-No me entiendas mal Asmita, no pierdo la esperanza ni tampoco me dejo hundir por la desgracia o el dolor, no me arrepiento de ser caballero, daría mi vida por cualquier mortal, por cualquier caballero o cualquier amazona que lo necesitara, no te preocupes, no avergonzaría a mi maestro con algo semejante, pero por favor, guarda el secreto, no le digas, nunca le digas que tengo miedo, por favor, aunque él sepa sin que yo hable que lo tengo, no deseo que lo sepa por boca de nadie, ni siquiera mía.
Me siento en el suelo y observo el lugar. No llevo la armadura puesta, está en los cinco picos, la dejé allí más que nada por costumbre, y de cualquier manera, podría regresar fácilmente a mí si yo la necesitara. Aquí en el Santuario me siento como en casa, me gusta ir a las casas, hablar con los caballeros dorados, conocer un poco más a mis compañeros, pero aquí, en este templo, la calma y la paz lo envuelven todo de tal manera que me siento liberado de una gran presión en mi interior.
-Dime una cosa Asmita, de no haber sido caballero, ¿qué hubieras sido? -la pregunta está llena de curiosidad y de nostalgia, de recuerdos y sueños pasados, que ya quizás no pueda cumplir nunca.