La pequeña taberna de Rodorio era un sitio que databa desde el siglo XV, y que se había preservado en el tiempo gracias a la preferencia de clientes como yo. El sitio parecia lúgubre por dentro, iluminado por las antochas y velas en las mesas y que le daba aquél toque adecuado para los tipos como yo que pretendian hundirse entre sus paredes al menos por una noche.
El sitio había sufrido algunas reparaciones, aunque no las suficientes para actualizarse con el resto de los bares del pueblo. Personalmente me gusta como está, con la piedra poroso y acabada y esa cara familiar y vieja del encargado que sileciosamente sirve los tragos. A veces hay música, otras solamente se oye el murmullo de los clientes entre el y venir de las copas. Esta noche hay silencio y pocas personas degustando de un buen trago.
Al entrar me dirijo hacia una de las solitarias mesas que está en el rincón, siempre de cara hacia la puerta por si algún rostro familiar se digna entrar por ella.
El sitio había sufrido algunas reparaciones, aunque no las suficientes para actualizarse con el resto de los bares del pueblo. Personalmente me gusta como está, con la piedra poroso y acabada y esa cara familiar y vieja del encargado que sileciosamente sirve los tragos. A veces hay música, otras solamente se oye el murmullo de los clientes entre el y venir de las copas. Esta noche hay silencio y pocas personas degustando de un buen trago.
Al entrar me dirijo hacia una de las solitarias mesas que está en el rincón, siempre de cara hacia la puerta por si algún rostro familiar se digna entrar por ella.