompañado de gritos, desafíos, sonidos de bronce de sus armas y corazas. Al encontrarse reunidas se saludan con júbilo; descienden en un pinar, dejan descansar a las bestias y comentan los combates que han presenciado.

<="" p="" color="fuchsia">- ¡No somos más que ocho; aún falta una! -dice una de las jóvenes-. ¿Dónde está Brunilda?

<="" p="" color="fuchsia">La walkyria tarda en llegar; luego aparece tras velocísima y agitada carrera. Viene huyendo de la cólera del padre y conduciendo a Siglinda. Al llegar al pinar, corre al encuentro de sus hermanas, a las que pide ayuda y protección.

<="" p="" color="fuchsia">- ¡Por primera vez huyo y soy perseguida! ¡El padre de las batallas me persigue! ¡No soy ya su hija predilecta!

<="" p="" color="fuchsia">Las walkyrias se horrorizan ante tal acontecimiento. Jamás han desobedecido al dios; la desventura de Brunilda las conmueve en extremo. Pero no se atreven a desafiar la cólera de Wotan. Ante sus ojos espantados ven avanzar la tempestad en cuyas nubes se acerca el dios colérico. No podrán ayudar a Brunilda, pues deben obediencia a su padre; ni siquiera pueden proteger a la desventurada Siglinda, que trastornada por la muerte de Siegmund clama que se la mate. ¡Nadie podrá salvarla! Las jóvenes guerreras en cabalgata desesperada se pierden en los montes, gritando:

<="" p="" color="fuchsia">- ¡Afuera esa mujer! ¡Que ninguna walkyria la proteja!

<="" p="" color="fuchsia">Sólo Brunilda, conmovida y resuelta, decide salvarla cumpliendo su promesa al héroe. Y en medio del fragor de la tormenta que anuncia al dios orienta a Siglinda hacia el bosque cercano, en donde escondido en una cueva el dragón Fafner guarda el anillo y los tesoros arrebatados al nibelungo Alberico.

<="" p="" color="fuchsia">- ¡Es el mejor lugar para protegerte de la cólera de Wotan! Un pacto le impide combatirlo. ¡Salva a tu hijo, mujer! ¡Será el más valiente de los héroes! Guarda los fragmentos de la espada Nothung; forjada de nuevo podrá usada en los combates. ¡Siegfried debes llamar a tu hijo! ¡Que goce en paz de los frutos de la victoria!

<="" p="" color="fuchsia">Siglinda, animosa y agradecida, huye para salvar a su hijo. Al instante un huracán se desata en los montes y en medio del trueno se oye la orden de Wotan.

<="" p="" color="fuchsia">- ¡Detente, Brunilda!

<="" p="" color="fuchsia">Pero, ahora, todas las walkyrias compadecidas han regresado y la protegen con sus cuerpos. El dios reclama a la desobediente y perjura; recrimina la debilidad de las guerreras y exige la presencia de Brunilda. Y ésta aparece, firme y resuelto el paso.

<="" p="" color="fuchsia">- ¡No serás ya mi mensajera!; ¡no te señalaré héroes en el combate! ¡Ni estarás en los festines de los dioses! ¡Ni besaré tu boca inocente! ¡Quedas fuera del ejército divino y expulsada de la raza de los dioses!

<="" p="" color="fuchsia">Ante tan tremenda condena lloran y ruegan las walkyrias; pero Wotan es inflexible. Brunilda debe dejar el mundo brillante de los dioses y convertida en mortal deberá hilar y obedecer a un hombre, siendo el blanco de las burlas. Las walkyrias huyen desoladas al caer el crepúsculo.

<="" p="" color="fuchsia">Bajo un cielo limpio ahora de nubes, Brunilda se dirige a su padre con las viejas palabras del afecto y le recuerda el momento en que el dios, mortificado por Fricka, le contara sus pesares. Ella sólo ha cumplido los oscuros e inconfesados deseos de su padre, que no podía realizarlos por su promesa a Fricka.

<="" p="" color="fuchsia">Pero el primero de los dioses es inflexible en sus designios; reprocha a Brunilda el amor encendido por el héroe Siegmund que la impulsó a desobedecer su mandato y alejarla del padre. Sin piedad alguna, ordena que abandone el Walhalla.

<="" p="" color="fuchsia">Humilde y desesperada, la hija preferida de Wotan le ruega, por último, que si ha de expulsarla de la raza de los dioses y someterse a un hombre, que éste no sea ni indigno ni cobarde.

<="" p="" color="fuchsia">- ¡Te someteré a un profundo letargo! ¡El que logre despertarte será tu esposo! -le replica el dios.

<="" p="" color="fuchsia">- ¡Oye la última súplica que te dirijo! -ruega Brunilda-. Esto imploro de ti. ¡Haz que ardientes llamas circunden la roca donde duerma y que devoren a quien se atreva a acercarse! ¡Así sólo el más valeroso de los héroes logrará despertarme!

<="" p="" color="fuchsia">El dolor de Brunilda conmueve por fin a Wotan y accede al ruego de la doncella.

<="" p="" color="fuchsia">- ¡Un fuego nupcial como nunca ardió para novia alguna te rodeará! ¡Abrasadoras llamas circundarán la roca y atemorizado huirá el cobarde! ¡Sólo obtendrá a la doncella quien sea más libre que yo, que soy un dios! -conjura Wotan.

<="" p="" color="fuchsia">Acaricia a Brunilda por última vez, elogia su ternura y belleza inocente. La besa en los ojos, que se cierran inmediatamente, y la joven queda dormida junto a las flores del prado y bajo el verdor de los pinos.

<="" p="" color="fuchsia">Wotan le ciñe el casco y la cubre con el escudo. Invoca a Loge, y el fuego brota; una llama brillante empieza a rodear el sitio elegido formando un círculo ardiente y alto, que alumbra al anochecer.

<="" p="" color="fuchsia">Dormida dentro del cerco llameante queda Brunilda; y el primero de los dioses, ante la bella y serena visión de su hija, formula aún su último Voto:

<="" p="" color="fuchsia">- ¡Quien tema mi lanza, no pase nunca a través de estas llamas!

31mitos y leyendas nórdicas - Página 2 Empty Re: mitos y leyendas nórdicas Mar Ene 03, 2012 7:45 am

lily25

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Los encinares del bosque se apretujan junto a la entrada de una gruta. De su interior llega el eco acompasado de un hierro golpeado en el yunque y el soplar de un fuelle. Los pájaros preludian sus cantares mañaneros y las hojas de los pinos y de los robles, de erguida planta, tienen el verde fresco y brillante. Los zorros y los lobos no sesgan con sus aullidos la tranquilidad de la selva. Sólo el lamento de Mime, el enano herrero que forja en la gruta, rasga el silencio.

- ¡Tormento pesado! ¡Trabajo sin fruto! La mejor espada que forjé en mi vida resistiría a los puños de los gigantes. ¡Y este jovenzuelo, que he criado y prohijado, la rompe como si fuera de jUguete! ¡Carezco del arte que pueda unir los pedazos de la espada Nothung! ¡Y qué premio tendría si pudiera lograrlo!

Y Mime, agobiado por su trabajo sin fruto y sin descanso, prosigue la forja. ¡Oh, si él pudiera unir los fragmentos de Nothung! Fafner el gigante, en cuyo poder está el anillo del Nibelungo y el casco alado, dueño de todos los tesoros que exigiera por la devolución de Freia, es ahora un dragón misterioso y terrible, de inmenso cuerpo, boca armada de filosos dientes, desgarradores de carne, y una cola poderosa que destroza golpeando. Si Nothung fuese soldado, el joven que ha criado Mime el enano podría librar combate con el dragón y conquistar el tesoro del Nibelungo para su tutor; Alberico no cuenta para nada en este plan.

Un toque vibrante de cuerno de caza seguido de un grito de alegría se oye a la entrada de la gruta. Un joven hombre alto, fuerte, erguido y hermoso como un dios; rubia la cabellera, azules los ojos; tostada la piel por los soles del verano y curtida por la ventisca del invierno; firme de músculos, ancho de pecho, robusto de torso, ágil el paso; una risa franca y un semblante abierto; el gesto desafiante y el aire osado de adolescente. Sigfrido es su nombre, según Mime lo llama; y suya es la exigencia de soldar a Nothung y que el enano por más que se esfuerza no puede lograrlo. Entra bullanguero en la gruta trayendo consigo un oso apresado en el bosque, que incita contra Mime, con alegría maliciosa.

- ¡Muérdelo! ¡Cómelo! ¡Cómete a ese inútil forjador!

- ¡Aparta de mí a esa fiera! -dice temblando Mime acurrucado detrás del hornillo.

- ¡Lo traigo para atormentarte mejor! ¡A ver, pregúntale por la espada! -y acerca el oso, que gruñe al enano que gime espantado.

- ¡Hoy la acabaré de pulir! -asegura.

- ¡Aleja a ese animal!.

Y Sigfrido riendo quita la cuerda al oso, que escapa de inmediato al bosque. A los reproches de Mime por haber traído la fiera a la cueva, Sigfrido responde que siempre siente la necesidad de buscar un compañero mejor que Mime y a quien pueda amar y sentirse su amigo. Corriendo entre la arboleda del bosque ha hecho sonar su cuerno llamando al amigo imaginario; sólo el oso salió refunfuñando de los matorrales.

Pero ahora quiere la espada invencible que Mime debe haber forjado. El enano presenta la hoja reluciente; Sigfrido prueba su punta, luego la blande y la dobla con sus fuertes manos; los trozos de metal brillan después en el suelo. Y nuevamente su cólera se despierta. Vive soñando con una espada que resista a sus manos; con ella podrá matar los dragones y entablar combates contra gigantes sanguinarios; realizar hechos heroicos y hazañas esforzadas. Sin embargo, no puede hacerlo aún porque el arte de Mime no acierta a forjar la espada.

Y Sigfrido reprocha su inhabilidad al enano:

- ¡Hasta cuándo has de engañarme, fanfarrón! -grita airado.

Entonces, Mime le reprocha su ingratitud. Ahora es un fuerte y hermoso joven; pero, ¿quién le cuidó al nacer? ¿Quién le enseñó a andar? ¿Quién guió sus primeros pasos? ¿Quién le hizo conocer el bosque, distinguir sus hierbas y treparse por los troncos y cantar con los pájaros? ¿Quién ha velado sus noches, preparado el alimento, y elegido los frutos silvestres para el niño? ¿Quién? La ingratitud de Sigfrido lo hunde en la desesperación; mientras Mime trabaja y forja, el joven vagabundea por el bosque, canta y caza. Sigfrido conoce toda la larga lamentación de Mime; siempre la ha escuchado desde niño, pues el enano se la repite desde que se dio cuenta de que podía entenderle. Así ha creído poder obtener el cariño del joven; pero lo único que ha logrado es su encono y el creciente alejamiento.

La presencia contrahecha del enano, su andar cojo, y su ademán torpe, no despierta compasión sino irritación en Sigfrido. Le repugna el alimento que le prepara, no puede conciliar el sueño en el blando lecho que le dispone; siempre ve y siente la mala intención que mueve al enano y nunca se le apareció leal y bueno. Por eso no siente afecto hacia él ni podrá sentirlo.

A veces una duda asalta su limpia conciencia de hombre criado en plena naturaleza.

- ¿Cómo es que huyendo por el bosque para no estar contigo, vuelvo otra vez a tu casa?

- Porque estoy cerca de tu corazón -responde Mime.

- No olvides que no puedo sufrirte.

- Eso se debe a tu ferocidad; aún debo suavizar tus impulsos. Así como los pichones pían por el nido y los cachorros gimen por sus padres, tú, sediento de cariño, vienes a mí. Porque yo, Mime, soy para ti como el ave madre para el hijuelo.

- Oye, Mime; si eres ingenioso contesta a esto: los pájaros cantan, se llaman uno al otro en la primavera. Tú me dijiste que eran macho y hembra. Construyen su nido y luego incuban los huevecillos; mas cuando nacen los polluelos, los cuidan juntos y los alimentan. El lobo macho lleva la comida a los cachorros y la hembra los cuida. En ellos aprendí lo que era el amor y jamás en mis correrías por el bosque robé un hijuelo. ¿Dónde está tu hembra, Mime, para llamarla madre?

Mime se encoleriza y reprocha a Sigfrido su pretensión. ¿Acaso él es pájaro o un zorro para ser igual a ellos?

Pero, entonces, Sigfrido quiere saber cómo es que puede haber un niño sin madre. Y aunque el enano intenta convencerlo de que él es su padre y su madre a la vez, Sigfrido no le cree y le recrimina el embuste.

- ¡Y los hijos se parecen a los padres! En las aguas claras de los arroyos he visto reflejarse los árboles, los pájaros, las nubes; allí también contemple mi imagen y me he visto completamente distinto de ti. Dime, entonces, ¿quiénes fueron mis padres?

Mime intenta disuadirle una vez más, pero Sigfrido salta a su cuello como un tigre joven. Sólo entonces puede conocer el secreto de su origen.

- Gimiendo encontré en el bosque a una mujer -comienza diciendo el enano- la traje junto a mi fragua para calentarla. En este sitio naciste tú. Ella murió y tú te salvaste. Por ella me fue dado tu nombre; debía imponértelo porque te haría fuerte y libre.

Y nuevamente Mime quiere repetir la enumeración de sus cuidados y esfuerzos, pero Sigfrido le interrumpe:

- ¡Quiero saber el nombre de mi madre!

- ¿Lo habré olvidado? ... Espera ... creó recordar que fue Siglinda.

- Y el de mi padre ...

- ¿Qué fue de mi padre?

- Nunca le vi. Tu madre sólo dijo que murió en un combate; como huérfano y desamparado te recomendó.

- ¡Quiero una prueba de todo esto!

Y Mime le muestra los fragmentos de la espada Nothung que el padre de Sigfrido llevaba al perecer en su último combate.

Una alegría desbordante da paso a la pena en el joven. Con los pedazos de la espada rota deberá forjar el arma que blandirá en sus luchas. Quiere que Mime los una y trabaje un arma sin igual. Con ella saldrá del bosque y entrará en el mundo. ¡Cómo será de feliz en su libertad! Tal como el pájaro y la alimaña en la selva. Como el viento que mueve las hojas y el agua que corre en los torrentes. Embriagado con la esperanza de su liberación corre al bosque llenando el aire con sus gritos de júbilo.

Mime no puede retenerlo a pesar de sus llamadas. Una nueva preocupación se suma a sus afanes. ¿Cómo podrá unir los pedazos del acero de Nothung? No hay horno con suficiente calor para ablandarlo ni martillo de nibelungo que venza su dureza; ni la envidia que devora su alma ni su rudo trabajo de enano tendrán la suficiente fuerza como para insistir en soldarla.

Además, ¿cómo podrá ahora inducir a Sigfrido a que penetre en la cueva de Fafner el dragón y entable combate matándolo y muriendo a la vez?

Las lamentaciones de Mime se interrumpen de golpe. Un viajero extraño ha entrado en su guarida; usa lanza, lleva un manto azul oscuro y un sombrero de anchas alas cae sobre su ojo tuerto.

Saluda al herrero asustado, que se cree amenazado por un peligro nuevo y no le ofrece hospitalidad. Pero el viajero le dice palabras significativas al descubrir su miedo y su turbación: él conoce de todo y nada le está oculto a su saber. ¿Por qué el enano no intenta ponerlo aprueba? Mime se anima y le formula tres preguntas, apostando su hornillo contra la cabeza del extraño.

- ¿Qué estirpe vive en las profundidades?

- Los Nibelungos y Nibelhein es su patria. Son negros y Alberico en un tiempo fue su rey mediante el poder mágico de un anillo forjado con el oro del Rhin y que le proporcionó incontables riquezas.

- Mucho sabes, viajero; pero, dime ahora: ¿qué especie domina en la superficie de la tierra?

- La raza de los gigantes, cuya patria es Riesenhein; Fasolt y Fafner fueron los gigantes que ganaron el anillo del nibelungo Alberico, y con él su poder. Sin embargo, la maldición del anillo los llevó a la discordia y a la lucha a muerte.

- ¿Qué estirpe habita la región de las nubes? ¡Contesta ahora, viajero!

- Los dioses; su morada es el Walhalla. Wotan los rige y su lanza está hecha de la rama sagrada del fresno del mundo. En su asta están las runas, fórmulas misteriosas, inscriptas, que revelan los pactos convenidos. Quien posea la lanza es dueño del mundo. Ante Wotan se inclina el ejército de los Nibelungos y la raza de los gigantes acata sus consejos.

- Viajero: has salvado tu cabeza; sigue, ahora, tu camino -dice el enano.

Pero el extraño, a su vez, quiere poner a prueba el saber del enano; su cabeza ha de servir de prenda si no logra responder a tres preguntas que el viajero ha de formularle.

Mime con humildad replica que hace tiempo abandonó su patria y se separó de su madre. La mirada de Wotan un día iluminó su cueva. Empleará todo su ingenio en salvar su cabeza, pues.

- ¿Cuál es la raza que Wotan trata peor y, sin embargo, es la que más ama? -comienza el viajero.

- La de los welsas. Siegmund y Siglinda, dos desdichados gemelos, descienden de ella; fueron padres de Sigfrido, el más poderoso de su raza.

- Resolviste la primera pregunta. Ahora: ¿Qué espada blandirá Sigfrido para matar a Fafner?

- Nothung se llama la espada. Wotan la hundió en un fresno de donde sólo Siegmund logró sacarla. Con ella fue al combate contra Hunding, pero Wotan se la quebró en pedazos. Sus trozos los guarda un hábil herrero, pues con ella, Sigfrido, niño sencillo y osado, vencerá al dragón.

- Eres muy ingenioso; pero, ¿a que no sabes responder quién ha de forjar con los pedazos de Nothung la futura espada?

Mime no puede contestar a esta pregunta y confiesa su ignorancia, ya que, aunque es el más sabio herrero, no ha podido forjarla.

Con tono sibilino el extraño le comunica que tal cosa sólo podrá hacerla quien no sepa lo que es miedo. Y luego agrega:

- Desde hoy tu cabeza está empeñada y la cederás a aquel que nunca sintió el temor.

El nibelungo queda aterrado; el viajero ha desaparecido en el bosque circundante. Mime se deja caer junto al yunque y medita abatido. Un vivo resplandor y un gran estruendo le llega desde afuera; es Fafner que pasa hacia su cueva aplastando y destrozando lo que encuentra a su paso.

El enano, rendido y tembloroso, queda escondido a la espera de Sigfrido.

Un grito alegre y juvenil lo vuelve en sí; es el joven que regresa. Al entrar pide la espada que ya debía haberle trabajado Mime; en ese momento se da cuenta el enano del oculto sentido de la sentencia del viajero: Sólo podrá forjarla aquel que no sabe lo que es miedo. Sigfrido, por lo tanto. De modo que su cabeza de enano está empeñada al joven, ¿cómo podrá salvarse si no es infundiéndole miedo, haciéndole conocer el temor?

No duran mucho las meditaciones de Mime; Sigfrido pide a gritos su espada. Entonces el enano le dice en tono misterioso:

- ¡Es preciso que te enseñe a tener miedo!

- ¿Y qué es el miedo? -replica el joven.

- Cuando a la luz del crepúsculo estás solo en lo mas intrincado de la selva, ¿no has sentido alguna vez correr un frío aterrador por tus miembros, perturbados tus sentidos, oprimido el pecho y tembloroso el corazón?

- Con gusto quisiera sentir ese frío y ese temblor. Pero, ¿cómo me lo enseñarás?

- Sígueme -dice artero el enano y lo lleva fuera de la gruta-; aquí cerca hay un dragón espantoso cuyas vÍCtimas sin innumerables. Fafner y su terrible presencia te enseñarán a tener miedo.

- ¿Dónde está? -pregunta el joven resuelto.

- No lejos del mundo, en una cueva que se llama de la envidia -responde Mime.

El joven se siente dominado por el entusiasmo y en la embriaguez de la lucha próxima pide la espada.

Asustado, el enano confiesa que no se siente capaz de soldar los trozos de Nothung. Entonces, Sigfrido resuelve hacerlo él. Entonando un canto alegre y jubiloso llena de carbón el hornillo y la llama brota viva y ardiente; luego lima los fragmentos de la espada ante el asombro del viejo herrero, reduciéndolos a polvo, que coloca en un crisol sobre las ascuas, mientras aviva el fuego con el fuelle.

- ¡Nothung! ¡Nothung! -invoca Sigfrido y canta su trabajo mientras sopla el fuelle y se funde el metal.

- ¡Pronto te blandiré, espada mía, Nothung, acero deseado!

El enano perverso y sombrío contempla el triunfo de Sigfrido y trama su muerte. Lo hará enfrentarse con Fafner alentando su ansia guerrera; que con Nothung mate al dragón y se apodere del anillo y del casco; pero luego le dará a beber un brebaje que le producirá la muerte.

El joven sigue absorbido por su tarea y canta:

- ¡Forja, martillo mío, forja la resistente espada! ¡Cómo me alegran estas chispas brillantes! La cólera es un adorno para el valiente.

Sumerge el acero en el agua y se ríe al oír el chisporroteo; en tanto Mime piensa en la trama que su perfidia prepara.

- ¡Nothung, espada envidiada! -grita Sigfrido en su exaltación blandiendo el acero-. Ya estás otra vez unida a la empuñadura. Rota te encontré; al padre moribundo se le hizo pedazos. El hijo la ha creado de nuevo; su brillo le sonríe y corta su filo. ¡Otra vez te di la vida!

Y con ella parte de un golpe el yunque en medio del pavor del enano.

La noche se ha entrado de golpe en la cueva viniendo del bosque. Entre los árboles los pájaros han enmudecido y las corzas, dobladas sus ágiles patas, descansan en los matorrales.

Escondido entre los árboles, Alberico el nibelungo, que sigue lamentando el despojo del anillo y del casco, vaga vigilando al dragón y aguardando al héroe que vendrá a combatirlo y a vencerlo. Sólo así podrá recuperar su tesoro.

Los murmullos del bosque llegan apagados y la lumbre de las luciérnagas puntea la noche. Un fulgor potente y extraño atraviesa la masa sombría de los árboles mientras se levanta un viento borrascoso. Cesa de pronto y la naturaleza queda como en suspenso. Ante el nibelungo empavorecido se aparece el viajero misterioso; la luz verde de la luna ilumina el rostro noble de ojo tuerto y aclara la majestad del porte. Alberico reconoce al extraño y se dirige a él enfurecido:

- ¿Tú mismo en persona te atreves a venir?

Pero el viajero sin responder directamente pregunta al enano si acaso se halla en el bosque guardando la cueva de Fafner. El nibelungo sólo replica reprochando a Wotan, el extraño viajero, el despojo del anillo y de sus tesoros. El anillo forjado con el oro del Rhin debe volver a él y formula la amenaza de asaltar el Walhalla el día que vuelva a su poder. Pero el viajero augusto le predice acontecimientos inesperados; el propio hermano de Alberico, Mime, ha criado al héroe que ha de matar a Fafner. El joven es inocente, pero Mime lo utiliza para sus fines: obtener el anillo y el casco mágico. Y el dios con palabra intencionada agrega: pero el tesoro lo tendrá quien lo gane. Anima al nibelungo a que prevenga a Fafner del peligro que ha de correr sugiriéndole que, a lo mejor, en premio le ceda el anillo. Y al terminar esto se dirige a la cueva y despierta al dragón.

La voz tremenda del monstruo sale de la hondura del antro. El viajero le dice que alguien viene a salvarle la vida y que a cambio debe entregarle el tesoro. Entonces, Alberico le anuncia la llegada de un joven héroe que intentará matarle y le advierte que puede impedir ese combate siempre que Fafner le devuelva el tesoro. El dragón se burla del nibelungo y el viajero ríe desapareciendo en el bosque en medio de una súbita tempestad.

Alberico queda consumiéndose en odio mientras le grita:

- ¡Seguid riendo, desaprensiva raza de los dioses! ¡Os estoy viendo desaparecer a todos!

La noche se va acurrucando entre los encinares y la neblina de la mañana estira sus gasas algodonosas en la copa de los árboles mientras el día amanece.

Mime y Sigfrido pisando las hierbas húmedas caminan a través del bosque. Han andado desde la madrugada en busca de la cueva del dragón. El enano le advierte que ha llegado el momento en que ha de sentir miedo y le describe al dragón y su ferocidad. Los esfuerzos son vanos; Sigfrido replica sencillamente sin temor que irá destruyendo una a una las armas del dragón: si la enorme boca es desmesurada, será bueno cerrársela sin acercarse a sus dientes; si la baba es venenosa y corroe la carne, se echará a un lado; si la cola rompe los huesos como vidrio, no la perderá de vista, y por último pregunta si acaso el monstruo carece de corazón.

- ¡Lo tiene! -dice el enano.

- ¿Al fin entra el miedo en tu corazón?

- ¡Hundiré en el suyo mi espada! ¿Eso es miedo?

Pero la presencia del enano le incomoda; quiere estar solo y no oír la cantinela del cariño a que apela Mime.

El joven sabe que es falso y aunque el enano le promete velar cerca de la fuente, el joven lo rechaza. Mime obedece; pero su deseo y su pensamiento anhelan que Sigfrido mate al dragón y que éste a su vez devore al joven.

A la sombra de los castaños descansa Sigfrido; la arboleda susurra y los pájaros trinan a la mañana. El aire es tibio, embalsamado de pinos, y la tierra huele a romero y a muérdago. La frescura del bosque embriaga al joven, que se entrega a sus sueños imaginando el rostro del padre que no conoció y los rasgos de la madre. Piensa que los ojos de la corza no son tan claros y la mirada tan dulce como lo serían los de su madre. El canto de los pájaros llena la mañana transparente y entre los mil indistintos acentos el joven cree poder entender el oculto sentido.

Pero es sólo una ilusión. Quiere entonces imitar el trino de un pájaro y se fabrica una flauta de caña; pero su sonido es áspero, muy distinto del dulce cantar del ruiseñor. Toma su bocina de plata y modula una alegre melodía con la que siempre buscó a sus compañeros del bosque: los zorros, los osos y los lobos.

El aire se puebla de trinos y susurros; las hojas movidas por la brisa remedan conversaciones en voz baja.

De pronto, un enorme lagarto ha salido de una cueva y se enfrenta a Sigfrido; su tremenda voz sale potente de la enorme boca. Muestra sus dientes, amenaza con la cola e insulta al héroe, que celebra que el monstruo hable. El dragón quiere arrojarse sobre el joven abriendo, a la vez, su dentada boca; pero Sigfrido salta ágilmente hacia un lado. Un combate feroz se entabla y la decisión, rapidez y fortaleza del joven van venciendo poco a poco al monstruo hasta que cae rendido, atravesado el corazón por la espada Nothung, hundida hasta la empuñadura. Y en los estertores de la muerte el dragón se dirige al joven valiente y le dice que la raza de los gigantes desaparece con él y que fue la ambición del oro maldito lo que la ha destruido; por él mató a Fasolt.

- ¡Vive siempre alerta, joven; la traición rodea al dueño del tesoro y el que te empujó a esta lucha trama tu muerte!

Luego suspira y muere. Sigfrido arranca la espada y sus manos se tiñen de sangre; maquinalmente lleva una a la boca porque le quema como si fuera fuego. Al probar la sangre, al instante comprende el canto de los pájaros e interpreta el murmullo del bosque. Y oye a un pájaro que trina prediciéndole que ha de lograr el poder con el anillo y el amor con el casco alado. Baja Sigfrido a la cueva a buscarlos y en tanto los enanos Alberico y Mime, que vienen para darse cuenta de la suerte del combate, disputan el derecho de estar presentes; ambos aspiran al privilegio de hacerse dueños del tesoro que conquistará el joven héroe y ocupadas sus mentes con tal deseo se hunden en las profundidades.

Sigfrido sale de la cueva dueño del anillo y del casco. Ignorante de su poder se los coloca creyéndolos meros juguetes.

El bosque está sumido en el silencio; un pájaro inicia su canto y lanza sus notas que quedan vibrando en el aire tibio de la mañana. Un leve susurro se levanta de las hojas y un movimiento raro, como si los árboles y las hierbas se agitaran por una presencia oculta, rodea al héroe. Canta el pájaro nuevamente y Sigfrido por primera vez entiende su lenguaje; es un alerta a las maniobras solapadas de Mime y un llamado a la confianza en las propias fuerzas. Por haber probado la sangre del dragón ha adquirido el joven una sabiduría milagrosa.

Poco a poco aparece Mime arrastrándose por las rocas e intenta halagar al luchador; pero es inútil porque, gracias al nuevo poder de comprensión, Sigfrido entiende el verdadero y oculto sentido de sus mentirosas palabras. Y así, en medio del asombro del enano el joven acepta la bebida que le ofrece, pero, a la vez, de un golpe de Nothung le parte el cráneo.

En ese momento Alberico hace oír su risa sarcástica desde las grietas de la roca.

La luz del mediodía ilumina el bosque y las hierbas cierran sus flores a la ardiente influencia. Los tilos dan gresca sombra y un olor de tierra abierta y mojada inunda el ambiente.

Sigfrido se siente fatigado de su lucha; sobre el oro ha arrojado el cadáver de Mime y cierra la entrada de la gruta con el dragón muerto.

Tendido bajo los árboles siente bullir la vida de la naturaleza bajo su cuerpo: la marcha levísima de las hormigas, de los cascarudos y los grillos; la movilidad de la tierra florecida, el lento aletear de las mariposas y el susurrar del viento. Se siente unido al suelo, pero solo, sin amigos por quienes realizar hazañas y empresas.

Le ruega a su pájaro amigo le indique hacia dónde ha de dirigir sus pasos para encontrarles; y la respuesta le llega en forma de un trino prolongado y jubiloso.

- ¡Ay! Sigfrido mató al enano malvado. Será ahora para él la mujer más hermosa. Duerme en altas rocas cercada de fuego; si logra atravesar las llamas y despertar a la joven, Brunilda será suya.

Una extraña exaltación crece en el alma de Sigfrido al oír la voz del pájaro; se siente impelido a salir del bosque y correr en busca de la roca legendaria.

- ¡Ningún cobarde logrará a la durmiente! -canta el pájaro.

- Sólo aquel que no supo nunca lo que es miedo!

- ¡Soy yo! -grita el joven.

- ¡He matado al dragón y no sentí temor! ¡Quiero que me lo enseñe Brunilda!

Y enajenado de entusiasmo corre a través del bosque siguiendo la huella musical que le traza el canto del pájaro.

La noche ha bajado a la selva y los árboles sólo son masas que se agitan al pasar el viento. La tempestad empieza a formarse por el lado de la montaña. Los relámpagos iluminan al viajero misterioso que se guarece en una gruta; su voz se oye en la oscuridad invocando a Erda.

- ¡Erda! ¡Mujer eterna; abandona tu profunda morada y sal a la altura! Cantando te desperté de tu sueño. ¡Mujer que todo lo sabes, despierta!

Una irradiación azul alumbra luego la gruta, y en medio de ella aparece Erda, cuyos cabellos oscuros tienen un resplandor centelleante.

- ¡Fuerte resuena tu canto; el poder del hechizo es grande! ¿Quién me privó de mi letargo?

- Yo, que acostumbro a despertar a quien domina profundo sueño. Te invoco porque nadie es más sabio que tú. Donde hay vida está tu aliento; donde se piensa, tu inteligencia. Tú debes responder a mis preguntas.

- Mientras duermo las Parcas hilan lo que yo sé. Dirígete a ellas.

- Sólo tú puedes cambiar el curso del destino y darme el medio para detener el giro de la rueda.

- Las acciones de los hombres oscurecen mi saber. Pregunta a Brunilda, hija mía y de Wotan, el que me dominó con su hechizo.

Pero el viajero insiste. Cuenta a Erda que Brunilda duerme un largo sueño circundada de fuego en castigo por haber desobedecido las órdenes de su padre. Sólo despertará para ser la esposa de un mortal. Al saberlo, Erda quiere volver al seno de la tierra, pero el viajero la retiene con su hechizo. Le pide que lo ayude a vencer el temor que lo domina de ver terminada la eternidad de los dioses. La angustia ha atado su valor; Erda, la sabia mujer, debe decirle a él, Wotan y dios inmortal, cómo ha de vencer ese miedo.

Pero Erda se indigna por la superchería de Wotan. No, no le ayudará. Entonces el viajero le señala a ella süpropio fin inmediato; la sabiduría de la madre termina con el fin de los dioses. Y con gesto majestuoso, el dios afirma que ya no le angustia el ocaso de los dioses porque su voluntad misma empieza a desearlo. Convertirá al más hermoso ser, a un welsa, en heredero del mundo, ajeno a la envidia, ansioso de amor. Sin miedo y valiente, contra él no ha de paralizarse la maldición de Alberico. El ha de despertar a Brunilda y Wotan le concederá la inmortalidad. No importa ya el consuelo de la mujer eterna; puede, pues, seguir en su sueño.

Erda se hunde y la oscuridad vuelve a llenar la cueva. En el cielo los nubarrones cargados son llevados por el viento y los relámpagos que se alejan más allá de la montaña anuncian la huida de la borrasca. La luz verdosa de la luna se filtra por los pinares del monte.

Sigfrido vaga desorientado; su pájaro guía ha desaparecido de pronto y el canto ya no se oye, como si un poder oculto hubiera hecho enmudecer al ave. En un instante de fatiga, el joven se detiene cerca de la gruta. A su entrada el viajero misterioso le observa y su grave voz rompe la paz de la naturaleza.

- ¿Adónde te conduce tu camino, joven?

Detenido de pronto Sigfrido, responde que va en busca de una doncella que duerme en una roca protegida por el fuego. El desconocido pone en duda la veracidad del caso; pero el joven le explica que él no duda porque un pájaro le ha guiado con su canto hasta hace un instante y que su confianza proviene de un hecho milagroso. El entiende el lenguaje de las aves y comprende los secretos del viento, porque ha probado la sangre de un dragón, muerto en rudo combate. No fue el miedo lo que le movió a la lucha, sino la amenaza del monstruo de tragarlo; y su hazaña fue cumplida gracias a Nothung, una espada que él mismo había forjado.

La audacia y la confianza en sí que revela el joven provocan la risa del viajero; con ello consigue irritarlo y hacerle proferir amenazas contra el desconocido, al que augura la misma suerte que la corrida por Mime. Luego el héroe se acerca al extraño y le observa, al notar que el tuerto se mofa de él. Pero el viejo dios disculpa sus bravatas porque sabe que Sigfrido ignora su verdadero carácter.

- Siempre amé a tu raza -le dice-. Pero ya ha tenido la oportunidad de experimentar los efectos de mi cólera. ¡No la provoques de nuevo porque ambos seríamos víctimas de ella! -agrega amenazador.

Sigfrido sólo quiere saber dónde realmente está el sitio en que, tras ardiente cerco, duerme la más bella de las mujeres; por ello, las oscuras amenazas del anciano no lo arredran. Intenta seguir adelante dejando al viajero con sus palabras oscuras; pero éste con su lanza de fresno quiere detenerlo. Sigfrido la rompe con su espada y se abre paso hacia adelante.

Un instante la naturaleza se ha quedado en suspenso; el mismo dios se oscurece y se desdibuja en la penumbra. La jubilosa decisión del joven ya no encuentra obstáculos y ebrio de audacia avanza entre los árboles hacia la roca distante que ve iluminada, pero inaccesible.

Un cordón de fuego de altas llancas brillantes se eleva en torno de la roca; su reflejo no detiene a Sigfrido. La movilidad del mismo deja ver el cuerpo yacente de un ser dormido. La magia del hecho y lo inmediato del peligro no impiden al joven decidirse a lanzarse a través de las llamas.

- ¡Oh, fuego delicioso! ¡Brillante resplandor que alumbras mi camino! -exclama-. ¡Mágica aventura es atravesarte y rescatar a mi amada!

Y haciendo sonar su cuerno de caza con un canto animoso y guerrero se arroja por entre las llamas, sin miedo y sin titubeo. Atrás quedan las llamas y ante sus ojos aparecen las rocas que hace un instante veía inaccesibles. Ha vencido al fuego y su canto resuena glorioso. Alguien descansa al pie de una roca bajo su brillante armadura, puesto el casco y protegido por el escudo; cerca, un caballo duerme plácidamente.

El joven héroe descubre al durmiente y deslumbrado aún por el fulgor de las llamas se detiene presa de admiración al notar que es un guerrero el que duerme. Levanta el escudo y al ver que respira todavía decide cortarle los anillos de acero que ciñen la coraza; al hacerlo aparecen ante su asombro las bellas líneas del cuerpo de Brunilda y la suave tela de lino.

- ¡No es un hombre! -dice azorado-. ¡Mágica sensación arde en mi pecho; mis sentidos desfallecen! ¡Madre, madre, acuérdate de mi!

Cae su cabeza sobre el seno de Brunilda y por primera vez siente palpitar su corazón y oprimide el miedo. ¿Podrá, entonces, una mujer provocar el miedo que nada ni nadie lo lograra? Y en su turbación al ver que la durmiente no despierta, se decide a besarla en los labios. Brunilda abre los ojos y ambos se miran embelesados.

- ¡Salud a ti, oh sol! Te saludo, luz del día. Largo fue el sueño. ¿Quién fue el héroe que me sacó del letargo?

- ¡Sigfrido se llama quien te despertó!

Enajenada Brunilda saluda a la tierra y al mundo al saberse despierta por un héroe; le dice cuánto y desde cuándo lo amaba, aun antes de nacer. Cómo lo protegió con su escudo y constituyó su cuidado y su pensamiento de siempre.

- ¡Oh, Sigfrido; lo que tú no sabes lo sé yo por ti! Pero lo sé porque te quiero. Mi amor hacia ti fue el pensamiento que me movió a desobedecer y a levantarme contra el mismo que lo concibiera; por él fui castigada porque sólo lo sentía y no lo advertía.

Canto milagroso colma el pecho de Sigfrido; las caricias paternas nunca sentidas y las viejas palabras maternas nunca oídas se hacen patentes y cálidas en la mirada luminosa de Brunilda. Percibe el calor de su aliento y oye el acento de su voz, pero no entiende el sentido de sus palabras. Sus sentidos están arrobados con la presencia de ella. Brunilda siente la ternura del héroe, pero le ruega que no se acerque todavía, que no destruya lo divino de sí misma. Un extraño miedo comienza a invadirla; siempre fue una diosa y nunca ha sentido tan cercana la influencia de un mortal. De ahí su angustia y su tristeza.

- ¡Cuánto te amo! -exclama el joven.

- ¡Oh, si tú me pertenecieras! Un agua agitada ondea frente a mí; sólo veo a esa oleada de amor. ¡Oh, si sus olas amándome me arrastrasen! ¡Despierta, Brunilda, vive y sonríe en dulce amor!

- Mágico encanto invade mi pecho -dice Brunilda.

Y luego, en un arranque conmovido, admira al joven héroe:

- ¡Tesoro de las más maravillosas acciones! Sonriendo nos perderemos: sonriendo nos hundiremos. ¡Adiós, Walhalla! ¡Adiós esplendor de los dioses! ¡Muere por el amor, generación eterna! ¡Acércate, crepúsculo de los dioses, y que asome la noche de su destrucción! Para mí brilla ahora la estrella de Sigfrido. ¡Mientras esté vivo el amor, dulce será la muerte!

- ¡Siempre, Brunilda, serás la dicha para mí! -responde el joven-. ¡Mientras luce el amor, sonríe la muerte!

Y sonrientes y confiados, cara al sol y al cielo que es una vela celeste izada en el horizonte, inician los jóvenes su idilio puro y transparente.

32mitos y leyendas nórdicas - Página 2 Empty Re: mitos y leyendas nórdicas Mar Ene 03, 2012 7:46 am

lily25

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En las rocas más empinadas de la montaña, envueltas en la sombra de la noche, hilan las Parcas el destino de los dioses y de los hombres. La más anciana está tendida bajo un pino de anchurosa copa y al mirar a lo lejos pregunta por un extraño resplandor que divisa. La más joven responde que es Loge con su ejército de llamas rodeando la roca sagrada.

La noche, acurrucada bajo el cielo, tarda en desperezarse. Las tres Parcas cantan e hilan. La más anciana ata una cuerda de oro a una rama de pino y mientras hila, canta:

- Un día hilaba al pie del fresno del inundo bajo su ramaje, junto a un arroyo cristalino. Un dios atrevido se acercó a beber a la fuente y la osadía le costó un ojo; entonces Wotan rompió una rama del fresno y se hizo el asta de una lanza. Herido el árbol secó su follaje y sus ramas y la fuente dejó de manar. Canta ahora tú, hermana; sabes lo que ha de suceder. Ahí va la cuerda.

La segunda Parca enrosca la cuerda alrededor de una piedra a la entrada de una gruta y canta:

- Wotan grabó las runas en el asta de su lanza y con ésta dominó al mundo. Un joven héroe la quebró en pedazos y así destrozó el contrato sagrado. Wotan ordenó, entonces, a los héroes del Walhalla que destrozaran las ramas secas y el tronco del fresno del mundo. Cayó el fresno y la fuente cesó de manar. Canta, hermana, ¿sabes lo que ocurrirá?

Y la tercera Parca recoge la cuerda y arroja tras sí uno de los extremos mientras canta:

- Wotan está sentado en su sala del palacio construido por los gigantes, rodeado de héroes y de dioses. Amontonada está la madera del que fuera fresno del mundo. Si llega a arder, habrá llegado el momento del fin de la eternidad de los dioses. Seguid hilando, hermanas.

Recogen la cuerda y la más anciana la ata a la rama. Vuelve a creer que amanece y como no acierta a distinguir lo pasado, pregunta por la suerte de Loge. La segunda Parca le responde que el poder de Wotan le obligó a rodear de fuego la roca de Brunilda; la tercera agrega que los pedazos de la destrozada lanza se los hundió en el pecho Wotan, brotando de la herida un fuego devorador, en el cual arrojó el dios las astillas del fresno del inundo.

Si buen hilando las Parcas y la cuerda va y viene; pero la segunda se da cuenta de que se enrosca con dificultad en la roca y canta:

- Los bordes de la piedra cortan la cuerda; los hilos no se alargan y el tejido está enredado. Envidioso, lo roe el anillo del Nibelungo y la maldición de la venganza destroza las hebras de mi labor.

La tercera Parca recoge precipitadamente la cuerda y la halla demasiado floja. No le bastará para señalar el Norte; tendrá que tirar de ella. Y al hacerlo la cuerda se rompe en el medio. Las Parcas asustadas se unen entre sí y se ciñen con los pedazos de la cuerda.

La noche ha ido poco a poco develándose y el claro día irrumpe por sobre las montañas.

- ¡Se acabó el sabor eterno! -dicen quejumbrosas las Parcas-. ¡Nada podemos anunciar al mundo! ¡Bajemos al seno de nuestra madre! -y descienden en busca de Erda.

Con la aurora naciente, Sigfrido y Brunilda salen de la gruta. Brunilda lleva su caballo de la brida y lamenta tener que abandonarlo. Ha perdido su condición divina y, con ella, su sabiduría; pero le queda el amor. Ruega al joven que no la olvide en sus andanzas por el mundo.

Sigfrido promete vivir para y por Brunilda, y como símbolo de su fidelidad le regala el anillo mágico que arrancara de los tesoros del dragón después de matarlo tras ruda lucha.

Narra a Brunilda su hazaña y su júbilo extraño al darse cuenta que entendía el lenguaje del pájaro guía. Brunilda, en cambio de su obsequio, le regala su corcel, el mismo con el cual cabalgaba sobre las nubes llevando los héroes muertos en combates. Por donde vaya, Grane lo conducirá impávido; a través del fuego, del agua, de la tormenta, del bosque.

Sigfrido quiere marchar en pos de hazañas heroicas llevando el amor y el recuerdo de Brunilda consigo; la joven lo anima y le promete aguardar su regreso victorioso.

- ¡Salud a ti, Brunilda! ¡Estrella luminosa!

- ¡Salud a ti, Sigfrido! ¡Luz vencedora!

Y en la mañana transparente se recorta la figura hermosa del joven héroe que se pierde en la lejanía llevando al caballo de la brida. A la distancia se despide haciendo sonar su bocina de plata; y los valles repiten agrandado el eco.

Lejos, el Rhin corre presuroso hacia el mar. Aguas arriba, sobre altas rocas y frente a bosques tupidos que bordean las márgenes, se alza la vieja morada de los Guibijundos. En su sala de armas rodean una mesa los dueños de la casa: Gunther, Gutruna y Hagen.

Hagen elogia la propiedad de su hermano Gunther, mientras éste alaba su ciencia. Hagen les dice a sus hermanos que los encuentra en edad y en condiciones de casarse; y ante la sorpresa de ellos les propone matrimonio con dos seres extraordinarios. Para Gunther, la más bella de las mujeres; para Gutruna, el más valiente de los héroes.

Cuenta a Gunther que sabe de una hermosa mujer que duerme en una roca circundada de alto luego inaccesible; sólo un héroe que no conozca el miedo podrá arrancada de su extraña prisión. Tal mujer debe ser para Gunther y tal héroe para Gutruna. Pero, aducen sus hermanos, ¿cómo podrá conseguirse que el héroe ame a Gutruna y la joven a Gunther?

Hagen da a conocer los nombres: Sigfrido es el más osado de los héroes, y Brunilda es la mujer que espera ser salvada de las llamas. Y ante el asombro temeroso de sus dos hermanos, Hagen planea la forma de destruir lo que el valor y el amor han creado naturalmente. Y la insidia se afirma y crece con la sugerencia que Hagen hace a su hermano Gunther, de que invite a Sigfrido a su castillo, pues se sabe que el héroe navega a lo largo del Rhin en busca de hazañas y en alas de un amor.

Al ser huésped de la morada de los Guibijundos, puede Gutruna darle a beber un brebaje que le haga olvidar su amor por Brunilda y, en cambio, amarla a ella. De ese modo ambos hermanos podrán cumplir sus deseos uniendo sus vidas con la más bella mujer y el más valiente de los héroes.

Remontando el Rhin y abriendo un surco trémulo avanza una embarcación; de pie en ella va un hombre de erguida y noble planta y un caballo de guerrero. El sol ilumina el casco del hombre y la rubia cabellera que cae sobre los hombros; las barrancas del río repiten el eco de su jubiloso canto de guerra. Es Sigfrido que viaja por el Rhin, embriagado por el recuerdo de su amor, decidido su ánimo para lograr hechos heroicos.

La luz del mundo, la alegría de los pájaros, el rumor de las aguas, el temblor del viento y el susurro de las hojas acompañan el paso del héroe con una sinfonía de matices sutiles. El canto del hombre llena el ámbito y la naturaleza se sume en silencio para recogerlo.

Cuando la embarcación llega frente a la casa de los Guibijundos, los hermanos miran el paso de Sigfrido por el río; Hagen, desde la orilla, llama al viajero.

- ¿Dónde vas, héroe insigne?

- A buscar al poderoso hijo de Guibij.

- Te ofrezco su morada -responde Hagen-. ¡Atraca aquí!

Gira Sigfrido su embarcación y salta a tierra con su caballo. Gutruna ha visto al héroe desde lejos e impresionada por su apostura escapa a su habitación. Sigfrido pregunta por el famoso Guibijundo cuya fama oyó mentar a todo lo largo de su viaje por el Rhin.

- ¡Yo soy! -dice Gunther.

- Desde muy lejos, en el Rhin, oí alabar tus hechos. Vengo a combatir contigo o a ofrecerte mi amistad.

Gunther ofrece su amistad y su morada; sus bienes, sus tierras, sus vasallos y aun su persona.

Sigfrido acepta y ofrece lo único que posee: su persona y su espada.

Pero Hagen le recuerda que posee el tesoro del nibelungo, respondiendo el héroe que todo ello lo dejó abandonado en una gruta, llevando con él solamente el casco, cuya virtud ignora. Entonces Hagen le hace conocer el mágico poder del casco; con él puede adoptar cualquier forma y trasladarse donde quiera. Le pregunta luego por el anillo, respondiendo el héroe que una mujer sublime lo guarda consigo.

En tal instante aparece Gutruna trayendo un cuerno lleno de licor; ante el héroe expresa su bienvenida. Sigfrido bebe dedicando un pensamiento previo a Brunilda y a su amor; es su primera libación y en ella jura amarla para siempre. Pero después de haber probado el brebaje se siente transformado; una súbita pasión por Gutruna lo domina y bajo su impulso, irreflexiblemente, pide a Gunther se la ceda por esposa. Ante tal petición el Guibijundo le habla de una mujer que le aguarda dormida en una roca y cercada por el fuego; su nombre es Brunilda. El héroe parece recordar algo, pero el licor bebido le impide tener clara su mente. Sólo atina a prometer, cuando Gunther le habla de la barrera llameante que no podrá pasar, que él, el héroe invencible, la atravesará y traerá la mujer al Guibijundo, siempre que le conceda a Gutruna. No le será difícil; utilizará el poder mágico de su casco, tal como se lo enseñara Hagen.

Sigfrido y Gunther sellan el pacto de la amistad haciéndose una cortadura en sus brazos y mezclando la sangre en una vasija y luego bebiéndola. Unidos quedan, entonces, en fraternal amor; si uno de los dos rompe el juramento, la sangre bebida brotará a torrentes de su pecho.

Hagen no ha querido tomar parte en el juramento; su diabólico plan lo anima en todo momento. y es tal la ansiedad que el brebaje provoca en Sigfrido que quiere partir de inmediato para conquistar a la mujer que duerme dentro de un círculo de fuego y cedérsela a Gunther; Gutruna debe ser el premio a su hazaña.

Hagen y Gutruna ven partir a los dos guerreros y mientras la mujer corre a su cuarto llena de alegría, Hagen medita en los hechos consumados y se prepara para apoderarse del anillo del nibelungo que arrancará a Brunilda.

La joven desposada permanece aún en la gruta de donde viera partir a Sigfrido; pasa sus horas en la espera mirando de vez en cuando el anillo, regalo del héroe. En un momento dado siente el lejano galope de un caballo que poco a poco va acercándose. Un instante después oye la voz de su hermana, la walkyria Waltrauta.

- ¡Brunilda, hermana! ¿Duermes o estás despierta?

Y Brunilda corre a su encuentro con alegría. Supone que sólo por cariño a ella ha podido quebrantar la prohibición de verla impuesta por Wotan. Y con exaltación le habla de su felicidad presente.

- ¡El héroe más valiente me ha hecho su esposa! ¿Deseas mi suerte? ¿Quieres compartir mi dicha? -le pregunta.

- Otra cosa ha sido lo que me ha obligado en mi angustia a buscarte, desobedeciendo a Wotan.

Y muy preocupada le cuenta que desde que se separó de Brunilda, Wotan no las conduce al combate; no quiere encontrarse con los héroes del Walhalla. Solo y sin descanso viaja por el mundo a caballo. Una vez llegó con su lanza rota y, entonces, ordenó derribar el fresno del mundo y amontonar en el recinto sagrado los pedazos. Luego convocó a los dioses y a los héroes que acongojados llenaron la estancia. Sentado, sin probar las manzanas de Holda, mudo e inmóvil, mandó a dos de sus cuervos a un largo viaje. Una vez volvieron con buenas noticias; luego otra, y fue la última, y por última vez sonrió el dios eterno. Angustiadas le miraban las walkyrias; una, Waltrauta, se reclinó en su pecho y entonces murmuró el dios:

- Si Brunilda devolviese el anillo a las hijas del Rhin, libertaría al dios y al mundo de su maldición.

La walkyria abandonó la asamblea sin ser vista, montó a caballo y a escape salió en busca de Brunilda. Ya junto a ella le ruega desprenderse del anillo maldito que luce en su mano y devolverlo a las hijas del Rhin.

- ¡Oh!, no sabes lo que para mí representa este anillo -responde Brunilda-. Constituye para mí más que las delicias del Walhalla, más que la gloria de los dioses eternos, porque en él brilla para mí el amor divino de Sigfrido. Ve y dile a los dioses que no lo obtendrán aunque se derrumbe y desaparezca el Walhalla.

E invita a alejarse a su hermana.

- ¡Oh, dolor! -dice Waltrauta-. ¡Desgraciada de ti, hermana! ¡Desgraciados los dioses del Walhalla!

Y sin despedirse de su hermana abandona el lugar y luego se oye el galope de su corcel que se aleja.

Brunilda, de pie en la roca, ve acercarse la noche; el crepúsculo se adensa y su penumbra hace brillar más las llamas que protegen a la joven. En la paz del anochecer se oye clara y distinta la llamada de Sigfrido; sale gozosa a recibirlo.

Un guerrero aparece; atraviesa sin temor las llamas y se adelanta a Brunilda; es Sigfrido con su casco, pero bajo la apariencia de Gunther.

- ¡Brunilda! ¡Hasta aquí vino quien no teme al fuego! ¡Sígueme y sé mi esposa!

- ¡Traición! -grita Brunilda-. ¿Quién eres? Sólo un brujo pudo escalar la piedra. ¡Volando llega un águila a despedazarme! ¿Quién eres tú, horrible aparición? ...

- Gunther, un Guibijundo -responde Sigfrido.

- ¡Wotan, dios cruel! ¡Comprendo ahora tu venganza! -gime Brunilda-. ¡Me entregas al dolor y a la vergüenza!

- Contigo he de desposarme en tu morada -agrega el guerrero.

Grita horrorizada Brunilda y le amenaza con el poder de su anillo. El guerrero se arroja sobre ella y se lo arranca mientras la joven cae rendida por la lucha.

- ¡Ya eres mía, Brunilda, esposa de Gunther! -le dice el guerrero y la obliga a entrar en la gruta con ademán imperioso.

A solas el falso Gunther dice mirando su espada:

- Ahora, Nothung, eres testigo de que honestamente logré a esta mujer guardando fidelidad al hermano.

Y penetra decididamente en la gruta.

El Rhin se ilumina con la luz lunar y las aguas marchan murmujeando a través de las tierras boscosas de la vieja Germania. Aguas arriba, frente a la morada de los Guibijundos, Hagen está dormido en su umbral. Ante él, Alberico, el rey de los nibelungos, se ha aparecido y sentándose le habla así, en sueños:

- ¿Duermes, Hagen, hijo mío?

- Te oigo, enano -responde sin moverse Hagen.

Y el nibelungo con voz cargada de odio le incita a proseguir en su aversión a la alegría y a la gente jovial; de ese modo podrá amarle mejor a él, que es su padre. Luego le cuenta cómo un welsa, de la estirpe de Wotan, ha derrotado al dios y cómo toda la generación de los dioses ve acercarse su próximo fin. La herencia del mundo será de ellos si Hagen le es fiel. El welsa rompió la lanza de Wotan después de vencer al dragón; ante ese héroe se postra el Walhalla y el país de los nibelungos.

Pero ese héroe ignora el valor del anillo que posee; sonríe y sólo vive para el amor. Es necesario recobrar ese anillo, pues ahora lo posee una mujer, Brunilda, y hay que evitar que ella le aconseje que lo devuelva a las ondinas del Rhin. Es preciso que antes lo recobre Hagen. Y el enano hace jurar en sus sueños a Hagen, desapareciendo luego y hundiéndose en las sombras.

Amanece. Las brumas se alejan y brillan las aguas del río a la luz del alba. Abriéndose paso entre los matorrales de la ribera aparece Sigfrido, que llega presuroso en busca de Gutruna. Sale al encuentro Hagen y el joven héroe le cuenta el episodio de los desposorios falsos con Brunilda bajo la apariencia de Gunther, el rapto de la misma a través de las llamas y su entrega al Guibijundo. Anuncia que navegan por el Rhin en dirección a la vieja morada de Gunther y recomienda que se reciba con gran alegría a los desposados. Luego se dirige gozoso en busca de Gutruna. Hagen, de pie en la altura de las rocas que bordean el castillo, hace sonar un cuerno de asta de toro y convoca a los vasallos de Guibij. Desde las cumbres y los llanos empiezan a llegar guerreros armados que averiguan el porqué de la llamada de Hagen.

- Estad sobre aviso; debéis recibir a Gunther que se ha desposado y conduce a su morada a una hermosa mujer. Debéis hacer inmolaciones a los dioses. Vuestros mejores bueyes a Wotan para que vea correr la sangre; ovejas a la diosa Fricka para que haga feliz la unión, y un jabalí al dios de la alegría.

- ¿Qué haremos después de inmolar?

- Tomad los vasos que os ofrecerán hermosas mujeres, llenos de hidromiel, y bebed hasta embriagaros; todo en honor de los dioses y de los desposados.

Se oyen exclamaciones de alegría, fuertes risas y gritos de salutación. Divisase a lo lejos la barca que conduce a Brunilda y a Gunther; cuando está frente a la casa algunos vasallos se lanzan al agua y la amarran. Los otros cruzan las armas, en tanto las mujeres se asoman a la entrada de la casa de los Guibijundos. De ella salen Sigfrido y Gutruna a saludar a Gunther y su esposa, y Brunilda al verlos se siente desfallecer, provocando con ello el asombro de los presentes.

Frente a Sigfrido, en vano intenta Brunilda despertar en él los dormidos recuerdos y sólo oye palabras de alejamiento y de olvido. Pero cuando reconoce en su mano el anillo de los nibelungos que le fuera arrancado en la malhadada noche pasada, por el presunto Gunther, su indignación es tan grande como su desesperación. Con palabras temblorosas exige de Gunther una explicación. Si él se desposó con ella y le arrancó el anillo, ¿cómo es que ahora está en poder de Sigfrido?

Los vasallos oyen las protestas emocionadas de Brunilda y se agrupan amenazantes. Hagen cree llegado el mejor momento y aprovechando la angustiosa actitud de Brunilda, el olvido de Sigfrido y la confusión evidente de Gunther, acusa al joven welsa de traidor y perjuro. Pero los vasallos preguntan a quien se hizo traición y cómo.

Presa de un tremendo dolor y agitada por los sollozos, Brunilda clama a los dioses por la ignominia que sufre; ella, que no se conmovió ante la petición de Waltrauta que le transmitió el oculto deseo de Wotan de que salvara al Walhalla devolviendo el anillo al Rhin, y que se negó a rescatar al mundo de los dioses de su disolución; ella, que condenó a Wotan a morir y que perdió toda su ciencia al desposarse con un mortal, ahora vuelve su rostro desesperado a los divinos seres del walhalla. En vano Gunther intenta calmarla; Brunilda lo rechaza y lo acusa, a su vez, de traidor, de traidor de sí mismo, y ante el estupor de los oyentes confiesa que está desposada con Sigfrido y no con Gunther. Los vasallos y las mujeres se miran asombrados y se indignan cuando Brunilda acusa ahora a Sigfrido de haber faltado al juramento de fidelidad a Gunther. Y ante la exigencia de los guerreros, Brunilda y Sigfrido juran sobre la punta de la lanza de Hagen; Sigfrido afirmando que no faltó al juramento. Brunilda asegurando que fue perjuro.

En medio de la confusión Sigfrido invita a los guerreros a no dejarse llevar por maniobras de mujeres. Los invita a proseguir el banquete y antes de salir, lleno de alegría, con Gutruna, se acerca a Gunther y en voz baja le confiesa el temor de que Brunilda lo haya podido reconocer a pesar del casco mágico.

Brunilda lo ve salir con profunda pena, y Gunther, que no ha podido aclarar nada ante sus vasallos, queda lleno de vergüenza junto a ella y Hagen.

La dolida esposa lamenta su suerte y llora la pérdida de su sabiduría; las llamas de Loge la protegían en la roca aislada de toda decadencia, pero al arrancarla Sigfrido de allí y arrastrarla a la llanura la ha despojado de todo poder divino y convertido en una indefensa mortal. El amor ha perdido a Brunilda; y ella por amor ha condenado a su vez a los dioses.

Al oír sus lamentaciones de abandono y soledad Hagen le ofrece su apoyo para vengar la traición de Sigfrido; sólo con amarga sonrisa recibe tal insinuación Brunilda. ¿Qué mortal podrá abatir la fuerza y la arrogancia del joven héroe? Ella le ha dotado de todos los medios para hacerlo invulnerable; su amor le ha concedido los poderes divinos que ahora le hacen falta a ella. Pero Hagen no ceja; y con insidiosas preguntas obtiene de Brunilda la confesión de un secreto de Sigfrido: tiene su cuerpo un punto vulnerable en la espalda. Pero el welsa jamás ha dado la espalda en ningún combate; entonces, nadie podrá herido de muerte.

- ¡Allí le herirá mi lanza! -dice Hagen-. ¡Ánimo, Gunther!

Pero Gunther se siente abrumado por la pena y el oprobio. ¿Cómo lavar esa afrenta? Brunilda lo acusa de cobardía; ¿acaso no se escondió tras el héroe para conquistar nuevas glorias? El Guibijundo rechaza esta última afrenta; no es ni traidor ni vendido, ni engañador ni engañado. Va a vengar tal ofensa y, entonces, pide el apoyo de su hermano. Y de éste sale la condena decisiva; sólo puede lograrse la salvación con la muerte de Sigfrido, que debe pagar con su sangre el perjurio y la traición. Pero, antes -sugiere la perfidia de Hagen-, hay que arrancarle el anillo.

Un último escrúpulo se alza para Gunther: ¿podrá darse muerte al esposo de Gutruna? ¿Cómo presentarse luego ante ella? Y recién Brunilda se da cuenta dónde reside el mágico poder que ha embelesado y trastornado a su esposo; por ello, pide que también el dolor hiera el corazón de Gutruna con angustia eterna. No hay, pues, obstáculos que se opongan a la decisión de matar a Sigfrido. ¡Que muera!, piden el dolor de Brunilda, la perfidia de Hagen y el oprobio de Gunther. La sentencia ha sido dada. El gozo de Hagen es indecible; será dueño del anillo, y en su embriaguez invoca a su padre Alberico y al nocturno ejército de enanos para cumplir su obra.

La fiesta por la boda de Gutruna prosigue, en tanto; Sigfrido y la nueva esposa aparecen adornados con hojas de encina. La noche cae sobre los bosques y con los suaves tonos del amanecer se apaga la última hoguera y el último grito del festín de los vasallos.

El río estira la cinta plateada de su corriente ondulada. Se levanta la bruna y con ella se eleva la lamentación de las ondinas que lloran el oro robado. Tiempos tristes son los presentes; el lecho del río es oscuro y siniestro.

Las notas alegres de un cuerno de caza llegan hasta las orillas. Sigfrido aparece en la ribera corriendo tras un oso; pero se detiene a contemplar a las ondinas. Las hijas del Rhin elogian su belleza varonil y le piden su anillo. Pero ante su negativa ríen del héroe porque es avaro y porque tiene miedo de su mujer; si no arrojaría el anillo sin titubear. Sigfrido no cree en las palabras de ellas y no les arroja la joya; entonces las ondinas le narran la terrible tradición del anillo y el dolor y la muerte que su posesión ha causado. Tampoco Sigfrido cree en sus amenazas y lanza su desafío al destino. Al verle enajenado huyen horrorizadas las ondinas, cantando su última lamentación ante el obcecado joven que habiendo podido salvarse de la desventura se queda con el anillo. Oye Sigfrido la llamada de los cazadores y en respuesta hace sonar su cuerno. Bajan las barrancas dcl Rhin, Hagen y los cazadores; beben y se echan a descansar. Tendido entre Gunther y Hagen, Sigfrido bebe y cuenta sus hechos. Tentado estuvo de matar dos cuervos que le anunciaron su muerte; luego narra sus proezas juveniles, su vida al lado de Mime, su decisión de forjar de nuevo a Nothung, la lucha con el dragón y, más tarde, su proeza al conquistar a través de una barrera de fuego a una mujer divina, a la que desposó. En ese momento dos cuervos salen de los matorrales y revolotean sobre el héroe; éste se incorpora y los sigue con la mirada sin comprender su anuncio. Y en ese instante, vuelta su espalda a Hagen, recibe el golpe de lanza a traición. Gunther y los cazadores miran aterrorizados mientras Sigfrido se desploma.

- ¡Tomo venganza de un perjuro! -dice, y abandona el lugar.

Gunther, conmovido frente a los vasallos contristados, sostiene a Sigfrido. Un silencio enorme se ha extendido sobre los hombres y la tierra. El héroe agoniza, y en su morir va recobrando su recuerdo y palabras de amor para Brunilda van brotando de su garganta.

- ¡Brunilda, esposa sagrada! ¡Despierta, abre tus ojos! ¡Oh, esos ojos tuyos; quién me diera verlos siempre abiertos! ¡Oh, muerte dulce! ... ¡Brunilda me saluda amantísima!

Los guerreros han colocado el cuerpo moribundo sobre el escudo y marchan a través de la selva en fúnebre cortejo; la noche se ha volcado sobre la naturaleza; la luna se asoma por entre la fronda de los árboles y su fría y verdosa lumbre aclara el sendero. La bruma ha descendido sobre el Rhin y el silencio pesado de los duelos vela al héroe.

En la morada de los Guibijundos las mujeres esperan. El río brilla a lampazos cuando la luz de la luna rompe la niebla. Gutruna ha salido al sentir el relincho del caballo de Brunilda que se dirige al río; en la oscuridad siente crecer su miedo. Luego la voz de Hagen le llega desde cerca:

- ¡Despertad! ¡Traed luces y alumbrad! ¡Traemos un buen botín de caza! ¡A su casa vuelve el héroe! ¡Salúdalo, Gutruna!

Los vasallos y las mujeres han salido con hachones encendidos al encuentro del cortejo. Gutruna ve inanimado a Sigfrido e increpa a sus hermanos por el asesinato que adivina. Gunther se defiende y Hagen se vanagloria de su crimen; a gritos exige el precio de la muerte: el anillo del nibelungo. Gunther, entonces, lo acusa de querer despojar a Gutruna de su herencia; se traban en lucha los hermanos y Gunther muere en manos de Hagen en medio del horror de los cazadores. Luego se lanza sobre el cadáver de Sigfrido para arrancarle el anillo; pero la mano del muerto se alza amenazadora.

- ¡Cesad en vuestros llantos! ¡Su esposa llega a vengar la traición! -se oye dominadora la voz de Brunilda.

Ante ella Gutruna la acusa de ser la causa de las desventuras; pero Brunilda proclama su derecho de esposa única y primera. Y con ademán majestuoso se dirige a las demás mujeres:

- ¡Alzad una pira a orillas del Rhin y que sus altas llamas se eleven brillantes porque han de consumir al más sagrado de los héroes! ¡Traed su corcel!

Los jóvenes y las mujeres levantan la pira y la adornan con flores y tapices; luego los guerreros llevan el cuerpo de Sigfrido, y Brunilda le saca el anillo. Ella lo devolverá a las ondinas del Rhin. De las cenizas lo recogerán, pues Brunilda quiere arder en los leños que consumen el cuerpo del héroe.

Conmovida y fuerte toma una antorcha y pone fuego a la pira. Invoca a los cuervos sagrados de Wotan y los conmina a que narren a su señor los dolores padecidos y, al pasar por la roca que aún vela Loge,le ordenen que regrese al Walhalla. Los cuervos remontan vuelo y entonces Brunilda se dirige a los mortales que han presenciado su padecer.

- ¡Raza poderosa de los hombres! ¡Vida en flor, que veréis a Sigfrido y a Brunilda consumidos por las llamas y devuelto el anillo al Rhin! ¡Mirad hacia el norte! ¡En la oscuridad de la noche veréis brillar en el cielo un resplandor vivísimo; es un incendio de llamas aterradoras que no olvidaréis jamás! ¡Es el ocaso de los dioses, el fin del Walhalla que se desploma bajo la llama del fresno del mundo! Quedareis sin dioses y sin dominadores. Pero en cambio yo os daré el tesoro más sublime de mi ciencia divina; he aprendido a saber que la felicidad no consiste ni en la posesión del oro, ni en los bienes, ni en la pompa y el poderío; ni en los lazos que atan pactos traidores ni en las costumbres hipócritas.

En la alegría como en el dolor no hay más que una sola fuente de felicidad para el hombre: el amor. ¡Sólo el amor nos da la verdadera vida y la eternidad!

Las palabras de Brunilda golpean los corazones de los guerreros; traen el caballo Grane y la walkyria monta y se arroja al fuego. Las llamas se alzan altas y temblorosas; chisporrotea la pira y un humo rojizo y espeso se cierne sobre ella. Luego decrece el fuego y la neblina ardorosa queda flotando. El Rhin se desborda y las aguas van cubriendo los restos humeantes.

Guerreros y mujeres se refugian aterrorizados en lo alto de la casa de los Guibijundos mientras las ondinas avanzan con las olas. Hagen, endurecido y perverso, sólo se conmueve ante la posible pérdida del anillo. Se arroja al agua para disputarlo a las ondinas y las hijas del Rhin lo hunden y lo arrastran a las profundidades. Volverá el oro a irradiar su esplendor en el fondo torrencial del río.

Hacia el norte, en el sombrío horizonte, un resplandor rutilante, como una fantástica aurora boreal, incendia el cielo. Arde en fuego devorador el Walhalla y los dioses desaparecen en su seno; se borra de los mortales el recuerdo de los inmortales. Libres quedan los hombres y redimidos por el sacrificio de Wotan.

Brillando en el fondo sombrío de la incertidumbre humana quedan las palabras esperanzadas de Brunilda. El mundo de los hombres queda sin iluminadores; pero el hombre debe buscar por sí solo la senda de su destino, alumbrado por una luz divina, no la del poderío y la riqueza, sino la del amor. Sólo el amor traerá la dicha y la eternidad a la raza liberada a través del holocausto de los héroes y de los dioses inmortales.

33mitos y leyendas nórdicas - Página 2 Empty Re: mitos y leyendas nórdicas Mar Ene 03, 2012 7:49 am

lily25

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pPARAETE 1

Argumento: La introducción orquestal a este drama es sombría, pesada, grave. Dos acordes, tomados del motivo del anillo, suenan en distintos registros sobre una nota pedal que se mantiene durante un buen rato: parecen simbolizar los quebraderos de cabeza de Mime, que quiere apoderarse del anillo. Pero también Alberich, su hermano, piensa en lo mismo, y más obsesivamente pues una vez fue propietario del anillo, aunque por poco tiempo. Surge el motivo del martilleo que en El oro del Rin había acompañado el trabajo del nibelungo en el reino subterráneo, pero desintegrado, como si indicara la incapacidad de Mime para recomponer los fragmentos de la espada de Sigfrido, salvados por Sieglinde, sin matar (Mime lo intuye) al dragón Fafner, que cuida el tesoro del nibelungo en una cueva del bosque. Al levantarse el telón vemos a Mime trabajando con desesperación y sudando copiosamente en un bosque denso y alejado de los hombres. Pero la noble espada Nothung se burla de sus débiles fuerzas. Mime ha desarrollado un plan astuto: ha encontrado y criado al pequeño Sigfrido, cuya madre Sieglinde murió en el bosque al darlo a luz. Con su ayuda, pues conoce el origen heroico del niño y lo ve crecer con tanta fuerza, piensa matar un día al dragón y apoderarse del oro del Rin. Por eso protege al niño y finge ser su padre. Sigfrido regresa del bosque y lleva consigo un oso joven. Mime se asusta y Sigfrido se ríe de él. A pesar de que el deforme enano es el único ser parecido a un hombre que conoce, siente ante él una insuperable extrañeza, incluso desprecio. Constantemente hace preguntas sobre su verdadero origen. Mime le asegura que es su padre y su madre: le canta la canción que Sigfrido ha tenido que oír muchas veces, pero que no parece dispuesto a creer.

Furioso, Sigfrido cae sobre el enano y con la fuerza de sus puños logra saber algo más sobre su origen; siente el primer dolor de su joven vida cuando sabe que su madre murió al nacer él. El enano enumera de nuevo todo lo que hizo por el joven. Pero Sigfrido lo interrumpe: ¿Por qué lo llama Sigfrido? Así lo llamó su madre. ¿Y cómo se llamaba su madre? Sieglinde, cree el enano. ¿Y su padre? Mime no lo sabe; Sieglinde sólo había dicho que había muerto. Sigfrido desconfía del Nibelungo. Entonces le enseña éste como prueba los fragmentos de la espada que le había entregado Sieglinde. Ante Sigfrido se abre el mundo; poseerá una espada y por fin podrá salir del bosque.

Mientras se va corriendo alegremente y Mime lo ve alejarse, aparece un extraño. Es Wotan, disfrazado de peregrino, en uno de sus largos recorridos por el mundo. En medio de acordes solemnes aparece ante el enano, a quien invita a que le formule tres preguntas.

Mime quiere eludirlo, pero es más fuerte la curiosidad que le despierta la idea de hacerle las preguntas al peregrino. ¿Quién vive en el interior de la tierra? Los Nibelungos, responde Wotan y añade la historia del robo del oro del Rin. ¿Y en la tierra? Los gigantes; Fafner mató a su hermano Fasols en la lucha por el oro. ¿Y en las nubes? Los dioses, con Wotan a la cabeza, cuya sagrada lanza es el símbolo de todas las leyes. Y el peregrino clava su lanza en el suelo, que resuena con un misterioso trueno. Mime deja de tener dudas sobre la identidad de su huésped. Wotan pasa a preguntarle a él. ¿Cuál es la estirpe que provocó la ira de Wotan, pero que éste sigue amando sobre todas las cosas? El enano sabe que son los Welsungos,Siegmund y Sieglinde. y su fuerte hijo Sigfrido. ¿Cuál es el arma que Sigfrido debería utilizar contra Fafner si el astuto Nibelungo lo lleva allí? Nothung, dice temblando el enano, la espada cuyos fragmentos conserva. ¿Quién recompondrá la espada? Mime no lo sabe.

Segunda jornada: Siegfried (Sigfrido) - Richard Wagner (1813-1883). Un héroe que no conoce el temor, le enseña Wotan. El miedo se apodera de Mime. Wotan le anuncia que su vida terminará a manos del que no conoce el temor. Y sigue su camino. Sigfrido regresa, y con la fuerza de su juventud vuelve a soldar los pedazos de la espada y agita en el aire la nueva arma que ha obtenido. Mime ha de esforzarse al máximo para que Sigfrido conozca el temor; Fafner se ocupará de ello; cuando todos sus intentos de atemorizarlo fracasan, lo amenaza. ¿Fafner? ¿Dónde vive? ¿En una caverna, cerca del mundo? Sigfrido quiere partir en seguida hacia aquel lugar. Mime lo acompañará para enseñarle ese extraño sentimiento, el temor. De un solo golpe, Sigfrido parte el yunque. Luego sale corriendo, impulsado por el deseo incontenible de conocer el mundo.

El acto segundo se desarrolla también en lo profundo del bosque, delante de la caverna del dragón Fafner. (Wagner ha dado expresión aquí a una de sus ideas favoritas: quien vive sólo para la posesión, para el oro, se convierte en un monstruo, en un "dragón" extraño a toda figura humana.) La escena es interesante también desde el punto de vista musical; el enérgico motivo que acompañaba a los gigantes en El oro del Rin se ha convertido en el motivo de los dragones, que se arrastra expresando el egoísmo y la bajeza, pues Fafner mató a su propio hermano a causa del oro y se retiró a una cueva del bosque para proteger el tesoro conquistado. Alberich ronda alrededor de la caverna. Noche y día piensa en la manera de recuperar el anillo que Wotan le quitó una vez de manera tan indigna de un dios; no se atreve a enfrentarse abiertamente a Fafner, pero sus pensamientos giran alrededor de ese único objetivo que le parece tan valioso. Una luz azul ilumina misteriosamente el bosque; el enano, furioso, reconoce la llegada de Wotan. ¿Va a buscar el anillo? El dios lo tranquiliza; otro es quien desea el anillo y, para obtenerlo, se ha puesto en camino con un joven héroe. La envidia y el odio se reavivan en el enano.

Segunda jornada: Siegfried (Sigfrido) - Richard Wagner (1813-1883). Ante su sorpresa, Wotan le ofrece su ayuda. Despiertan a Fafner, y Wotan le exige que entregue el anillo a Alberich, pero el dragón se niega. (Wotan debe elegir entre dos males; lo peor para él seria que el anillo, con su carga de amargura y muerte, cayera en manos de su amado Sigfrido.) Wotan se vuelve sin haber logrado su propósito. Poco después se acercan Mime y Sigfrido. El enano enseña al joven la peligrosa caverna; luego se aleja prudentemente. Sigfrido, mientras espera al monstruo, se echa sobre la hierba. Escucha las voces del bosque. Numerosos pensamientos pasan por su cabeza. ¿Cómo serían sus padres? ¿Mueren todas las mujeres al dar a luz? Lentamente se hace de día, en las ramas comienzan a cantar los pájaros. ¡Cómo le gustaría entenderlos! Primero imita su canto, luego empuña el cuerno y toca un alegre motivo. Finalmente, el monstruo sale de la caverna. Sigfrido no se susta, desafía a Fafner y lo mata. Cuando saca la espada del corazón del monstruo, la sangre de éste le quema los dedos. Rápidamente se los lleva a la boca para enfriarlos. En el mismo instante comienza a comprender el canto de los pájaros. (Una voz de soprano ligera canta aquí la misma melodía que antes había interpretado un instrumento de la orquesta; de esa manera la melodía recibe un texto que Sigfrido entiende, mientras que el canto anterior del "pájaro del bosque" le resultaba incomprensible.) "¡Hola! ¡El tesoro del Nibelungo pertenece ahora a Sigfrido! ¡Ah, ojalá encuentre ahora el tesoro en la caverna! ¡Si obtiene el casco mágico, realizará grandes hazañas, pero si obtiene el anillo, será el amo del mundo!": tal es el canto que surge de las ramas. Y Sigfrido sigue el consejo, entra en la caverna. Alberich y Mime se animan a salir de sus escondites, y entonces estalla el odio que sienten el uno por el otro; cada uno quiere el botín de Sigfrido para sí solo. Sigfrido sale de la caverna con el casco y el anillo. Alberich desaparece rápidamente en el bosque, Mime se acerca simulando la más grande amistad.

Segunda jornada: Siegfried (Sigfrido) - Richard Wagner (1813-1883). Entonces el pájaro del bosque vuelve a cantar y previene a Sigfrido contra el falso amigo. Las palabras de Mime se confunden cada vez más y revelan su intención: matar a Sigfrido; entonces Sigfrido lo mata de un golpe. El joven héroe vuelve a echarse sobre el blando suelo y comienza a charlar con los pájaros. Reconoce que se siente solo y que quisiera conocer a los hombres. Y la encantadora voz le señala el camino: en una elevada roca, rodeada por un muro de fuego, duerme la más bella mujer; si pudiera despertarla, Brunilda sería suya. Sigfrido se levanta de un salto y sale corriendo detrás del pájaro que le indica el camino.

El acto tercero comienza con una escena mística. En una noche de tormenta Wotan llama a Erda, la "madre tierra", para que salga de su gruta. Erda le pregunta por la hija de ambos: Brunilda. ¿Es posible que la haya castigado, que la haya expulsado del círculo de los bienaventurados? Wotan, que enseña la rebeldía, el heroísmo libre, ¿castiga la acción? Wotan está fatigado. El fin de los dioses ha dejado de atemorizarlo, casi lo desea. Ha elegido a un sucesor a quien el mundo obedecerá: Sigfrido. Libre de todo temor, despreocupado del futuro: así le pertenecerá la tierra. Erda sabe que el deseo de Wotan, su visión del futuro, no puede hacerse realidad. Sin embargo, todavía no ha llegado el momento de revelarle la verdad. Lenta y majestuosamente, Erda regresa a las sombras de su cueva. Wotan se queda un rato absorto en sus pensamientos mientras la tormenta comienza a apaciguarse, y Sigfrido, guiado por el pájaro del bosque, se acerca alegremente por el camino. Wotan lo detiene, quiere interrogar al joven héroe. ¿Qué busca? Una roca rodeada de fuego, y en la roca una mujer. ¿Quién se lo ha dicho? Un pájaro. ¿Y cómo es que ha entendido su lenguaje? La sangre del dragón, que se llevó a los labios, produjo ese efecto. ¿Por qué mató al monstruo? Porque Mime quería enseñarle el miedo. ¿Quién le ha reparado la espada? Él mismo, dice Sigfrido, pues Mime era incapaz de hacerlo.

Segunda jornada: Siegfried (Sigfrido) - Richard Wagner (1813-1883). ¿Quién fabricó la espada cuyos fragmentos recompuso Sigfrido? Sigfrido no lo sabe; pero esos fragmentos le habrían servido de poco si no los hubiera vuelto a unir. Wotan ríe. Sigfrido cree que se burla de él. Si el anciano ha de señalarle el camino, que lo haga en seguida. Si no, que deje de preguntar. Wotan le dice que respete sus canas. Sigfrido recuerda a Mime, el anciano astuto que también parecía cerrarle el camino, hasta que lo mató. Si el extraño no lo deja pasar, entonces le espera la misma suerte. Wotan se pone pensativo: en el joven se ve a sí mismo, hace muchísimo tiempo. Ve en su nieto a su heredero, pero no debe revelarle su secreto. Sigfrido no sospecha nada. Por última vez pregunta a Wotan, puesto que el pájaro del bosque se ha ido, si puede indicarle el camino hacia la roca rodeada de fuego. Wotan se yergue, levanta su lanza. El aire se oscurece. El señor del mundo está ante Sigfrido. Pero éste sólo ve a un anciano que no le deja llegar a su objetivo. Wotan intenta una vez más apartar a Sigfrido del objetivo en cuestión. Pero no lo consigue. ¡Entonces que Sigfrido se proteja de la lanza! Ya rompió en pedazos una vez la espada que lleva Sigfrido. Éste se enfurece: ¿el asesino de su padre está frente a él? La lanza de Wotan se rompe con un solo golpe de Nothung. Es uno de los puntos decisivos de la gigantesca obra: se anuncia El ocaso de los dioses. Wotan levanta trabajosamente del suelo los fragmentos de su arma, que fue el símbolo de su poder y la prenda de la justicia y las leyes, mientras que Sigfrido echa a correr hacia donde ve el resplandor de un fuego. El camino está despejado. Sin temor sube a la roca y atraviesa las llamas.

El último cuadro es uno de los más poéticos y bellos del mundo operístico. El mar de fuego está detrás de Sigfrido, el cielo ha vuelto a ser claro. Los picos de las montañas son azules hasta donde alcanza la vista.

Segunda jornada: Siegfried (Sigfrido) - Richard Wagner (1813-1883). Brunilda duerme sobre una plataforma de piedra, tal como la dejó Wotan muchos años antes. Sigfrido se acerca; contempla maravillado la figura humana cubierta casi enteramente por el escudo. Quita el casco de la mujer que duerme, el largo cabello de Brunilda cae sobre los hombros y el pecho. Sigfrido la mira confundido y le quita luego la armadura. Brunilda está frente a él vestida con un sencillo atuendo femenino. Por primera vez en su vida ve Sigfrido a una mujer. Confundido hasta lo más profundo, comienza a temblar, y sólo puede balbucir una palabra: "Madre". Por primera y única vez en su vida se apodera de él el sentimiento que los hombres denominan temor y que él no había conocido hasta entonces. Ni la amenaza de los
enemigos ni la lucha con el monstruo ni el encuentro con un dios le enseñaron el temor; sólo en el momento en que está frente al eterno misterio del sexo y siente arder en su interior un sentimiento todopoderoso y desconocido experimenta un placer que le produce vértigo. Contempla durante un rato a la dormida Brunilda, luego se inclina y la besa en la boca. Brunilda despierta. ¡Con cuánta frecuencia se ha descrito en los cuentos de todo el mundo este despertar con un beso, pero qué singularidad y poder posee en esta escena mística, alejada del mundo! Y en el instante en que abre los ojos suenan los acordes lentos y solemnes de la orquesta. Brunilda saluda al cielo, la tierra, el sol, que antaño le eran conocidos, cuando era una semidiosa; se ha convertido en mujer terrenal que tiembla al primer beso de un hombre.

El amor de Brunilda y Sigfrido se enciende como se encendió en Siegmund y Sieglinde: de forma breve y misteriosa. Pero Brumida es algo más que una mujer terrenal: viven en ella los conocimientos primordiales de su madre Erda y de su padre Wotan. Y Sigfrido es una encarnación nueva, más noble y más libre, de Siegmund El gran drama cósmico al que Wagner dio forma en cuatro extensas jornadas teatrales tiene su cenit en el amor de esta pareja a la vez humana y sobrehumana.

34mitos y leyendas nórdicas - Página 2 Empty Re: mitos y leyendas nórdicas Mar Ene 03, 2012 7:50 am

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Acto I

En una caverna, en medio de un bosque, Mime, el herrero, forja una nueva espada para Sigfrido, recogido por él, y que se divierte en quebrar todas las hojas que le presenta el enano. Si pudiera soldar los trozos de la espada divina, ésta se convertiría, en manos del adolescente Sigfrido, en el arma invencible. El dragón Fafner, vencido, entregaría su tesoro, y Mime tendría el anillo. Aparece Sigfrido, alegre, se burla de Mime, rompe la nueva espada forjada por el gnomo y le pregunta quién es su madre. El nibelungo termina por confesar a Sigfrido, que una moribunda le ha confiado el niño que acababa de dar a luz. El padre de Sigfrido había sido muerto en un combate, y toda la herencia del huérfano la constituyen esos trozos de espada de su padre. Sigfrido ordena al enano que se los suelde sin tardanza, y sale amenazante. Mime se desespera, impotente para satisfacer a aquel con quien cuenta para reconquistar el tesoro del dragón. Aparece un desconocido, que se hace llamar ‘el viajero’, y que no es otro que Wotan, y pide permiso para descansar. Mime teme que se trate de un espía. El señor de los dioses no se aleja del enano hasta no haberle revelado, que sólo podrá soldar los trozos de la espada aquel que no conozca el miedo. El enano, que teme que el joven no sea el héroe de quien le ha hablado ‘el viajero’, intenta enseñarle qué es el miedo, pero sólo logra despertar su curiosidad: Sigfrido quiere ir a buscar al miedo ante el refugio del dragón Fafner. Tendrá su espada. Él mismo reduce a limaduras los trozos, atiza el fuego, funde el metal, vacía la espada, la templa, la forja cantando, y luego, para probar su fuerza, golpea sobre el yunque, que se parte en dos.

Acto II

La escena se sitúa en el bosque, ante la caverna del dragón Fafner, donde está Alberich esperando el momento de arrebatar su presa al monstruo. Llega ‘el viajero’. Alberich estalla en injurias contra el dios, del que sospecha que quiere ayudar a Sigfrido en su lucha contra el dragón. Pero Wotan no puede ayudar al joven héroe, cuya acción, para resultar eficaz, debe ser espontánea. A pesar de todo, excita la desconfianza de Alberich contra Mime, y advierte a Fafner del peligro que se aproxima, ofreciéndole salvarle la vida si le entrega el anillo. Fafner rehusa. Sigfrido, armado con su espada, llega con Mime, que intenta en vano aterrorizarlo. Una vez solo, Sigfrido espera con calma la hora del combate, y se enternece al pensar en su madre. Los murmullos de la selva lo sacan de su ensoñación, maravillándolo. De pronto se oye el canto de un pájaro, pero no puede comprender su lenguaje. Intenta imitar la etérea canción con una flauta que él mismo se ha tallado, pero el intento es en vano. Hace oír entonces la alegre fanfarria de su cuerno de plata. Cuando se da la vuelta, percibe al dragón y, sin asustarse, lo hiere de muerte. Lleva entonces a sus labios, maquinalmente, la mano teñida de sangre del monstruo. Se opera un milagro, pues comprende entonces el canto del pájaro, que le aconseja penetrar en la caverna y tomar el yelmo encantado y el anillo, cuyo poder le revela. Mientras Sigfrido está en la caverna, acude Mime y tropieza con Alberich. Los dos hermanos se disputan la posesión del yelmo y el anillo. Los murmullos de la selva se dejan oír nuevamente. El pájaro advierte a Sigfrido la traición de Mime: sólo debe escuchar las palabras del enano para conocer su verdadero sentido. Mime avanza, cauteloso, pero su traición es evidente para Sigfrido, que lo mata.

El pájaro revela entonces al joven la existencia de Brunilda que, rodeada por las llamas, espera el beso del héroe sin miedo, que será su dueño. El pájaro seguirá a Sigfrido hasta ella.

Acto III

En medio de un laberinto de rocas, ‘el viajero’ se ha detenido ante la entrada de la caverna donde vive la diosa Erda, el alma antigua de la tierra. La invoca y ella aparece. Él la interroga, pero Erda no sabe nada. Sólo las nornas, que tejen el hilo del destino, podrán descubrirle si puede modificar el porvenir. Wotan dejará que se cumpla el destino: Sigfrido liberará a Brunilda, que devolverá el oro a las hijas del Rin, y la maldición dejará de pesar sobre el mundo. Aparece Sigfrido, guiado por el pájaro. Wotan intenta actuar en ese momento y le cierra el camino con su lanza sagrada, que Sigfrido quiebra con un golpe de su espada. Wotan deja pasar al joven conquistador que, rodeado de llamas, se dirige sin temor hacia su objetivo, hasta llegar ante Brunilda dormida. Sobrecogido de admiración ante tanta belleza, Sigfrido queda profundamente emocionado. Con un beso despierta a Brunilda. Ella se levanta, saluda a la luz, ve a Sigfrido, que le dice su nombre, y ella reconoce en él al que esperaba. La invade el sentimiento de toda la divinidad que ha perdido. Lucha contra el héroe, pero la hija del dios ya no es más que una mujer. El amor humano ha nacido en ella. Ya no vivirá más que para el amor de Sigfrido.

35mitos y leyendas nórdicas - Página 2 Empty Re: mitos y leyendas nórdicas Dom Ene 15, 2012 5:24 am

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Hagen es un nibelungo, hijo bastardo de Alberico con Grimhild o Krimilda. A cambio de oro, Alberico consiguió procrearlo en Grimhild o Krimilda, la esposa de Gibich, padres de los guibichungos. Alberico sedujo a la madre de los guibichungos con el poder del oro, y entonces Grimhild engendró el fruto del odio del nibelungo. Hagen es un guerrero, personaje siniestro, y receloso heredero del odio. Este rol puede ser cantado por un bajo o un bajo profundo.
Hagen anhela la posesión del poderoso anillo incitado por su padre. Hagen representa la fuerza del Mal. Es medio hermano de Gunther y Gutruna, también hijos de Grimhild o Krimilda. Es un nibelungo pálido, helado, viscoso, sombrío, enormemente taciturno, pero fuerte y astuto.

Si Loge es el consejero de Wotan, Hagen es escuchado atentamente por Gunther. Si Hagen es sabio, pues le inspira el espíritu de Alberico, sus consejos son siempre engañadores, y se aprovecha de las debilidades de sus hermanos. Hagen no nació del amor, sino de la programación.

Nacido para reconquistar el anillo para el enano, acumula la frustración y el odio de Alberico. Para él el fin justifica todos los medios. Impotente híbrido, va a manipular en beneficio propio la insatisfacción de sus hermanos guibichungos.

36mitos y leyendas nórdicas - Página 2 Empty Re: mitos y leyendas nórdicas Dom Ene 15, 2012 6:25 am

lily25

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Hagen, hijo de Alberich, habla a sus hermanastros, el rey Gunther y su hermana Gutrune, de Siegfried y Brunhilde, pero sin decirles toda la verdad y despierta en ellos el deseo de casarse con la valquiria y el valeroso héroe.-
Siegfried llega a la corte de los gibichungos y siguiendo el plan de Hagen, Gutrune le da un brebaje que lo hace olvidar de todo su pasado. Después de jurar mutua fidelidad con Gunther, Siegfried está dispuesto a reclamar la mano de Brunhilde para Gunther y bajo su apariencia ayudado por el casco de la invisibilidad y luego obtener como recompensa la mano de Gutrune.-
Waltraute intenta convencer a su hermana Brunhilde para que devuelva el anillo, sobre el que pesa la maldición de Alberich, a las hijas del Rin, pero ella no quiere separarse del regalo de su esposo a ningún precio. Resuena la trompa de caza de Siegfried y para el horror de Brunhilde quien atraviesa el fuego es un desconocido que la doblega y le roba el anillo, es Siegfried bajo la apariencia de Gunther.-
ACTO II

Alberich se aparece a su hijo Hagen en un sueño y lo exhorta a vengarse.-
Con la ayuda del yelmo Siegfried llega e informa del éxito de la petición de la mano de Brunhilde y dispone la celebración de la doble boda.-
Hagen convoca a los hombres para dar un digno saludo a la futura esposa de Gunther.-
Brunhilde ve en la mano de Siegfried el anillo que le robara bajo la figura de Gunther. Siegfried ya no reconoce en Brunhilde a su mujer. Intuye un engaño y anuncia que ella es la mujer de Siegfried y no Gutrune. Ambos juran sobre la punta de la lanza de Hagen, pero uno de ellos es perjuro y debe expiar. De acuerdo a sus planes, Hagen acepta hacerse cargo del arbitrio.-
Brunhilde quiere vengar la infidelidad, Hagen quiere el anillo y Gunther sospecha que el juramento de fidelidad ha sido roto, por lo que se alían los tres contra Siegfried. Brunhilde revela que Siegfried es invulnerable, gracias a un hechizo rúnico y que dado que un héroe nunca da la espalda a sus enemigos, éste es el único lugar donde se lo puede herir de muerte. Se decide que muera a la mañana siguiente durante la cacería.-
ACTO III

Siegfried, perdido durante una cacería se encuentra con las hijas del Rin. Estaría dispuesto a entregarles el anillo pero se detiene cuando se entera que su posesión es peligrosa.-

Siegfried habla de su juventud durante un descanso y Hagen le da una poción mágica que deshace el hechizo anterior, cuando relata el encuentro con Brunhilde, con el que ha revelado el supuesto perjurio, Hagen le clava su lanza en la espalda y el cuerpo de Siegfried es llevado al palacio por un cortejo fúnebre.-

Hagen intenta inútilmente sacar el anillo del dedo de Siegfried y Brunhilde que ha oído la verdad de boca de las hijas del Rin prepara su inmolación en la pira funeraria de Siegfried junto a su caballo Grane. El fuego sube y destruye al Walhala y a los dioses. El Rin se desborda en el lugar de la pira y las hijas del Rin recogen el anillo y arrastran consigo ahogando a Hagen. Lentamente todo vuelve a la calma habitual.-

37mitos y leyendas nórdicas - Página 2 Empty Re: mitos y leyendas nórdicas Dom Ene 15, 2012 6:26 am

lily25

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En la cuarta parte, El ocaso de los dioses, Sigfrido parte en busca de aventuras, dejando como prenda de amor a Brunhilda el anillo de los nibelungos. En su vagar, arriba a la corte del rey Gunther, donde la hermana de éste, Gutrune, se enamora de él, y para obtener su amor, da a beber al héroe una poción proporcionada por Hagen, hijo del Alberich el nibelungo, quien desea vengar a su padre. Sigfrido bebe y al hacerlo, se olvida de la existencia de Brunhilda y de su amor por ella, y se enamora de Gutrune, por lo que pide al rey la mano de su hermana, a lo que Gunther accede a condición de que Sigfrido le ayude a su vez a conseguir a Brunhilda por esposa. Éste así lo hace, ayudando al rey, cubierto por una capa de invisibilidad, a vencer a la walquiria, tras lo cual la entrega a Gunther. Brunhilda se siente traicionada por su amor, y accade a casarse con Gunther, al tiempo que Sigfrido lo hace con Gutrune.
El malvado Hagen obtiene la amistad de Brunhilda, prometiendo ayudarla a vengarse, y ella le confía el punto débil de Sigfrido, en el que la sangre del dragón no lo cubrió.
Hagen invita a Sigfrido a una cacería en el transcurso de la cual le da a beber otra poción, con la cual el héroe recupera la memoria, y en el momento en que recuerda su amor por Brunhilda, le asesta un lanzazo en la espalda y lo mata.
Brunhilda prepara una pira para el cuerpo de su amado, y tras ofrecer a las ninfas del Rhin el anillo, se inmola junto a Sigfrido. El Rhin, con sus aguas, apaga la pira y las doncellas del río recuperan así el anillo de entre las cenizas.
Mientras tanto, y a la vez que los cuerpos de los amantes, arde el Valhala, y el viejo mundo llega a su fin.
Comienza un nuevo ciclo.


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